Si Copérnico levantara la cabeza

Acontecimientos recientes me hacen pensar en que si Copérnico levantara la cabeza se sorprendería de que cuatro siglos después de que él escribiera De Revolutionibus Orbium Celestium, hito científico que marca el inicio del mundo moderno, hayamos olvidado que la tierra gira alrededor del sol.

Obviamente, este nuevo antropocentrismo es más sofisticado que el medieval. Surge en el siglo XX por la confianza y seguridad con los que parecía que el hombre, esta vez por sus propios medios, dominaba el mundo situándose en el centro del universo. Pero solo tardaría unas décadas en romperse la pompa de jabón al advertir, en este principio de milenio, que la exaltación de la técnica y el optimismo ilimitado en el progreso han invertido la relación del hombre con la naturaleza. Hemos pasado de la necesidad de defendernos de ella a darnos cuenta de que somos capaces de destruir un planeta del que dependemos.

Ya no nos queda más remedio que atender a la sostenibilidad. Y la primera condición para que esto sea posible es aceptar y adecuarse a las leyes de la naturaleza, ya que trasgredirlas de forma sistemática tiene un precio que antes o después no podremos pagar.

Por lo que a la arquitectura se refiere, no estaría de más dar un giro copernicano y redescubrir el heliocentrismo como clave de la sostenibilidad en esta materia. No podemos olvidar que la luz del sol es la energía que permite la vida en este planeta y la condiciona, siendo uno de los principales factores a los que la arquitectura da respuesta. Energía gratuita. Aprender, de quienes nos precedieron, a valorarla y  manejarla es la mejor apuesta que podemos hacer.

La luz artificial sólo puede complementar a la natural cuando ésta falta, pero no puede suplirla. La ilusión de autosuficiencia por medio de la técnica que pretende librar al hombre de la variabilidad de la naturaleza, resulta energéticamente insostenible y por ser los humanos seres fototrópicos, psicológicamente  inaguantable.

La arquitectura vernácula, maestra de la domesticación de la luz, nos da lecciones de su manejo y de  sostenibilidad, porque se adecua a las condiciones particulares de cada lugar optimizando los recursos naturales. Atiende a la adecuada manipulación y dosificación de la luz para adaptarla a unas condiciones de confort dependiendo de nuestra situación en el planeta y de las condiciones atmosféricas. Cuando es excesiva, la casa se cierra sobre un pozo de luz llamado patio. Cuando es insuficiente, el hogar, la luz del fuego, se configura como centro y la vida fluye a su alrededor.

Pero este tratamiento no sólo supone la adaptación a condicionantes externos, la luz solar ha sido, para el hombre, el más poderoso instrumento en la definición y cualificación del espacio, a fin de singularizarlo y adaptarlo a la filosofía y al modo de vida de cada época.

Hablar de luz es también hablar de sombras. La arquitectura mediterránea podría definirse como la creación de la sombra adecuada. La luz es dada, el sol sale por el este y sigue un recorrido cambiante cada día que no podemos interferir. El control de la luz pasa por la construcción de sombras que, en definitiva, es lo que nosotros podemos modificar. La sombra es la aportación con la que los arquitectos dibujan como con tinta china las líneas sutiles de los órdenes clásicos en los templos griegos, con la que las tiendas de los nómadas definen sus límites, o con la que la Kasba se defiende del sol del desierto.



Para adquirir las cualidades de esencialidad y sostenibilidad de la arquitectura vernácula sin renunciar a la contemporaneidad, se hace pertinente revisar el sentido de lo original en el discurso o en la reflexión sobre ella. Lo original, aquello que nos remite al origen ¿qué es en la arquitectura? La otra tarde, cruzando la escalinata de la plaza, de una escala descomunal, desierta, de la catedral de Baeza, instintivamente  arrimada a un paredón inmenso y ciego de mampostería bien trabada que me regalaba luz reflejada con las texturas de una piedra dorada, reparé en que la catedral estaba orientada canónicamente, cabecera al este, lo demás se daría por añadidura. Una vez más corroboré que la buena arquitectura se empeña tozudamente en ser precisa y en demostrar  que lo verdaderamente original es anónimo, porque se funda en la propia naturaleza de las cosas; así, lo original de la catedral es orientarse a oriente.

Si estableciéramos una escala de grados de permanencia para medir la originalidad de los distintos elementos que configuran la arquitectura, sin duda el más alto grado, la permanencia perfecta e inalterada, la más original, es la de su orientación. La misma luz, siempre cambiante, se repite cada día, cada estación, cada año. Esa materia intangible que nos viene dada y que no tiene partida presupuestaria porque es gratuita, construye el espacio. La forma construida que interpreta y configura la relación del hombre con el mundo es una búsqueda de la luz precisa.

Para ello, dos aparentemente sencillas operaciones, restar luz, sumar luz, definen la arquitectura de todos los tiempos. La manera de llevarlas a cabo determina esa primera envolvente que es la arquitectura.

Precisa en la doble acepción del término, por necesaria, porque es menester, y precisa en cuanto a condición determinante de la percepción y cualificación de cada espacio, ya que es el elemento que le confiere la singularidad necesaria para convertirlo en arquitectura.

La excelencia de luz es aquella que permite la óptima percepción de un espacio para un uso determinado. La luz, en cuanto a energía y desde el punto de vista arquitectónico, no se agota en su dimensión cuantitativa. Aspectos cualitativos, como la temperatura de color, el IRC o la orientación son complementarios y ofrecen variaciones que condicionan la percepción. En el caso del color, por la relación interactiva entre la fuerza lumínica y el pigmento que la recibe; en cuanto a la sombra, por su capacidad de enriquecerla a través de los infinitos matices que puede llegar a desplegar.

La primera puntualización que hay que hacer en una sociedad que muere de exceso es que “más luz” no es “mejor luz”. Confundir cantidad con calidad es un prejuicio generalizado con pésimas consecuencias. Para obtener esta luz precisa caben dos operaciones que, por lo tanto, no son meramente cuantitativas.

Restar luz. El control del paso de la luz del exterior al interior construye el marco lumínico de la arquitectura. La forma en la que esto se lleve a cabo será el reflejo de la manera de entender el fenómeno artístico, en función de las inquietudes estéticas, culturales y filosóficas de cada momento. Obsérvese como, en el mundo clásico, la luz era tratada como un mero elemento físico que posibilita el conocimiento del espacio universal; en la estética medieval, como elemento simbólico que asume un sentido trascendente para transmitir conceptos de inmaterialidad; y, en el barroco, como instrumento de conversión del espacio en el marco escénico en el que el hombre ha de desarrollar su vida.

-Sumar luz. Operación no menos delicada que cobra especial importancia en el siglo XX cuando la luz artificial hace aparición. La arbitrariedad  con la que se utiliza, quizás  por la dificultad de controlar lo que no es tangible, conlleva en la actualidad la aparición de problemas de contaminación luminosa, por excesos, bien cuantitativos, bien cualitativos o por la eliminación o la inversión de sombras. Se hace acuciante una revisión de planteamientos que evite, en las ciudades y en los edificios, los tratamientos abusivos que han llevado en muchos casos a consumos exorbitados y a un falso historicismo que no es sino historia ficción del arte.

En el siglo XX, bajo el auge de la luz artificial, aparece el riesgo del desprecio hacia la luz natural por la mayor facilidad para el control de la percepción que aquélla ofrece. La falta de precisión en su uso ha llevado a dos errores frecuentes.

Anular la luz,  justificándose de forma burda en  la dificultad de control de un elemento en constante cambio. Algunos caen en la tentación de prescindir de la luz natural, algo que de suyo es antinatural. La oficina mejor iluminada artificialmente en el edificio más inteligente del planeta no es psicológicamente comparable con trabajar cerca de una ventana. La luz natural nos orienta en el tiempo y en el espacio. En su constante variabilidad nos influye, ya que todos los seres vivos somos fototrópicos y de los estímulos luminosos dependen una buena parte de los factores que condicionan nuestra calidad de vida.

Igual pasa con los museos. Existe el prejuicio generalizado de la peligrosidad del uso de la luz natural. En aras a ese supuesto peligro de que la luz dañe las obras, se llega a verdaderos sinsentidos. Hoy en día, existen los suficientes sistemas de control y regularización de la luz natural, filtros que eliminan sus componentes nocivos. Se puede decir que son muy pocos los objetos que han de ser totalmente preservados de la luz, como papiros y telas delicadas. Sin embargo, vemos que, incluso en la exposición de elementos estables como piedra o metales, se prescinde en ocasiones de la luz natural, convirtiendo los museos no en lugar de encuentro con el arte, sino en cajas fuertes poco amables para quien los visita.

Anular las sombras. Es frecuente minusvalorar la importancia de la sombra, olvidando que  nos aporta la información para interpretar la imagen plana que nos llega a la retina y entender la realidad tridimensional.  La pérdida de la sombra es una de las patologías más frecuentes en las intervenciones en el patrimonio, que puede simplemente arruinar la percepción de un espacio. Es uno de los frutos de ese confundir cantidad con calidad, y de un deseo de espectacularidad muy lejano a la precisión antes señalada.

Este descuido y menosprecio, a veces tan patente en las intervenciones en el patrimonio: castillos iluminados como puestos de feria flotando en medio de la noche; museos cerrados a cal y canto a la luz; o edificios inteligentes e insostenibles completamente interiores.

Aunque no sea posible una norma concreta, si puede valer, como principio general, la necesidad de que el arquitecto constructor escrute las leyes de la luz para usarlas a su favor. Hablar de criterios de iluminación, es, en definitiva, hablar del conocimiento de la luz y de su valor de proyecto.

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