“Vuela, vuela, vuela, vuela, vuela, vuela…”

“Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y conforme caen, su roja piel se abre. Un viento del norte soy yo para higos maduros ( … ) Nos rodea el otoño y el cielo es puro, y la tarde. ¡Ved qué plenitud hay en torno a nosotros! Y es bello mirar, desde la sobreabundancia, hacia mares lejanos”2.

La literatura, nos dice Italo Calvino, tiene como misión “la búsqueda de la levedad como reacción al peso del vivir3. Ya en las primeras formas de literatura oral, en los antiquísimos ritos contra “la precariedad de la existencia de la tribu –sequías, enfermedades, influjos malignos– el chamán respondía anulando el peso de su cuerpo, transportándose en vuelo a otro mundo, a otro nivel de percepción, donde podía encontrar fuerzas para modificar la realidad3.

1. “Vuela, vuela, vuela, vuela, vuela, vuela…”: De una conversación entre Hannibal Lecter y Clarice Starling en El silencio de los corderos
2. Así habló Zaratustra, Nietzsche.
3. Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino


Ahí están también las antiguas leyendas sobre brujas: “en las aldeas donde la mujer soportaba el peso mayor de una vida de constricciones, las brujas volaban de noche en el palo de la escoba o en vehículos más livianos, como espigas o briznas de paja. Antes de ser codificadas por los inquisidores, estas visiones formaban parte de lo imaginario popular y digamos también de lo vivido”. Hay que estar atentos a esta última frase donde Calvino revela el gran potencial de lo literario: los mundos imaginarios que crea la literatura no son sólo una fábula que acaba cuando terminamos la lectura, sino que traspasan al mundo real al inspirarnos sobre cómo debemos guiar nuestra vida. La literatura ha servido desde siempre para elevar la existencia del hombre contando historias que nos muestran que las privaciones, encaradas con la actitud adecuada, se deshacen como nubes livianas en el cielo.

El deseo de aligerar el espíritu se puede encontrar también en otras artes, como la arquitectura, donde la voluntad de levedad ha estado presente en distintos momentos de la historia.

Imaginemos la sensación experimentada por un habitante de la Barcelona del s.XII al entrar en la recién acabada Sta. Maria del Mar. Acostumbrado a la robustez chata de las iglesias románicas, la configuración que adoptaba la piedra en la nueva basílica debió parecerle increíblemente liviana. Columnas de una esbeltez impensable hasta aquel momento elevaban el techo a una altura colosal como si el peso de la cubierta fuese insignificante. Los pesados muros de carga del románico con raquíticas ventanillas de alabastro se habían transformado en delgadas paredes de piedra, ampliamente perforadas por grandes vitrales. La luz entraba a raudales disolviendo la masividad de las paredes. El templo de Dios ya no era un sitio lúgubre y misterioso donde rezar en la penumbra, ahora toda su magnificencia se nos mostraba de forma clara y evidente.

Uno de los motivos que puede explicar el paso del pesado románico al ligero gótico es el profundo cambio ideológico que se produjo durante el s.XII. La sociedad se apartó del misticismo de los siglos anteriores. El mundo ya no era visto como algo misterioso creado por una inaprensible mente divina, sino que se consideraba que Dios lo había generado mediante leyes racionales que el hombre podía llegar a conocer. De este modo, se revalorizó el trabajo intelectivo lo cual conllevó una transformación de la existencia humana: de una vida basada en el enigma de lo corpóreo se pasó a una vida gobernada por el liviano transcurrir de lo mental. Una desmaterialización de la experiencia que se tradujo en una arquitectura más liviana como la gótica.

Ahora bien, aunque podemos coincidir en que durante la transición del gótico al románico se produjo un aligeramiento de la arquitectura, una construcción gótica como Sta. Maria del mar jamás podrá ser calificada de ligera en la actualidad. Donde un habitante del s.XII veía esbeltos pilares o muros delgados, nosotros vemos anchas columnas de piedra y espesos envolventes; donde él sentía la luz entrando a raudales, nosotros percibimos una inquietante penumbra a la que hemos combatido con la instalación de luz eléctrica, etc.

Esto no significa que el habitante del s.XII estuviera equivocado sino que la percepción de la levedad arquitectónica es temporal. Algo que en el s.XII nos parecía liviano, ahora nos puede parecer pesado. Dicho con más precisión: la mayoría de las estrategias arquitectónicas, que en el gótico remitían a lo ligero, ahora nos parecen pesadas; y aquellas estrategias que aún conservan su levedad como por ejemplo las entradas de luz a través de los vitrales aparecen en el presente en contraposición a los elementos que han devenido pesados.

La inexorable pérdida de ligereza que, con el paso del tiempo, sufre la percepción arquitectónica, me recuerda a la enigmática conclusión de la novela de Kundera La insoportable levedad del ser, según la cual, en la vida, todo lo que elegimos y apreciamos por su levedad no tardará en revelar su peso insostenible. No podemos mantenernos para siempre en la mágica inocencia del placer irresponsable de lo liviano. Debemos asumir que levedad y peso son las dos caras de una misma moneda. Por lo tanto, sólo la aceptación de una cierta dosis de peso en nuestras vidas nos concede el derecho de disfrutar de los encantos de la levedad.

Las tesis kunderianas, trasladadas al terreno arquitectónico, nos llevan a Mies van der Rohe, que defendió a lo largo de toda su carrera que la buena arquitectura se basa en una correcta proporción entre lo pesado y lo ligero.

Mies supo aprovechar como nadie los avances técnicos para generar brillantes estrategias de aligeramiento. Recurrió al material liviano por excelencia, el vidrio, del que apreciaba su inmaterialidad transparente y su misteriosa capacidad reflectante. Una superficie que refleja lo que la rodea se convierte en etérea y ligera. Siguiendo este principio, además del vidrio, Mies utilizó otros materiales reflejantes –como el mármol pulido, el acero pulido o el agua estancada– para disolver la presencia de sus edificios.

La potenciación de lo planario es otra estrategia de aligeramiento usada por Mies. Un plano, al carecer de profundidad, nos parece más liviano que un volumen. Mies juega en diversas ocasiones a descomponer los volúmenes de modo que aparezcan como un juego de planos. Es el caso de los exquisitos pilares cruciformes del Pabellón de Barcelona o del minucioso detalle de la esquina de la IIT, donde la descomposición del pilar permite entender la pared de ladrillo como un plano que “flota” por delante de la estructura.

Como gran maestro que es, Mies sabe cuando sacrificar un recurso si hay otro más apropiado. Es lo que ocurre en los Lake Shore Apartments, donde renuncia a la planitud de la fachada al proyectar unos montantes de acero que sobresalen de ella. De este modo, se acentúa la verticalidad del edificio y se consigue que adquiera una apariencia más esbelta y ligera.

Ahora bien, como dije, para Mies el buen edificio debe combinar proporcionadamente ligereza y peso, así que, todas sus estrategias de aligeramiento aparecen siempre junto a recursos que aportan peso. En su época europea, será la pesada apariencia de los materiales pétreos lo elegido para conseguir la solidez necesaria.

Más adelante, después de emigrar a EEUU, los materiales pétreos serán reemplazados por el protagonismo de una estructura de acero potente y uniforme. Una exhibicionista estructura portante que proporcionará la sólida estabilidad dentro de la que se producirá el juego de lo liviano. La preponderancia de la homogeneidad estructural aleja a Mies de una cierta inclinación –manifestada durante su período europeo– hacia la fluidez espacial, conseguida mediante la colocación exenta y asimétrica de las paredes. Una forma inestable y ligera de concebir el espacio, que se ve relegada en su período americano donde la potente estructura genera un espacio lento, pesado, de una fuerte estaticidad.

La confianza de Mies en la contraposición peso-ligereza como base para su arquitectura proviene de la lectura que hizo del libro de Nietzsche El origen de la tragedia. En esta obra de juventud, Nietzsche defiende que la obra de arte aparece en el equilibrio entre el espíritu apolíneo –representante de la estabilidad propia de lo pesado– y el espíritu dionisíaco –representante de la desorientante fugacidad de lo ligero–.

Pero las tesis de El Origen de la Tragedia serán reformuladas en las obras de madurez de Nietzsche, donde la oposición entre lo pesado y lo ligero se rompe en favor de la ligereza. En este sentido, Nietzsche nos presenta al superhombre como aquel capaz de enfrentar la vida creando en cada instante su propia perspectiva sobre el mundo. La realidad ya no es una acumulación pesada de acontecimientos, sino que se transforma en función de cómo el hombre la quiere ver. Lo pesado se disuelve ante la capacidad que el superhombre tiene de generar su propio mundo.

En términos arquitectónicos, la capacidad del superhombre de modificar la realidad en función de su perspectiva implica que no tiene sentido pensar el espacio de forma homogénea y estática –como lo hace el Mies americano–. Todo lo contrario, para el superhombre, el espacio fluctúa de forma ligera, se vuelve dispersivo, ilimitado. Ya no existe una posición fija. El orden estructural es sacrificado. El vector gravedad, fiel aliado de todo lo pesado a lo largo de la historia, puede burlarse. Como ocurre en el proyecto de Koolhaas de la Biblioteca nacional de Francia (1989), donde los volúmenes flotan libremente dentro del espacio y generan una percepción asimétrica, una sensación de ingravidez de la materia, y a su vez, permiten un movimiento más libre en las plantas bajas.

Todo figura estática se disuelve, como en las cubiertas diseñadas por Frei Otto y Shigeru Ban, que muestran hasta donde un techo puede parecerse a una liviana tela ondulada por el viento. Aunque la contribución más decisiva a favor de este nuevo impulso hacia lo ligero hay que atribuirla a los últimos ganadores del Pritzker, SANAA. Sejima y Nishizawa han hecho del culto a la levedad el leitmotiv de su obra. Su material predilecto es el vidrio. Con él consiguen unas transparencias que van más allá del aspecto puramente visual: mediante la desaparición de la noción de paramento interior se generan visuales que concatenan espacios, y abren el edificio hacia todas direcciones.

Los SANNA son también maestros en el aligeramiento de la presencia de lo estructural. La estrategia que siguen es inteligente: en lugar de concentrar las cargas en pocos puntos tratando de reducir el número de apoyos, atomizan la estructura en muchos soportes, y así consiguen reducir la importancia relativa de cada uno de ellos. De este modo pueden reducir notablemente la sección de los pilares y los hacen casi imperceptibles. Además, ésta dispersión de la estructura, rompe la necesidad de una malla homogénea y posibilita una distribución irregular de los pilares según intereses espaciales. El orden se ha invertido: lo estructural se subordina a lo espacial. Buena muestra de ello es el genial pabellón de Toledo. Lo interesante es que el ejemplo ha cundido; sólo hay que ver los Talleres del KAIT de Junya Ishigami donde un bosque de pilares finísimos dispuestos desordenadamente conforman las distintas áreas de trabajo.

En una de las últimas obras de SANAA, el Rolex Center en Lausanne, la disolución de lo estructural va más allá de la malla de pilares  y afecta al mismísimo forjado. El suelo se ondula generando una topografía continua que elimina la discontinuidad de alturas típica de la arquitectura. La estática horizontalidad del forjado se ha fluidificado.

En definitiva, lo que SANAA produce con sus estrategias proyectuales es una desaparición de la presencia física de la arquitectura, ejecutada mediante la disolución perceptiva de los límites físicos que coartan el espacio. Sus edificios no son más que atmósferas de aire climatizadas donde toma fuerza la presencia del cuerpo humano. El individuo pasa a ser el único protagonista. Viendo sus edificios a uno le surge la pregunta: ¿Puede la arquitectura llegar a desaparecer completamente? ¿Existe la posibilidad de un edificio absolutamente ligero?

Estas cuestiones nos conducen a indagar en el significado más literal que el concepto de ligereza tiene en arquitectura, a saber, lo ligero como lo que pesa pocos kilogramos. A lo largo de la historia de la arquitectura se puede observar una clara tendencia hacia la disminución del peso de los edificios. Y es que, al fin y al cabo,  construir es mover peso y por lo tanto una arquitectura que pese menos kilogramos supone un menor gasto energético. En el presente, múltiples estrategias (hormigón aligerado, aluminio espumado…) avanzan hacia esta dirección.

Pero para llegar a la levedad absoluta no es suficiente con restar algunos kilogramos. De hecho, ninguna de las estrategias de aligeramiento descritas en este artículo (disminución de la presencia de lo estructural, utilización de materiales transparentes, espacios dinámicos, potenciación de lo planario, etc.) alcanzan la ligereza completamente. Todas ellas sólo nos sirven para hacer los edificios un poco más ligeros, pero no nos proporcionan una desmaterialización total. Quizás los que más cerca han estado de conseguir algo parecido sean Diller & Scofidio con su Blur Building, realizado utilizando una nube de vapor de agua como material constructivo. Aunque, si somos estrictos, también el estado gaseoso es un estado de la materia y, mientras haya materia, habrá una u otra forma de pesadez.

En realidad, pensándolo bien, sólo se me ocurre un edificio que pueda considerarse absolutamente ligero: aquel que no existe. Sólo la nada es completamente liviana. Y esto me traslada a Ruskin, que recomendaba a los arquitectos lo que podemos considerar el principio supremo de la ligereza: no construir, cuando puedan evitarlo. En otras palabras: construir sólo cuando haya una buena razón para hacerlo.

Pero ¿qué tipo de razones aceptamos para justificar una forma construida? El problema es que la noción de razón en arquitectura es muy escurridiza. En primer lugar porque muchas veces los arquitectos nos basamos en razones puramente intuitivas o subjetivas difícilmente expresables de modo comprensible. Pero además, incluso cuando tratamos de expresar racionalmente el motivo de nuestras decisiones, solemos elaborar una argumentación poco clara, llena de contradicciones. Nos movemos en distintos ámbitos del saber y diferentes niveles de argumentación.

Podemos esgrimir razones dentro del ámbito de lo formal, como por ejemplo, cuando en este mismo artículo decía que la construcción de pilares finos sin un orden homogéneo -que propone SANAA-, toma como razón la disolución de la presencia de lo estructural. Pero no deberíamos reducir la arquitectura a una cuestión meramente formal. Para integrar las formas construidas en la realidad que las rodea, parece necesario buscar también razones no formales –filosóficas, poéticas, económicas, sociológicas,…– que las justifiquen. En este artículo, por ejemplo, argumentaba que el aligeramiento del gótico está relacionado con la revalorización del lo intelectual acontecida en el s.XII; que Mies toma como base al Nietzsche de El origen de la tragedia; o que  la flotabilidad de la Biblioteca de Francia remite a las reflexiones de Nietzsche acera del superhombre. Pero ¿son esto razones que justifiquen una forma? ¿Cómo debe ser un tránsito válido desde la reflexión no formal a la forma arquitectónica? Y más en general: ¿Tienen sentido estas preguntas? ¿Existe alguna lógica cuando hablamos de arquitectura?


Rolex learning center en Laussane, SANAA

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