La participación ciudadana posible en arquitectura y urbanismo

Ha pasado ya medio siglo desde que en los largos años 1960 ―que discurrieron entre 1957 y 1973― se produjo una intensa confluencia entre la arquitectura y la participación ciudadana. Por aquellos años la participación se convirtió en un refugio para muchos arquitectos ―John Turner, Christopher Alexander, Ralph Erskine, Aldo Van Eyck, Lucien Kroll― que buscaban nuevos caminos más allá de las directrices emanadas de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna ―al menos hasta el CIAM XI en 1959 en Otterlo, Holanda. Aquella participación, que contaba con muy buenas intenciones, buenas ideas y con un sólido soporte teórico, carecía sin embargo de herramientas metodológicas y apenas contaba con medios y mucho menos con experiencias contrastadas. De aquellos años nos quedan teorías ―como los Soportes de Habraken o el lenguaje de Patrones de Alexander―, nos quedan libros, artículos y ejemplos de arquitecturas que atestiguan el interés creciente en esa década por enfrentarse a los postulados homogeneizadores de la arquitectura y el urbanismo.

La participación como lugar común

El origen etimológico de la palabra participación ―del latín pars-partis: porción o parte y capere: tomar o coger― ha permitido, especialmente en el terreno de la pedagogía, establecer clasificaciones o definiciones según las características, modalidades, tipos, significados o conceptos. Su carácter multidimensional ha permitido a muchos autores, desde diferentes disciplinas, avanzar en la comprensión de un término tan amplio y a la vez tan ambiguo. Precisamente uno de los problemas de la participación es que se trata de una palabra de uso frecuente. No hablamos de palabras como resiliencia, serendipia o procrastinación, que generalmente requieren de una visita a la Wikipedia. Con la participación sucede que todos tenemos al menos una opinión formada sobre su significado. No es extraño asistir a reuniones con políticos o técnicos de diferentes administraciones públicas, así como con vecinos afectados por una reposición de viviendas o por un Plan General de Ordenación, en las que todos hablan de participación ciudadana, aunque refiriéndose a cosas a veces muy diferentes. Digamos que bajo ese paraguas se cobijan múltiples significados y también múltiples dimensiones de las que muchas veces no somos conscientes. Aunque hablemos siempre de participación, no será igual referirse a ella desde el punto de vista de la política, la sociología o la pedagogía que desde el punto de vista de la arquitectura. Por lo tanto debemos realizar un primer acercamiento al tema que nos ocupa desde algunas de estas dimensiones.

Dimensiones de la participación

En su dimensión política la participación está dando grandes pasos en los últimos años. No hay trabajo de investigación, grupo político o conferencia internacional que no abogue por un aumento de la misma. Así cuando hablamos de protección del medio ambiente, de desarrollo comunitario, de disminución de la pobreza, de crecimiento del bienestar en las ciudades, de igualdad o del nuevo modelo de empresa, casi siempre la solución pasa por dar un mayor protagonismo en las decisiones a los principales destinatarios, bien sean ciudadanos, vecinos, usuarios, clientes, afectados, habitantes, empleados, etc.

Además de ser un derecho recogido en diferentes declaraciones y documentos nacionales e internacionales[1] o en las Constituciones de la mayor parte de los países, la participación sería además, según estos informes o documentos, uno de los factores que contribuye a aumentar la calidad de vida de las sociedades, con aportes de capital social ―activando los vínculos y relaciones entre las personas― capital político ―aumentando la legitimidad política de las decisiones― o capital intelectual ―aprovechando y desarrollando las capacidades de un mayor número de personas.

En los últimos años, son cada vez más las voces que reivindican una democracia más participativa, esto es, una mayor implicación de la ciudadanía en las decisiones que le afectan. Sin embargo, nos encontramos todavía en una fase inicial, pues en tanto no se desarrollen los mecanismos legales que lo permitan ―los medios técnicos, como el voto digital, están ya a nuestro alcance―, esa mayor participación política de la ciudadanía quedará como una declaración de intenciones o formará parte de los programas electorales de los partidos políticos, sin tener finalmente una concreción real. En el caso del urbanismo y de la ordenación del territorio esta participación política se refiere a la implicación ciudadana en la toma de decisiones en la planificación estratégica, en la realidad de los distritos y barrios o en la decisión sobre las inversiones.

En su dimensión social, desde los años 1940 el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, para explicar la motivación de los comportamientos humanos, proponía la existencia de una “jerarquía de las necesidades humanas”, en forma piramidal, estableciendo cinco tipos de necesidades: 1. necesidades fisiológicas ―alimentarse, dormir―; 2. necesidades de seguridad ―cobijo, protección―; 3. necesidades de aceptación social ―amor, amistad, afecto, pertenencia―; 4. necesidades de autoestima ―estimación de los demás, éxito, prestigio― y por último, 5. necesidades de autorrealización. Maslow planteaba que las necesidades inferiores debían ser satisfechas en primer lugar para, gradualmente, satisfacer las necesidades de orden superior.

En los años 1970 surge una nueva corriente de pensamiento centrada en el estudio de la satisfacción de las necesidades humanas básicas. Destaca el trabajo realizado por el economista chileno Manfred Max-Neef que, partiendo de las ideas de Maslow ―además de otros autores vinculados a la teoría de las necesidades―, propone un desarrollo a escala humana, donde establece una vinculación entre las necesidades básicas y lo que denomina satisfactores y bienes económicos.

En 1969 Sherry R. Arnstein[2] publicó los denominados peldaños o niveles de participación ciudadana. En este caso no se trataba de una pirámide sino de una escalera que iba de la ausencia absoluta de participación ―lo que Arnstein denominaba manipulación o no-participación―, a un estadio máximo de participación denominado control social. Si dejamos de lado los dos niveles inferiores, la manipulación ―como forma de controlar o maquillar la participación― y la terapia ―que habla de participación pero no la aplica―, los seis restantes niveles se subdividen en dos grupos: un primer bloque formado por la participación aparente, en la que sitúa la información, la consulta y la cogestión ―participación en la planificación pero no en la toma de decisiones― y un segundo bloque, que Arnstein presenta como la verdadera participación, que serían la asociación o alianzas estratégicas ―como procesos de negociación paritaria entre los ciudadanos y las administraciones―; el poder delegado ―en el que existiría una mayoría ciudadana para la toma de decisiones― y por último, en lo alto de la escalera, el control social ―esto es, la acción directa de los ciudadanos para la toma de decisiones.

Son muchos los autores que han realizado aportaciones a esta clasificación desde sus propias disciplinas[3], siempre con esta idea ascendente que va de la participación simple ―información, saber―; pasando por la participación consultiva ―tomar parte, sentir―; la participación proyectiva ―debatir, participación parcial―; hasta llegar a la participación plena ―metaparticipación, decidir, ser parte, hacer.

Como sucedió con la escalera de las necesidades de Maslow, la escalera de Arnstein también se ha visto desbordada por los matices y las aclaraciones. Aunque las ideas de estratificación y evolución ascendente están muy claras en ambos esquemas, lo cierto es que, tratándose de la participación de la ciudadanía en la creación de la ciudad o del hábitat, las propuestas o actuaciones se mueven necesaria y simultáneamente en todos los peldaños de esa escalera. Como certeramente afirma Eugene Mullan “no necesariamente se produce una mejora en la participación conforme se va ascendiendo por la escalera. Cada nivel diferente puede ser apropiado según la situación concreta. Lo importante es que la gente tenga la oportunidad de participar en el nivel que satisfaga sus necesidades y que les haga sentir que tienen un control suficiente sobre su entorno.”[4]

La dimensión ciudadana

“Sólo por una vez, la arquitectura abrió su ventana al mundo, a la realidad de la mayoría, intentando superar su círculo elitista. Pero muy pronto volvió a cerrarla y a olvidar que debía servir a toda la humanidad y no sólo a unos pocos privilegiados clientes de revistas”[5]

La dimensión ciudadana de la participación tiene, como ya anticipamos en la introducción, claros antecedentes en los años 1960 y más concretamente, en su relación con la consolidación de la ciudad como hábitat indiscutible del ser humano. El fenómeno de la urbanización que toma fuerza en los países de América Latina coincide con una nueva etapa en la historia de la arquitectura en la que, desde diferentes enfoques o miradas, se plantea una revisión crítica de los postulados de la arquitectura moderna. Más allá de la arquitectura y el urbanismo, la ciudad comienza a ser estudiada desde una óptica social por autores como Jane Jacobs (1961), FrancoiseChoay (1965), Henry Lefebvre (1968) o Manuel Castells (1973); desde la antropología por Lévi-Strauss (1962) o Marvin Harris (1962); desde la semiología con Roland Barthes (1961) o Umberto Eco (1962). En esta década la participación recibe también un impulso por parte de muchos pensadores desde diferentes disciplinas como Guy Debord (1958), Ezequiel Ander Egg (1962), Raymond Queneau (1966), Edgar Morin (1969) o Murray Bookchin (1974)

Las nuevas miradas provienen también de la propia arquitectura como la crítica que realiza John Turner en su libro Todo el poder para el usuario, en el que muestra el desarrollo urbano de la periferia de Lima en Perú; la recopilación de otras arquitecturas que presenta Bernard Rudofsky en la exposición del MoMa “Arquitectura sin arquitectos” (1964); en conjuntos residenciales muy mediáticos como el Hábitat’67 de Moshe Safdie construido con motivo de la celebración de la Exposición Universal de Montreal en 1967. El cambio se propicia también desde la propia arquitectura moderna, con el surgimiento en los últimos CIAM del Team X capitaneado por Alison y Peter Smithson, que propone la revisión del viejo deseo de homogeneización de la arquitectura, así como avanzar en la búsqueda de un nuevo humanismo.

Crítica y participación

“El arte por el que trabajamos es un bien del cual todos pueden participar, y que sirve para mejorarnos a todos; en realidad, si no participamos todos, nadie podrá participar”[6]

¿Qué decían los teóricos de la arquitectura sobre la participación? Si nos acercamos a los análisis desplegados por la crítica arquitectónica a propósito del avance de la participación en estos años, veremos un amplio abanico de posturas. Para Bruno Zevi la participación representa aparentemente un valor central, que además pone en cuestión el discurso más elitista y aristocrático de la arquitectura, aunque en realidad Zevi se limita a constatar la “ignorancia de la arquitectura” por parte de la población en general. El caso de Leonardo Benevolo es también interesante porque en sucesivas reediciones de su Historia de la Arquitectura Moderna asistimos a una evolución casi en directo, a lo largo de más de cuatro décadas, pasa de dedicarle apenas unas líneas en las primeras ediciones, a convertirla en protagonista de un capítulo dedicado al fenómeno de las grandes ciudades de América Latina. ReynerBanham se posiciona claramente con aquellos que consideran la participación como un peligro para el orden establecido en arquitectura, manifestando el hipotético colapso a manos del Kitsch y rechazando por tanto cualquier avance en el campo de la participación en la disciplina. Para Kenneth Framptom la participación del usuario es una panacea, para Tafuri un mito y para Charles Jencks es un tema que se pierde en su tormenta clasificatoria figurando diseminada entre todas sus tradiciones ―lógica, intuitiva, idealista, inhibida, activista, etc.

Frente a la concepción más determinista de Charles Jencks y otros teóricos de la arquitectura, empeñados en pasar por el filtro posmoderno la mayor parte de las obras aparecidas en los años 1960 y 1970, el teórico William Curtis propone una revisión más abierta de la arquitectura de estos años. Además de mostrar ejemplos como el Byker Wall de Ralph Erskine y el Barrio de Malagueira de Álvaro Siza, Curtis reivindica los matices, las escalas, los tonos intermedios, en un momento en el que muchas ideas tienden a representarse en blanco o negro. Por último debemos prestar atención sobre otros autores que sí supieron leer en la participación uno de los caminos posibles para la arquitectura del momento. Nos referimos a autores como Bill Risebero para el que existen dos temas emergentes en la arquitectura de los años 1960: el tema de la ecología y el de la participación o “grado de control popular sobre las decisiones ambientales”. También el teórico Roberto Segre expone a su modo de ver las dos vertientes de la participación ciudadana en la arquitectura: la primera, de contenido negativo, en torno a “Venturi y el folcklore urbano”; la segunda de carácter metodológico encabezada en Europa por “los arquitectos holandeses Aldo Van Eyck y HermannHertzberger, el alemán Josef P. Kleihues, el inglés Ralph Erskine, el belga LucienKroll y el portugués Siza Vieira”.

Arquitectura y participación

En este inicio de siglo XXI, al menos a partir de 2007, la arquitectura ha vuelto a abrir una ventana a la realidad del otro 90% de la humanidad que no cuenta, ni ha contado nunca, con el apoyo técnico que le podría brindar esta disciplina. Se trata de una nueva participación que viene avalada por la nueva mirada social de pensadores como Richard Sennett (2013) que propone la recuperación de la vocación artesanal (2008) y la voluntad de trabajar juntos (2012); como Boaventura de Sousa Santos que propone una epistemología del Sur (2009). Esa participación también bebe de propuestas arquitectónicas como las recetas urbanas del arquitecto Santiago Cirugeda o las “historias exitosas que valen la pena ser contadas y casos ejemplares que valen la pena ser compartidos”  en la próxima Bienal de Venecia de 2016 bajo la dirección del arquitecto chileno Alejandro Aravena.

Si bien los años 1960 nos aportaron la base metodológica para incorporar la participación en la creación de la ciudad y la arquitectura, en estos primeros años del Siglo XXI las experiencias y las propuestas de arquitectura social han tomado la iniciativa principalmente en las ciudades. El acceso a la información y el creciente aumento de las redes de comunicación está permitiendo una difusión y réplica de acciones inéditas hasta ahora. Experiencias de pequeña escala como el Parking Day, el Wall People o los Paseos de Jane han adquirido una dimensión global, en concordancia con grandes fenómenos altermundistas económicos, sociales o políticos como el Foro Social Mundial, las Primaveras árabes o los Indignados europeos.

También existe un uso ―y también un abuso― de la cartografía de la participación ciudadana que se traduce en mapas colaborativos basados en los SIG y los Open Data. Muestra de ello son grandes redes sociales vinculadas a las ciudades ―ciudades lentas, en transición, por el clima, por la bicicleta― y otras redes que mapean el mundo como el Open streetmap. Si nos centramos en el campo de la vivienda el abanico de experiencias se abre todavía más para dar cabida a las muchas surgidas tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Así basta asomarnos a la redes como Arquitecturas Colectivas o la Federación de Arquitectura Social, para tener un mapa bastante completo de diferentes colectivos y experiencias que están acercándose a este tema tanto virtualmente como a pie de calle.

Con respecto a la escala de las intervenciones el ya conocido lema de “pensar globalmente y actuar localmente” referido a la simultaneidad entre la pequeña y la gran escala, en la arquitectura y el urbanismo traslada esa idea de zoom que va desde la resolución de un detalle constructivo o una experiencia participativa barrial,hasta la intervención en el planeamiento estratégico de la ciudad. Con respecto al tiempo, las experiencias abarcan desde aquellas que diariamente se desarrollan en los barrios y calles de las ciudades de todo el mundo, frente a otras experiencias que suceden virtual y simultáneamente en diferentes partes del mundo. En cualquier caso el listado de experiencias participativas sería interminable. Para concluir baste decir que la participación ciudadana es una oportunidad ―que se le brinda al urbanismo y a la arquitectura― para poder acercarnos con mayor profundidad a los problemas de la ciudad; pero de la misma manera el urbanismo y la arquitectura son una oportunidad ―que se brinda al mundo de la participación― para lograr una mayor implicación de la ciudadanía en los problemas que le afectan.


[1] Agenda 21, 1992; Carta de Aalborg, 1994; Convenio de Aarhus, 1998.

[2] ARNSTEIN, Sherry R. (1969). “A Ladder of Citizen Participation,” en JAIP, Vol. 35, núm. 4, julio, pp. 216-224.

[3] Hablamos de HART, Roger (1993). La participación de los niños: de la participación simbólica a la participación auténtica. Bogotá: UNICEF; PRETTY, Jules et al.(1995). A Trainer’s Guide for Participatory Learning and Action. Londres: International Institute for Environment and Development; PATEMAN, Carole (1970). Participation and democratic theory. Cambridge: Cambridge University Press; GYFORD, J. (1991). Citizens, Consumers and Councils, Local Government and the Public. Londres: Macmillan; FOLGUEIRAS, Pilar (2005). De la tolerancia al reconocimiento: programa de formación para una ciudadanía intercultural. Tesis doctoral dirigida por Margarita Bartolomé y Flor Cabrera, Universidad de Barcelona.

[4] MULLAN, Eugene: “De las islas a las tierras altas de Escocia: experiencias de participación ciudadana en la práctica”, en HERRERO, Luis Fco. (ed.) (20025). Participación ciudadana para el urbanismo del Siglo XXI. Valencia: ICARO, p.72.

[5] MONTANER, Josep Maria (1999). Después del movimiento moderno: arquitectura de la segunda mitad del siglo XX. Barcelona: Gustavo Gili, p.137.

[6] BENÉVOLO, Leonardo (1999). Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: Gustavo Gili, p.11.

1 Comment

  1. Jose Azpeitia

    ¿Cual es la fecha de publicación del artículo?

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