Conocer, medir y dibujar el territorio. La construcción de la cartografía de la provincia de Buenos Aires

“… deben elegirse sujetos que, además de conocimientos científicos, estén adornados de una integridad a toda prueba. Ellos han de ser infatigables, hasta que perfeccionen un plano topográfico, que señale exactamente los territorios de cada partido, sus límites y haciendas en él comprendidas; sus pueblos e iglesias, sus pastos comunes, aguadas, égidos [sic], con una razón estadística la más prolija” (Coronel P.A. GARCÍA, 1810).

Imaginemos por un momento: principios de 1800, Sudamérica, Argentina, Buenos Aires. Una tierra relativamente marginada de la colonización española hasta mediados del siglo XVIII. Una ciudad de unos 40.000 habitantes en crecimiento, al borde de un río ancho como el mar, cuyo propósito es ser puerto de salida hacia Europa de las mercaderías que vienen del Alto Perú. A su alrededor una extensa planicie de hierbas, sin apenas árboles. “Extensa” en el sentido literal: alguien puede recorrer 600 km sin encontrarse un cambio importante en el relieve (para hacernos una idea, pensemos en ir a caballo de Barcelona a Córdoba sin atravesar ni una sola montaña). Por supuesto, alrededor de Buenos Aires hay algunos pequeños poblados, la mayoría funcionan como lugar de descanso y recambio de los caballos de los viajeros que van hacia el norte. El resto son estancias ganaderas―dado que el principal producto de la región es la carne―,y de productos para el consumo de la ciudad.

Si uno se aleja unos 60 o 70 km de Buenos Aires, el panorama se hace un tanto inhóspito. No vacío, pero sí agreste. Hay pocos estancieros que se animan a vivir tan lejos de la ciudad. Las comunicaciones son difíciles, se puede tardar días y días en llegar a la capital si comienza a llover y se empantanan los caminos… Bueno, en realidad hablar de “caminos” es un decir, digamos “huellas” para ser más fieles a la realidad.

Una amenaza importante para los porteños son sin duda los indígenas. Las tribus nómadas que habitan estas tierras, lejos de desaparecer con la llegada de los españoles, se reproducen. Los fundadores de Buenos Aires traen consigo caballos y vacas, que los indios adoptan como transporte y alimento respectivamente, y se convierten así en expertos jinetes, los únicos verdaderos conocedores del territorio.

A fines del siglo XVIII, estos dos mundos empiezan a chocar: los indígenas comienzan a hacer presión hacia Buenos Aires, invadiendo las estancias en busca de ganado, y los porteños empiezan a querer expandirse hacia el sur, en busca de más tierras para la ganadería, actividad que cada vez dejaba más ganancias. Comienzan a instalarse fortificaciones, unos fuertes muy simples, de madera (no había demasiada piedra en la región), llamados fortines, para contener las invasiones. Son los gérmenes de las poblaciones pioneras.

Pero llega la independencia (1810-1816), y con ella una política de Estado que intenta colonizar el mayor número de tierras para aumentar las exportaciones y poder construir un país desde cero. El problema es que pocos viajeros y expediciones han transitado esas tierras y no hay información certera sobre los lugares y sobre las tierras de propiedad.

Ya desde fines del siglo XVIII,llegaron a Argentina ingenieros militares, pilotos náuticos y profesores de matemática o cosmografía procedentes de Europa,encargados de efectuar algunas mediciones o exploraciones. En este sentido, los “demarcadores reales”, enviados por la Corona española y portuguesa para fijar los límites entre sus dominios, son el principal antecedente de esta actividad. Luego, aunque de corta duración debido a temas presupuestarios de la Corona, se funda en 1799 la primera escuela de dibujo y matemática en Buenos Aires.

De esta manera,se inicia una preocupación por empezar a conocer y mapear el territorio, pero es a partir de la década de 1820 cuando la construcción de un saber territorial se transforma en una política de estado integral, que abarca la creación de una institución, la determinación de un sistema de trabajo, un cuerpo legal y que da sus primeros frutos en la práctica.

Así, en 1824, el nuevo gobierno independiente crea el Departamento Topográfico, encargado, entre otras muchas tareas, de reunir los datos para confeccionar un plano de la provincia de Buenos Aires, y de trazar los nuevos poblados que hay que fundar.

Pero para medir todo ese territorio es necesario crear un sistema de trabajo homogéneo. Este sistema se basa en una cuidadosa medición de terrenos individuales (mensuras), volcada en unos pequeños cuadernos que se iban archivando. Con la suma de todas esas mensuras, los agrimensores van construyendo, en el transcurso del siglo XIX, los llamados Registros gráficos de las propiedades rurales de toda la provincia,y así, entre 1830 y 1898 ―años del primer y último registro―, logran medir un total de aproximadamente 300.000 km2. Es decir, en setenta años, con un instrumental básico y en un territorio inhóspito, lograron medir, dibujar y amojonar la superficie aproximada de Italia o Alemania, eso contando solo el territorio de la provincia que nos compete, aunque también efectuaron mediciones en La Pampa y Patagonia.

Un trabajo topográfico de estas magnitudes es comparable con la obra que llevan a cabo cuatro generaciones de la familia Cassini en la medición del territorio francés (de aproximadamente el doble de superficie del de la provincia de Buenos Aires), entre 1696 y 1793, conformado por 182 hojas a escala 1:86.400 que ensambladas conforman un mapa de aproximadamente 11 m2, y que es el primer levantamiento topográfico de todo un país con un método riguroso.

Y si hablamos del caso español (500.000 km2), la primera medida para la institucionalización de las enseñanzas teóricas y prácticas de la Astronomía ysus aplicaciones a la vida civil data de 1796, con la creación del Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos y el Real Observatorio, con el objetivo de realizar la Carta del Reino, pero los conflictos bélicos postergan este objetivo hasta la década de 1830. Sin embargo, el principal artífice de la medición del territorio español es Francisco Coello de Portugal y Quesada, que elabora un atlas de España entre 1848 y 1880, compuesto de 46 hojas en escala 1:200.000, y que representa la mejor cartografía española hasta la publicación del Mapa Topográfico nacional de 1875.



Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que tanto los topógrafos franceses como los españoles, trabajan sobre un territorio ocupado, recorrido durante cientos de años, relativamente “urbanizado”, con ciudades, pueblos y caseríos, con cartografía y relatos de base, es decir, con un alto conocimiento de lo que pueden llegar a encontrarse en su camino.

La experiencia de los topógrafos en Argentina no tiene nada que ver en ese sentido con la de sus colegas europeos. Los trabajos en la campaña, por entonces, son bastante sacrificados, debido a varios factores. En primer lugar, la combinación de una multitud de terrenos anegadizos con una gran cantidad de lluvias hace las propiedades muchas veces inaccesibles, o deja sectores aislados. En muchos casos, se suman además las enfermedades consecuencia de esos climas.

Es necesario destacar, también, las quejas que podemos leer en los documentos en cuanto a lo bajos que son los sueldos de estos profesionales, la falta de instrumental, o incluso quejas por tener que utilizar el instrumental propio porque el Estado no contaba con suficiente.

Para hacernos una idea, en el año 1854, el agrimensor Juan Fernández describe en una de sus cartas su modo de vida durante sus trabajos en San Nicolás: “Hemos estado viviendo con el señor Schuster en un saladero [establecimiento para la salazón de carne]abandonado, distante como treinta cuadras [unos 3 km]del pueblo, por espacio de más de un mes. El paraje era más que a propósito que un convento para hacer la vida de monje, porque todo convidaba allí a recogerse dentro de sí mismo y a olvidarse del mundo entero… Teniendo por una parte un campo sin fin y sin estancias, por otra el [río] Paraná con sus islas y costas uniformes, por otra, campo y por la que queda campo también. El paraje solitario, silencioso de día, de noche tenebroso, lóbrego y con una que otra luz que se divisaba a lo lejos”.

En segundo lugar está la problemática de las constantes invasiones indígenas, los auténticos propietarios de las tierras, para los cuales la figura del agrimensor es un ser de mal augurio. En 1875, el ingeniero Alfred Ebelot es contratado para realizar una población en el sur de la provincia, y en la crónica de los trabajos cuenta que “los indios sienten un tradicional y sagrado horror por todo lo que significa mensura de tierras pues para ellos, el agrimensor es objeto de un odio supersticioso que involucra a sus ayudantes, sus instrumentos y sus diabólicas operaciones… Siempre los han visto preceder al colono… Todo campo donde el agrimensor aparece es perdido para los indios…pues ya no serán libres y dueños de cabalgar persiguiendo al guanaco y al avestruz”. Sabemos que durante las mediciones muchos agrimensores deben abandonar los trabajos y el instrumental y huir a refugiarse en el fortín más próximo.

Por último, un gran problema que deben enfrentar los profesionales es la falta de cooperación por parte de algunos propietarios que se ven afectados por las mensuras. Es necesario, entonces, un largo trabajo de concienciación a los hacendados de las ventajas de tener registradas las tierras para evitar los pleitos, para que colaboren suministrando los antecedentes de los terrenos, los títulos de propiedad y conserven los mojones.

Este punto es importante, porque, para realizar la mensura, es necesario que todos los propietarios linderos estén presentes para ser testigos del acto y prestar acuerdo firmando la diligencia. Este sistema garantiza un consenso entre los interesados para evitar futuros pleitos y, por eso, en las mediciones se hace hincapié en la medida de los “hechos existentes”, es decir, los propios del terreno (cursos de agua, árboles,lomas, etc.) que puedan servir como referencia estática, además de los mojones. Es decir, no se trata tanto de buscar la precisión absoluta como sí de encontrar la posición relativa de unos terrenos respecto a los otros.

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Llegada la década de 1870, podemos decir que el Departamento ya tiene una actividad consolidada, cuenta con más recursos y más profesionales. Durante todo el siglo XIX se encarga además de la fundación de cientos de pueblos en la provincia. Podemos hablar del paso de una actividad formativa a una etapa de consolidación del quehacer topográfico. Y esa consolidación, que deviene del conocimiento científico del territorio, tiene que ver con la idea central de que el orden estatal de un nuevo país se imponga a través del ordenamiento del territorio, de escoger dónde y cómo se fundan los pueblos, cómo es su forma, por dónde pasan los caminos y el ferrocarril.

Otra vez, volvemos a las cartas de Juan Fernández. En el mismo año 1854, se comunica con su jefe en Buenos Aires para decirle que: “En su apreciable del 20 [de mayo] no han dejado de entusiasmarnos aquellas oficiosas palabras de honor por los servicios que rendimos a la Patria. Ya nos vamos cubriendo de pies a cabeza de ese honor, aunque poco a poco, y esperando confiadamente que algún día la patria agradecida, si no nos levanta un monumento que grite nuestra gloria a las generaciones venideras, en el cual con letras de oro figuren nuestros nombres, por lo menos nos recompensará el inefable placer que hemos sufrido…”.

Este texto no es un monumento ni una placa, pero es nuestro homenaje a los pioneros que se adentraron en las pampas para conocer, medir y dibujar el territorio, y lograron plantar la semilla de los estudios territoriales en un país recién creado.


Fuentes de las “anécdotas” de los agrimensores citadas en el texto:

ALBINA, Lorenzo; RECALDE, José Martín; THILL, José Pedro (2006). Anecdotario de la agrimensura (tomo 1). La Plata: CPA.

Cartas consultadas en el Archivo General de la Nación y en el Archivo Histórico de Geodesia.

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