Mercado turístico y recreación del pasado

La transformación de la ciudad de Barcelona en espacios tematizados para el consumo turístico comenzó a planificarse en las primeras décadas del siglo XX. A pesar de ser un proceso propio de la actual sociedad de servicios, la burguesía catalana tuvo como objetivo colocar la capital en un lugar destacado dentro del mapa de las ciudades mediterráneas más atractivas. Para ello se propuso eliminar los conflictos sociales del centro de la ciudad y convertir la zona más representativa del casco viejo en un espacio monumental, repleto de elementos aparentemente antiguos. Lo que hoy se conoce como barrio Gótico fue en realidad construido entre 1927 y 1970. Edificios y elementos antiguos fueron trasladados al barrio desde otras partes de la ciudad; construcciones originales fueron restauradas en estilo gótico y el ambiente fue modificado para que armonizara con la nueva historicidad creada.

Pero si en un principio la reinvención de la ciudad histórica había surgido como un proyecto de la burguesía local con el fin de exhibir la arquitectura nacional catalana, en la práctica las obras solo pudieron justificarse por los ingresos que generaría el nuevo turismo urbano, el cual gusta de contemplar edificios de apariencia antiguos, sean o no originales. Por lo tanto, nos proponemos analizar el uso político del pasado y su posterior conversión en una mercancía cualquiera. Este fenómeno constituye una de las características de la ciudad-empresa, donde la necesidad de atraer inversiones y flujos de capital obliga a las ciudades a construir una seductora imagen de marca[1].

De la apertura de la vía Layetana a la exposición de 1929

En 1908 comenzaron los derribos que dieron lugar a la construcción de la actual vía Layetana. Después de cinco años de demoliciones, una avenida longitudinal dividía en dos la totalidad del centro histórico. Desde el comienzo de las obras, el Ayuntamiento se guardaba el derecho de decidir si valía la pena conservar restos de construcciones históricas antes de ser destruidos. El sistema de conservación de monumentos establecía que la mejor opción para conservar un elemento determinado era su custodia y exhibición en un museo, y este era el uso que se le daría a los fragmentos que no iban a ser demolidos. Sin embargo, ante la cantidad de piezas y materiales antiguos que se iban depositando en almacenes municipales, ya que incluso se desmontaron fachadas enteras, en 1908 el arquitecto Jeroni Martorell proponía que “cerca de la Catedral podría reconstruirse todo aquello [componiendo] un conjunto que sintetice el arte de la vieja Barcelona”[2]. La idea de formar un conjunto con materiales antiguos en los alrededores de la Catedral hay que relacionarla con las propias obras de la fachada del edificio, realizadas entre 1887 y 1912.

En 1911, en el debate surgido sobre qué hacer con los elementos antiguos seleccionados, el político Ramón Rucabado proponía directamente que con todo ello se debería construir un barrio gótico[3]. En realidad no hacía más que sintetizar lo que diferentes corporaciones artísticas, empresariales y políticas venían exigiendo desde el inicio de la reforma interior: eliminar las viviendas degradadas que abundaban en la zona y sustituirlas por construcciones neomedievales. Al mismo tiempo, proponía crear un recinto delimitado por puentes colgantes neogóticos, trasladar a esta zona las fachadas que se habían desmontado, así como eliminar las aceras, el tráfico y decorar el entorno por medio de una escenografía historicista.



En una época en donde el turismo urbano comenzaba a ser explotado en el resto de Europa, la justificación para este tipo de reconstrucciones resultaba explícita, y el mismo Martorell señalaba que “lo que pudiera costar de más, si algo fuese, sería un capital que reeditaría un interés crecidísimo; los turistas, los extranjeros, tendrían mayores motivos para venir a Barcelona a dejar su dinero”[4]. De hecho, en 1908 se había creado la Sociedad de Atracción de Forasteros (SAF); institución formada con capital mixto (público-privado) y que tenía como principal objetivo promocionar Barcelona como destino del sur del Mediterráneo. Pero si el turismo se desarrollaba en lugares donde la historia monumental se había conservado, tanto en Estados Unidos como en Europa comprendieron que sería posible fabricar la antigüedad que atrajese al visitante. Por lo tanto, poseer un centro histórico monumental se planteaba como una condición indispensable para aspirar a formar parte de la lista de ciudades visitables, con lo que la SAF reclamaba constantemente comenzar con la reconstrucción del barrio de la Catedral.

Uno de los mayores logros de la SAF, así como de políticos y empresarios locales, fue impulsar la Exposición de 1929. Desde el siglo XIX, Barcelona ha acogido grandes acontecimientos con el fin de acelerar la circulación de capital y poder impulsar el desarrollo de la ciudad capitalista. También, a principios del siglo XX, la exposición no representaba un fin en sí misma, sino que constituía un medio para conseguir los objetivos que la burguesía local había planteado y, así, agilizar las aspiraciones de convertir Barcelona en la ciudad soñada. Los comentarios de la SAF hacían referencia a las ventajas y al provecho que la ciudad podía sacar de la exposición, pero no trataban sobre la exposición misma. De esta manera, en 1927 comenzaban las obras de lo que a partir de entonces se conocerá como barrio Gótico, “aumentando los encantos que siempre ha tenido Barcelona y enriqueciéndola para que su fama y su prestigio se afiancen ante los numerosos extranjeros que vendrán con motivo de la Exposición Internacional”[5]. En una época en donde los empresarios locales comenzaban a comprender las ventajas del marketing urbano, un comentarista de la exposición afirmaba sobre Barcelona: “introduzcamos en el mercado internacional esta nueva marca de turismo y no dudéis: si la nueva marca se elabora bien y se lanza públicamente el producto se venderá y el negocio estará asegurado”[6].

Algunas intervenciones en el barrio Gótico

Desde el golpe de estado de Primo de Rivera en 1923, la Diputación de Barcelona pasó a ser presidida por Milà i Camps, uno de los banqueros catalanes más influyentes del primer tercio del siglo XX. En 1922 había propuesto cerrar el barrio de la catedral por medio de un enrejado artístico y monumentalizar los edificios que quedarían dentro del recinto. Este tipo de intervención espectacular pudo llevarla a la práctica cuando, en 1927, la Diputación comenzó a restaurar las Casas de los Canónigos, un conjunto de origen medieval que se encontraba detrás de la catedral. Milà i Camps encargó a Jeroni Martorell un proyecto de restauración, quien intentó recuperar el aspecto primitivo del edificio, es decir, devolverle la imagen que alguna vez debería haber tenido en la Edad Media. A pesar de que el proyecto de Martorell era más bien una hipótesis historiográfica y que se construiría con elementos antiguos que se habían recogido en la apertura de la vía Layetana, en general el resultado guardaba cierta sobriedad. Sin embargo, Milà i Camps mandó rehacer el proyecto, e introdujo elementos propios del gótico nórdico y redecoró en exceso el conjunto.

El palacio de la Generalitat se encuentra en frente de una de las fachadas de las Casas de los Canónigos y, por petición de Milà i Camps, el arquitecto Rubió i Bellver diseñó el puente neogótico que se construyó en 1928 y que une los dos edificios señalados. La crítica consideró el puente como excesivo, sobre todo porque se basaba en un estilo que no concordaba con la sobriedad del gótico catalán. Por el contrario, la SAF consideraba las obras como una oportunidad para que Barcelona aumentase su “categoría artística y hasta su prestigio de antigüedad”[7]. Cuando el mercado se hace cargo de la puesta en valor de los monumentos, la autenticidad disminuye automáticamente. El falso histórico, aunque resulte inaceptable desde otros puntos de vista, es consentido y está hasta promovido por la industria turística.

Por otra parte, también desde 1927, el Ayuntamiento comenzaría a intervenir sobre todos los edificios de su propiedad que se encontraban en el barrio, y a obligar a los propietarios de inmuebles no antiguos a que “armonizasen” sus fachadas con las del resto del entorno. El arquitecto municipal Adolf Florensa dirigiría las intervenciones prácticamente hasta su muerte, en 1969. De todas ellas destacan las efectuadas en el Palacio Real y la plaza del Rey. Hay que tener en cuenta que Ciutat Vella era un espacio degradado y abandonado por la inversión inmobiliaria desde que la burguesía se marchó al ensanche. Por este motivo, en el centro habitaba la población con menos recursos de la ciudad, pero desde el punto de vista de la burguesía era necesario expulsarla a otros barrios periféricos si se pretendía que el barrio fuese un reclamo turístico. En este sentido, todas las propuestas que se presentaron incluían eliminar las viviendas que existían para sustituirlas por construcciones neogóticas o para trasladar otros edificios antiguos en su lugar. Esta última fue la opción adoptada en la plaza del Rey cuando, en 1928, comenzaron a derribar unas viviendas del siglo XIX para posteriormente colocar en su lugar la llamada casa Padellàs, edificio del siglo XVI y que había quedado al otro lado de la vía Layetana rodeado de construcciones modernas.

Las intervenciones que Florensa dirigió durante casi 40 años fueron muy numerosas. En la plaza de Sant Felip Neri, por ejemplo, trasladó dos fachadas del siglo XVI que habían sido desmontadas con la apertura de la vía Layetana. Intervino sobre la muralla romana, sobre todos los edificios más emblemáticos de la calle Montcada o incluso creó fachadas neomedievales en construcciones del siglo XVII. En su libro Política del barrio Gótico resumía en tres puntos su manera de actuar: restauración [en estilo] de los restos conservados, traslados de edificios a la zona y armonizar el resto con elementos neomedievales. El objetivo de estas obras puede resumirse en una frase suya: “esta cantidad de monumentos, en un espacio tan restringido, dan como resultado un ambiente de una «densidad» histórica y emocional tremenda, que sobrecoge al visitante sensible y le produce impresiones inolvidables. Por esta razón su visita se ha convertido en imprescindible para todo turista”[8]. El objetivo de la puesta en valor se presentaba como un instrumento para dotar a la ciudad de un reconocimiento histórico-artístico que nunca había tenido. En la creación de esta imagen de marca, el derribo de las construcciones vulgares potenciaría la acumulación de elementos antiguos, e hizo realidad uno de los objetivos de la SAF, ya que como diría el propio Florensa, “a pesar de algunas críticas, es evidente que con estos trabajos el prestigio histórico y monumental de Barcelona ha ganado mucho”[9].

Barcelona parque temático

La recuperación del pasado monumental que se inició con la Revolución francesa ha pasado por dos fases: una etapa inicial en la que los nacionalismos comenzaron a reeditar la historia, y una segunda etapa en la que dicha historia fue exhibida como medida de promoción urbana. Esta evolución, que caracteriza el paso de la modernidad a la posmodernidad, o de una sociedad industrial a la actual de servicios, ha sido común en todo Occidente, aunque no se haya producido contemporáneamente en todos los casos. El monumento, por lo tanto, ha pasado de ser un elemento clave en la construcción de la identidad nacional a constituir una ventaja competitiva en el mercado internacional de ciudades.

Tanto los nacionalismos como la historia convertida en recurso turístico acudieron a la misma herramienta en el momento que pudieron transformar los edificios, es decir, a la restauración monumental. Cuando los nuevos estados nacionales ―o en el caso de Cataluña, la burguesía nacionalista― se vieron ante la necesidad de revisar la historia, el hecho de seleccionar algunos monumentos y reconstruirlos según la nueva versión del pasado constituyó un requisito inevitable para legitimarse. Al mismo tiempo, si para la creación de la ciudad moderna también era ineludible poseer un atractivo centro histórico, la restauración en estilo creaba expresamente valor de antigüedad, y construía espacios pintorescos y seductores que, desde el punto de vista documental, nunca son auténticos.

Los parques temáticos se caracterizan por crear historicidad. Se parte de la base de que existe una demanda de productos históricos, y con el fin de atraer a este sector de consumidores se recrean espacios de apariencia antiguos. Donde más han florecido ha sido en Estados Unidos, de donde proviene el propio concepto. País sin historia urbana medieval, comprobaron que el visitante salía igualmente satisfecho de una visita a monumentos históricos aunque estos solo fuesen copias. Es el valor de antigüedad por antonomasia, y sin tabúes. Los autores que han estudiado estos espacios coinciden en que su construcción se desarrolla gracias a la aplicación de tres procedimientos básicos: restauración en estilo de los restos conservados; traslado de edificios originales o partes de ellos, y recreación del entorno con la eliminación de edificios sin apariencia antigua sustituidos por otros nuevos en estilos históricos. En definitiva, tanto los objetivos del parque temático como los procedimientos para conseguirlo coinciden con lo que Florensa llamaba “política del barrio Gótico”. Con el fin de potenciar la “densidad monumental”, resumía su actuación en tres reglas que, en última instancia, son las mismas que se utilizan para la construcción de este tipo de espacios historizados.

El turismo es una industria que responde a la ética y a la estética del mercado. La historia se simplifica, se estereotipa y se lanza como un pack sugestivo y fácil de consumir. Desde la industria turística se sostiene que “si la autenticidad es el exacto reflejo del pasado mediante su arquitectura, entonces una hábil reconstrucción puede ser más auténtica que unos restos esparcidos”[10]. Lo que demuestran estas afirmaciones es que para el mercado turístico un edificio será más auténtico cuanto mayor sea su apariencia de antigüedad, independientemente de que la antigüedad sea una recreación estilística. Esto es así porque se entiende que cuanto más histórico parezca el producto, este será más consumido. La autenticidad, en este caso, se refiere a una experiencia auténtica, a la diversión que proporciona el espectáculo.

Riegl ya sospechaba en 1903 que el culto por el valor de antigüedad traería consecuencias imprevisibles, y que entraría en contradicción con el valor histórico, es decir, con la función documental del monumento. Existen intereses contradictorios que impiden un acuerdo: los de la historia en sí misma y los de la historia convertida en mercancía. Aunque si consideramos que el tipo de relación capitalista domina cualquier tipo de relación social, en la práctica resulta evidente cuál de los dos intereses es el predominante.


[1] Para un estudio más detallado ver: CÓCOLA GANT, Agustín. El Barrio Gótico de Barcelona. Planificación del pasado e imagen de marca. Barcelona: Ediciones Madroño, 2011.

[2] MARTORELL, Jeroni. Informe al alcalde de Barcelona. Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona (Documentación Personal, Caja 9, Carpeta 20, Folio 137), 1908.

[3] RUCABADO, Ramón. “Un barrio gótico en Barcelona”. La Cataluña, nº 189, 20 de mayo, 1911, pp.308-311.

[4] MARTORELL, Jeroni. “Reforma interior de Barcelona. Exposición al Excmo. Ayuntamiento”. La Cataluña, p. 307, nº 189, 20 de mayo, 1911.

[5] “Obras de urbanización y embellecimiento”, Barcelona Atracción, p. 188, nº 204, junio, 1928.

[6] SERRA I ROCA, Josep. “Les marques de turismo”. La Veu de Catalunya, p. 5, 22 de diciembre, 1929.

[7] “Nuevas mejoras urbanas”. Barcelona Atracción, nº 190, abril, 1927.

[8] FLORENSA I FERRER, Adolf. “La Barcelona que surge. Valoración del Barrio Gótico”. Gaceta Municipal de Barcelona, p. 629, 19 de junio, 1950.

[9] FLORENSA I FERRER, Adolf. “Restauraciones y excavaciones en Barcelona durante los últimos veinticinco años”. Cuadernos de Arqueología e Historia de la Ciudad, p. 21, nº 6, 1964.

[10] ASHWORTH, Gregory John & Tunbridge, J. E. The tourist-historic city, p. 24. London & New York: Belhaven Press, 1990.

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