Reflexiones

-Are you tired?

– Oh yes. I´m tired… of everything except the… the music.

(Dexter Gordon en Round Midnight)

Y de la arquitectura. Resulta increíble pensar que, a pesar de que un terremoto arrase una isla entera, que un volcán entre en erupción y colapse Europa, que nadie pueda decir más de tres palabras seguidas sin intercalar “crisis” por en medio, que la política estatal sea un chiste, que en Barcelona está todo prohibido, que a los futuros arquitectos nos compliquen el camino profe sional con planes universitarios incoherentes…resulta increíble pensar que a pesar de todo esto, nos emperremos en continuar estudiando arquitectura. Nadie cierra el chiringuito, nadie dice “se hunde el mundo, apaga las luces y vámonos”.

Nadie se retira del juego. Para nada, lo comentamos en el bar, por la mañana con un café y un croissant o un carajillo y un pitillo, y por la tarde con los amigotes y unas cervezas o un buen gin-tonic de pepino: “parece que se acaba el mundo” y respondemos “sí…¿has terminado la entrega de mañana?” o “Barcelona está hecha  un infierno” y asentimos con la cabeza y añadimos “sí…¿quedamos para ver el futbol esta noche?” o “a los arquitectos nos cierran las salidas profesionales” y con una mueca de pena continuamos con un “sí…este verano se llevan los mocasines”. No se puede negar que algo está ocurriendo. Los arquitectos preferimos encerrarnos delante del ordenador y continuar con el render que no hemos terminado, para que al día siguiente, sin dormir, ir a presentar a clase y que el profesor te tumbe el proyecto en un abrir y cerrar de ojos sin piedad y con cierto desdén. Y aún así, muchos continuamos con la arquitectura.

Este artículo pretende entrelazar tres reflexiones algo pedantes sobre el estado actual de la vida de un estudiante de arquitectura. No pretende ni profundizar en dichos temas, ni descubrir nada oculto. El objetivo de este artículo es lanzar este tríptico para que cada uno lo piense en su casa y  luego lo desarrolle en el bar, justo antes de continuar hablando de la entrega, del fútbol o de los mocasines.

Un caso de decepción urbana.

Abramos un periódico por cualquier hoja y la mayoría de las veces sentiremos rechazo, luego decepción y luego frustración.

Nos es difícil ya identificarnos con los representantes sociales. La política se ha convertido en un juego de escándalos y corrupciones. Ineficaces, ridículos, grotescos. ¿Dónde están esos líderes románticos que se alzan, en tiempos de tinieblas, para orientar los pasos de los hombres?

Y, además, estamos decepcionados con Barcelona. Esa ciudad perfecta para visitar, para enseñar a los amigos extranjeros, para alardear. Ese pequeño espejismo mediterráneo se ha convertido en una trampa para los que la habitan.

Porque Barcelona es ya la ciudad de las prohibiciones. Pocas cosas están permitidas. Las iniciativas espontáneas se ven coartadas por complicados y restrictivos sistemas burocráticos. Los cuerpos de orden y de seguridad son ineptos para mantener el orden y la seguridad, pero extremadamente eficaces oprimiendo de forma arrogante a los ciudadanos ordinarios.

Apenas se abren nuevos bares, los locales y los restaurantes cierran, las empresas se van a otras ciudades más permisivas. Un sector social joven se ve castrado y frustrado por un entorno que no le es favorable. El modelo de jóvenes que viven en casa de sus padres no ayuda. Porque las decisiones interesantes se toman por la noche, en un encuentro fortuito en una fiesta en casa de alguien. Luego ya se trabajará la idea y desarrollará a luz diurna, pero la génesis es puntual. Ahora bien, los grupos son cerrados, nadie quiere arriesgarse a invitar a gente que no conoce a casa de sus padres, o a su propia casa bajo temor de unos vecinos de desmesurado poder, y que normalmente no tienen nada mejor que hacer que impedir que el prójimo se divierta más que ellos. Todo ello hace que una franja social esté frustrada.

Barcelona es un espejismo, que se esfuma, que se desmetropoliza hasta convertirse en un aburrido pueblo grande. Barcelona ya no es una ciudad donde puede ocurrir cualquier cosa, sino una ciudad donde todo es posible, pero nada está permitido.


Dexter Gordon


La generación híbrida.

Somos una generación híbrida. A medio camino entre la calle y el ciberespacio. En primer lugar, somos muchos los que sabemos que hemos tenido una génesis sobreprotegida. La calle nunca ha sido nuestro lugar de aprendizaje. Esa selva que nos describen con nostalgia los padres que nos la prohibieron. La calle es peligrosa. La calle es insegura. No salgas a jugar a la calle. Con suerte, te llevaremos un par de horas al parque, bajo estricta vigilancia.
No, no somos la generación de la calle. Somos la de las clases de taekwondo, el entreno de natación, el patinaje artístico, del partido de balonmano, de la clase de refuerzo de inglés, de la clase de esquí los fines de semana, de violín, de piano, de artes plásticas. Somos la generación de la saturación de actividades extraescolares. Y ya no tenemos sentido del barrio, de la tribu o del territorio. De ese pequeño simulacro de ciudad en que uno agudiza el ingenio y aprende a socializarse. Es difícil no identificar todo ello como origen de muchos problemas socio-urbanos de una juventud. Sin ir más allá, por ejemplo, el fenómeno que por suerte en Barcelona no es demasiado usual, del botellón en medio de la calle. Cientos de jóvenes invadiendo un espacio urbano. Apoderándose de un fragmento de barrio a las tantas de la noche en subgrupos aglomerados, rodeados de centenares de botellas de alcohol. Muy ingenuos deben ser los padres para no darse cuenta que es una venganza por las clases de taekwondo.

Pero si hay carencias de sociabilización a raíz de la saturación extraescolar, también han aparecido los blogs, los chats, las redes sociales, y los perfiles virtuales para suplirlas. Todo para recrear ese diálogo perdido de dos jóvenes que se encuentran en el barrio. ¿Pero qué ocurrirá con ese edén perdido? ¿Qué ocurrirá con la calle?

A la mayoría de estudiantes de arquitectura se nos ha explicado el espacio público. Soy ateo, no creo en Santa Claus ni en los Reyes Magos. Pero tengo fe. Fe ciega y adoración por la calle y el espacio público, porque es ahí donde se origina el ciudadano. Desde antes del ágora griego… Sí, sabemos la historia. ¿Pero hasta cuándo será esto cierto? ¿Cómo soportará la calle las siguientes generaciones cibernéticas?

Somos una generación híbrida, con un pie en el entorno urbano y las manos en los teclados de los ordenadores. La calle ya no nos ha educado. Es inevitable pensar que el espacio público debe por lo tanto volver a cambiar.

Oda a la arquitectura.

Uno se enamora de la Arquitectura. Sin dificultad y a pesar de todo. Incluso la palabra, arquitectura, tiene una bonita sonoridad. Etimológicamente es tan solo el principal (archós) de la obra (téctōn). Pero entrecerrando los ojos y abriendo la mente, cuando uno piensa en arquitectura se imagina mucho más. Como Proust describiendo gigantescos paisajes a partir de la sonoridad de una palabra, con un mínimo de sensibilidad, al pronunciar la palabra arquitectura, la mente vuela hacia los confines de la tierra, hacia los orígenes más terrenales de los tiempos y de la lucha del hombre por someter a la naturaleza y domesticar el paisaje. Arquitectura. A quien no le gusta decir “soy arquitecto” y recrearse en el delicioso placer de la pronunciación de las consonantes oclusivas [k] y [t]. Incluso en francés o en inglés, cuando dichos sonidos quedan suavizados por el prepalatal fricativo sordo [ch], cómo no extasiarse al responder nuestra ocupación. Architecture (pronúnciese en inglés). Architecture (pronúnciese en francés). Imaginemos ahora la envidia de otras profesiones al pronunciar “ingeniero” o “abogado”. A quién le puede llegar a gustar exclamar tales mundanas palabras. Simplemente el entonar el “bo” de abogado uno ya deforma su cara para poner esa boca de pez tan ridícula, perdiendo todo tipo de credibilidad. Compárese en voz alta: ingeniero, abogado, Arquitecto. Está claro.

La Arquitectura es el fin pero también es el medio. Para empezar,  normalmente, la arquitectura se elige. La familia y el entorno social son cuestión de suerte. Los amigos son encuentros fortuitos que uno debe filtrar y seleccionar. Pero la arquitectura se escoge. Los motivos son variados, pueden hacer saltar lágrimas o transmitir absoluta indiferencia emocional. Pero si no te gusta, la puerta está abierta. Y además, es una carrera absolutamente vocacional. Dudosamente alguien triunfará en la arquitectura si ésta no le satisface emocionalmente. Proyectar es muchas veces resolver un enorme acertijo, una interesante partida de ajedrez contra uno mismo. Los tiempos, los sacrificios, las pérdidas, los callejones sin salida, los errores. Todo eso es parte del proceso proyectual. Y sin embargo, prácticamente nunca decepciona. Casi todos invertimos mucho en cada proyecto, en cada una de las reflexiones que gravitan alrededor de nuestra mente. Pero al final de cada uno de los laberintos, está la satisfacción de unos esfuerzos recompensados. Nosotros podemos fallar. Nuestra familia, nuestros amigos nos pueden fallar. Pero la Arquitectura nunca. En el concepto más místico, en todas y cada una de sus definiciones. Siempre nos quedará la arquitectura. Es el fin y es el medio. Y por eso nos gusta.

Efectivamente, tengo un amigo que está terminando arquitectura. Agotado, dedica las pocas fuerzas que le quedan a acabar su proyecto final de carrera. De vez en cuando, sale de su casa y mira al mundo con ojos fatigados de horas de trabajo. Frunce el ceño permanentemente, mirando a los demás de forma fugaz, justo lo suficiente para criticarlos, o quejarse. Para él nunca nada funciona correctamente. Que si el tráfico. Que si vuelve a llover. Que si los Mossos de Esquadra le ponen una multa. Que si el dependiente de la tienda va muy lento. Que si este cartel tiene una tipografía horrible. Que si en los medios de comunicación son tan poco profesionales. Que si en tv3 visten fatal. Que si nunca aciertan el tiempo por la tele.

Sí, la vida de mi amigo es una lucha constante contra los elementos. Todo requiere para él mucho esfuerzo.  Por eso, me siento en el bar, y le miro a sus ojos agotados y le pregunto si está cansado. Y él, con aire de sorpresa, hace ver que está improvisando su respuesta y contesta: “¿Cansado? Oh sí, estoy cansado… cansado de todo. Menos de la arquitectura.”

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