La razón del cliente. Curutchet y Le Corbusier

Yo le pedí un marco para mi colección. Usted me ha dado un poema de muros.
¿Quién de nosotros dos ha sido el más culpable?”

Raoul La Roche, coleccionista de arte y cliente, a Le Corbusier.


Cuando escuchamos que el “cliente siempre tiene razón”, en general estamos en presencia de algún conflicto o malestar. Por lo general, si el cliente de un arquitecto cree tener la razón y lo dice, es porque entiende que algo no estuvo bien.

Pero en algunos casos la razón, esa parte de verdad y justicia que lo asiste, cambia de sentido.

La relación de Le Corbusier con sus clientes, en muchos casos, no fue especialmente feliz. En las historias de las casas La Roche, Stein, Cook o Savoye, es común encontrar penosos relatos de problemas con los detalles de construcción o largas cartas con preocupaciones por los costes que superan las previsiones iniciales. Lo curioso, sin embargo, es que no se consignan antecedentes de que alguno de ellos haya cuestionado a LC por las decisiones fundamentales de sus proyectos, por sus ideas o por que se sintiesen, en algún aspecto, decepcionados por el resultado final conseguido.

Por el contrario, parece que mientras el tiempo iba pasando, se producía en ellos una transformación en la valoración global del proyecto o, quizá más sorprendente aún, una evolución en su propia esencia, en la razón del cliente, pues comenzaban a interpretar su propio proyecto, su casa, como un objeto que trascendía su destino primario destinado a resolver su vida familiar, para el de contribuir al pensamiento disciplinar y al mundo del arte.

Es decir que el cliente ya no se sentía sujeto individual, sino que ahora compartía, con la sociedad, un nuevo y trascendente sentido de la obra.

Parece que ese ha sido el caso de Pedro Domingo Curutchet. Su casa en La Plata (Argentina) es la única vivienda proyectada por Le Corbusier construida en América, es uno de sus más bellos y poéticos trabajos, y conjuntamente con el Carpenter Center de Cambridge en EEUU, una de las dos únicas obras proyectadas exclusivamente por el famoso arquitecto suizo que llegaron a materializarse en América.

La complejidad del programa, resuelta por Le Corbusier en un periodo muy corto de tiempo con extraordinaria inteligencia y plasticidad, llegará a conformar uno de sus proyectos para vivienda más interesantes.

A finales de la década del cuarenta, Curutchet, un médico cirujano del interior, decidió volver a la ciudad de La Plata, en donde había cursado sus estudios, y construir una nueva vivienda para él y su familia que incluyera además su consultorio profesional.

Poseedor de un espíritu académico de investigación y, a su vez, de un gran entusiasmo por la experimentación práctica en su disciplina quirúrgica, Curutchet se identificó con los creadores de la Modernidad, a quienes admiraba profundamente.

“Yo le escribí desde La Plata a un arquitecto de Buenos Aires, diciéndole lo que yo quería, y no me contestó. No me pregunte su nombre porque no lo recuerdo: era un arquitecto que publicaba mucho en ese tiempo.

Me puse a estudiar más de cerca el tema y era un lugar tan bien ubicado, en el Paseo del Bosque, que para ser bien explotado podría serlo aún más con un arquitecto moderno, un hombre de las ideas de Le Corbusier”1.

De ahí su interés en acercarse a la nueva arquitectura e intentar una experiencia en su propia casa, y que encargara el proyecto al arquitecto de más trascendencia de la época, quien seguramente representaría los sueños e ideales de su tiempo.

En el mes de agosto de 1948, viajó a París su hermana con una carta y consiguió entrevistarse con Le Corbusier el 2 de septiembre para proponerle el trabajo. Pocos días más tarde, Le Corbusier aceptó el encargo; definió sus honorarios, las condiciones de pago y los tiempos estimados para su trabajo, y enfatizó su entusiasmo por el desafío formulado.

“Me complace realizar este trabajo porque su problema es el típico de una pequeña casa que siempre ha suscitado todo mi interés. Su programa, la casa de un médico, es extremadamente atractivo desde el punto de vista social.

Estoy interesado en la idea de hacer de su casa una pequeña construcción doméstica como una obra maestra de simplicidad, funcionalidad y armonía”2.

Pero la relación del cliente con su arquitecto y con Amancio Williams, su director de obra, constituye una historia paralela a la obra misma, cargada de entusiasmos y frustraciones, aclamaciones e inevitables infortunios, que en muchos momentos hizo peligrar la construcción. Cuando comienza su trabajo, Le Corbusier formula a su cliente algunas dudas sobre la mejor disposición del consultorio en el conjunto y Curutchet contesta inmediatamente:

“Respeto su máxima libertad de composición. Quiero agregar que el solo anuncio que un maestro de su importancia proyectará mi casa ha producido un enorme interés y expectativa entre la gente culta y el ambiente intelectual de la Plata”3.

A finales de mayo de 1949, Le Corbusier termina el proyecto y se lo envía a su cliente. La documentación se compone de 16 planos, 12 fotografías de la maqueta y una extensa memoria descriptiva.

Días más tarde, en cuanto Curutchet puede apreciar el trabajo, le contesta con una nota que quedará en la historia como un modelo de satisfacción del cliente:

“…pero después de esta primera impresión miro, y en cada detalle descubro un nuevo interés, un nuevo espejo de diáfana belleza intelectual.

Desde ahora comprendo que viviré una nueva vida, y más adelante espero asimilar plenamente la sustancia artística de esta joya arquitectónica que usted ha creado”4.

A la hora de comenzar la construcción, Amancio Williams y su equipo necesitaron desarrollar una profunda interpretación y representación del proyecto, ajustando el anteproyecto del maestro suizo a términos constructivos, en un riguroso trabajo5, que suscitó las primeras quejas de Curutchet.

“Si la situación tarda demasiado en definirse, hasta pienso en la sacrílega posibilidad de abandonar el hermoso proyecto de Le Corbusier y hacer más adelante una casa de más fácil ejecución. La determinación es tremenda por muchos aspectos: por ser la renuncia al merecido descanso y a la vuelta a los centros de cultura, por Ud. que ha puesto su inteligencia y desinterés y por el mismo Le Corbusier que felizmente ignora todo esto6.

Casi un año después, la obra se puso en marcha, y en cuanto el cliente la ve avanzar, entusiasmado, escribe a su arquitecto:

“Después de haber superado obstáculos de todo género, la obra se hace y probablemente antes de marzo esté terminada.

A medida que la obra toma cuerpo y podemos apreciar su genial concepción, la comprendemos mejor como una música profunda cuando se escucha varias veces”7.

Pero su alegría se acaba más temprano que tarde, y pierde la paciencia amenazando a Williams con una carta que más tarde motivará su lamentable desvinculación de la dirección de la obra:

“Acabo de ir a La Plata y visitar la obra. Vuelvo completamente desalentado de la lentitud de los trabajos. Eso es para un futuro lejano e incierto. No hay plazo establecido ni prometido, toda vaguedad. Sin obligaciones para nadie, como no sea la mía de pagar y aceptar las cosas como vengan.

Solo puedo y acepto continuar bajo esta condición: que mi casa esté lista para habitar en marzo de 1952. Es un plazo factible, razonable, incluso normal.

En consecuencia, si Ud. por cualquier motivo, causa, razón o impedimento, no puede concretar y garantizar la ejecución en esa fecha señalada, me veré en la perentoria y deplorable necesidad de prescindir desde este mismo momento de su concurso como Director de la obra”8.

Aunque la obra estaba muy avanzada, debieron pasar otros cuatro años para que otros dos directores de obra mediante, Simón Ungar y Alberto Valdéz, la casa se terminara.

“Prefiero no hablar de la construcción de la casa de Le Corbusier, que salvo rarísimas y muy honrosas excepciones es para olvidar, pues va de la desesperación al infarto.

La casa se hizo, no la hice, la hicieron…”9.

En diciembre de 1955, tras un largo tiempo de inconvenientes, retrasos, desajustes y angustias, la casa se terminó de construir y estuvo lista para ser habitada, para trasponer el estado de un mero espacio físico a un lugar habitado. Pero lo paradójico es que luego de tantas adversidades, el cliente comenzó a trasladar la propiedad de su casa a su arquitecto, y empezó, a partir de entonces a referirse a ella conceptualmente como “la casa de Le Corbusier”.

“…la obra es visitada por estudiantes y profesionales de todo el mundo.

Esta es “la casa de Le Corbusier” y me honra ser su propietario.

Así lo digo y quiero que se repita. Usted puede hacer cualquier indicación que será cumplida y agradecida.

Es y seguirá siendo su casa”10.

En este “proyecto-resumen”, Le Corbusier formula una serie de relaciones nuevas entre exterior e interior, entre público y privado, entre clima y arquitectura, en las que la luz juega un papel preponderante y que ha sido una fuente de largas controversias.

“A mi padre le gustaba, entre otras cosas, la prolongación que se producía desde la casa al exterior, hacia una hermosa plaza arbolada y el bosque de La Plata. Lo que menos le gustaba era el sol y el calor que en verano eran intolerables.

La luz entraba a raudales. A mí me molestaba mucho y para dormir tenía que cubrir mis ojos”11.

¿Cómo vivieron los Curutchet? ¿Habitaron la Casa? Este es un interrogante capital, ya que más allá de su admiración por el proyecto, no hay estudios ni documentación alguna que analice la obra en funcionamiento, es decir, desde el momento que es habitada.

En este sentido, dice Heidegger que el hombre debe aprender a habitar, a vivir en un espacio propio, esto es, en un interior protegido y de solidaridad entre sus habitantes.

Aparentemente no fue este el caso. Curutchet no logró habitar la mejor casa de todos, la suya, la que había encargado a su ídolo moderno. Podemos decir que fue un inhabitante. Quien habita sin poseer, sin estar, sin hacer, sin poder.

Evidentemente no había relación entre los sueños de quienes se imaginaron la casa y la realidad de quienes intentaron habitarla, pues la familia Curutchet no consiguió formarse su propia “construcción mental” en la experiencia que caracteriza el espacio habitado, “vivido”.

Podemos decir que la forma de vida que imaginaba Le Corbusier para la familia del siglo XX no coincidía precisamente con la manera de vivir de los Curutchet, pues la mirada del maestro se anticipaba cincuenta años. No era una casa solo para él y su familia, era también un manifiesto arquitectónico que sería difícil de asimilar.

“Es un poco la tiranía de la arquitectura, las ideas de los arquitectos a veces tiranizan la vida del propietario, lo obligan a vivir con conceptos, a veces teóricos; la vida no quiere abstracción, ver la luz solo por la luz, o los planos o los volúmenes, sino por la psicología del habitante”12.

Pedro Curutchet vivió con cierta constancia en la casa durante muy pocos años. Luego volvió a Lobería definitivamente y la casa quedó al cuidado de un familiar por algún tiempo para luego cerrarse definitivamente durante más de veinte años.

“Hoy en día, cuando mis padres van a La Plata, no duermen en la casa, se hospedan en un hotel”13.

Aún así, la comprensión del sentido de este mensaje moderno fue generosamente aceptado por el cliente y durante el resto de su vida, cuando hablaba de la casa, solo dedicaba grandes halagos hacia el proyecto allá donde le preguntaban o donde podía, y se olvidaba de sus privaciones personales.

Podemos decir que le debemos al cliente, a la tenacidad de Amancio Williams, a Simón Ungar, a Hugo Sarraillet y a muchos otros, pero fundamentalmente a Curutchet, el poder disponer de este magnífico texto arquitectónico original, un testimonio del intenso pensamiento de uno de los grandes maestros de la arquitectura, sin cambios, sin modificaciones, sin ajustes ni adecuaciones a su forma de vida. Un nítido mensaje corbusierano a nuestra disposición.

Es un buen momento para darle la razón al cliente, y agradecérselo.

Notas:

(1) Pedro Curutchet a Daniel Casoy, en “Arquitectura Bis”, nº2. Barcelona. 1983

(2) Carta de Le Corbusier a Pedro Curutchet del 7 de septiembre de 1948. FLC

(3) Carta de Pedro Curutchet a Le Corbusier del 24 de febrero de 1949. FLC

(4) Carta de Pedro Curutchet a Le Corbusier del 12 de junio de 1949. FLC

(5) De este trabajo nos ha quedado una extensa documentación en croquis, esquemas y cuidados detalles a escala de construcción, constituida por más de 200 planos de gran formato, recientemente publicados en El autor y el intérprete. Le Corbusier y Amancio Williams en la casa Curutchet, ediciones 1:100, Buenos Aires, 2011.

(6) Carta de Pedro Curutchet a Amancio Williams del 9 de noviembre de1949. AW

(7) Carta de Pedro Curutchet a Le Corbusier del 30 de julio de 1951. FLC

(8) Carta de Pedro Curutchet a Amancio Williams del 11 de octubre de 1951. AW

(9) Carta de Pedro Curutchet a la Sociedad de Arquitectos de La Plata del 19 de marzo de 1986. CAPBA1

(10) Carta de Pedro Curutchet a Le Corbusier del 28 de diciembre de 1956. FLC

(11) Reportaje a Leonor Curutchet por Daniel Merro Johnston del 23 de marzo del 2005.

(12) Pedro Curutchet a Daniel Casoy. Arquitectura Bis Nº2. Barcelona. 1983

(13) Alcira Curutchet a Daniel Casoy. Arquitectura Bis Nº2. Barcelona. 1983

Daniel Merro Johnston es arquitecto por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y Doctor en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid. En la actualidad desarrolla su actividad profesional en Madrid y es profesor asociado en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alcalá de Henares.

2 Comments

  1. Que gran elenco de situaciones y adversidades… como la propia arquitectura.

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