Peri Upsous

El passat mes de maig ens va deixar el nostre amic i professor Xumeu Mestre. Trobarem a faltar la seva intel·ligència i els articles que escrivia, tan lúcids, tan crítics, plens de notes cultes i amb tocs d’un humor mordaç. A títol pòstum, aquí teniu l’últim text que ens va enviar,un exemple de l’habilitat d’en Xumeu per mirar de condensar en un article una explicació del món. Semblava que per al Xumeu tot estava encadenat, i convertia fets aparentment distants i deslligats en una explicació lògica de la qual es desprenien aprenentatges sobre arquitectura. Xumeu, allà on siguis, una abraçada ben forta i gràcies per tot.



PERI UPSOUS

Peri Upsous es aproximadamente la pronunciación del título de un tratado de autor desconocido del siglo II escrito en lengua griega, que se ha traducido al castellano con el nombre de Sobre lo sublime.

La palabra sublime no tiene un significado muy definido, varía según sea el contexto; para el Romanticismo era algo relacionado con las grandes catástrofes naturales y, por extensión, a todo lo grandioso; en ambientes musicales es epíteto exclusivo de la música de Richard Wagner. No es raro que un gastrónomo diga en alguna ocasión que un chuletón de Villagodio está sublime.

El tratado anónimo está dedicado a la poesía épica y a la oratoria, los ejemplos que utiliza son exclusivos de estas facetas literarias, pero los conceptos que expone son universales, lo cual permite extraer una provechosa enseñanza en cualquier área de la cultura. Quienes lo comparan con la poética de Aristóteles lo consideran ingenuo, yo no lo veo así. Las pequeñas obras que han sido trascendentes a pesar de su aparente ingenuidad acostumbran a ser más recomendables que otras que exigen un esfuerzo innecesario al lector no especialista. El opúsculo sobre construcción y arquitectura de Heinrich Tessenow, al que se podría calificar de ingenuo con más propiedad que a Peri Upsous, es un buen libro para comprender conceptos generales, aun cuando uno discrepe de algunas opiniones sobre cuestiones de detalle. Tessenow fue oportuno en su momento, la arquitectura estaba viciada y solo la humildad podía hacerla resurgir de sus cenizas.

En el tratado del filósofo desconocido, por fortuna, no se puede buscar la fórmula mágica para convertirse en “genio” de la arquitectura, pero puede ser interesante para los que en vez de ocuparse de lo sublime, se ocupan del trabajo bien hecho.

En primer lugar el filósofo trata de determinar lo que puede entenderse por sublime, y lo define como “un no sé qué de excelencia y perfección soberana en el lenguaje”. Se trata de una idea, algo que no admite definición. Una característica de la idea platónica es que todos saben de qué se trata, sin embargo no se puede discutir sobre ello. Dice su autor: “Aunque me repugna discutir sobre hechos universalmente reconocidos, la simple experiencia basta para comprobarlo” (XXXIX, 3). Discutir sobre lo que no admite definición es tarea de imbéciles. La idea es un concepto cuyo descubrimiento se debe a Platón, como no admite definición no se le puede aplicar el método socrático, no se puede discutir sobre ello.

No puedo determinar en qué momento de mi infancia supe qué era la belleza, supongo que a todos les ocurre lo mismo, pero nadie duda de ello, se sabe que se sabe lo que es. Su apreciación es subjetiva, pero el concepto es universal, la belleza es la belleza, para todos es lo mismo, si se aplica a un hecho particular puede haber discrepancia, para unos A es más bello que B, para otros es más bello B, pero en términos generales se suelen aproximar mucho las apreciaciones. Platón utiliza una metáfora para explicarlo, estamos en el interior de una caverna y no podemos ver la idea, sino su sombra. La idea es para todos la misma, por tanto es universal, sus sombras son particulares.

Como consecuencia de ello, la idea no admite maestros, ni jueces, ni expertos. Para las apreciaciones hay otra palabra, el gusto. El gusto es particular y subjetivo, pero como va ligado a una idea, tampoco admite juicio ni magisterio. Informar de que una obra, propia o ajena, le gusta a uno, o no le gusta, es gastar la pólvora en salvas.

No trataré de “traducir”, de identificar paralelismos entre la oratoria y la arquitectura, sino más bien de indagar en qué puede ser provechosa para un arquitecto la reflexión que expone el tratado.

La palabra peri de Peri Upsous admite diversas traducciones,  puede ser sobre, acerca de o bien alrededor de, esta última, la más usual tal vez sea también la más adecuada, porque no es posible tratar frontalmente la idea, pero si acotarla, o sea aproximarse a ella dando un rodeo. Por una parte nos aproxima eliminando aquello que nunca podrá ser sublime, por otra  determinando los errores  que anulan la posibilidad de que una obra sea sublime, y en tercer lugar exponiendo una serie de condiciones necesarias para que pueda serlo.

Entre las condiciones necesarias, dos de ellas (las cualidades) son innatas y otras tres (evitar los vicios) requieren un aprendizaje.

La primera de ellas, la más importante, es un asunto extremadamente delicado; lleva en sí un dilema que se ha convertido en un tópico y tiene una acepción que podríamos considerar fraudulenta. Se trata de la genialidad innata.

Es indudable que unas personas están más dotadas que otras para una determinada actividad, que el mismo aprendizaje no supone el mismo aprovechamiento para todos, y que en algunos casos el aprovechamiento es excepcional, en el deporte se puede comprobar este hecho sin admitir dudas, para el filósofo desconocido “no existe medio capaz de proporcionarlo si no es la propia naturaleza, es más, de acuerdo con esta concepción, las obras espontáneas del genio, al reducirlas a meras normas académicas, sufren menoscabo, se envilecen y quedan convertidas en un simple esqueleto” (II,1). Sería muy insensato un arquitecto que se sintiera frustrado y sufriera por no ser Le Corbusier, o un futbolista que sufriera por no ser Lionel Messi. Hay que decir que para los griegos el genio dista mucho de ser este monstruo mitad tarado mitad divino, cuyas obras no podemos comprender porque son muy superiores a nuestro entendimiento. Esta definición del genio es exclusiva de los timadores que hacen trajes invisibles para emperadores. Para el autor del tratado, el genio consiste en la capacidad de concebir nobles ideales.

Los genios que se venden hoy por esos mercados de Dios, se ríen a carcajadas de los nobles ideales, el siguiente párrafo parece escrito especialmente para ellos:

“Debemos reparar, mi querido amigo, en el hecho de que si en la vida ordinaria nada es grande si su menosprecio se considera un signo de grandeza (por ejemplo: la riqueza, los honores, la gloria, el poder, y todo eso, en fin, que externamente está rodeado de una aureola espectacular), un hombre realmente sabio no lo juzgará un bien supremo desde el momento en que rechazarlo se tiene por un acto de superioridad moral…” (VII, 1.)

En la arquitectura, la grandeza estaría en el planteamiento del proyecto, en los objetivos a los que el arquitecto se dispone a dedicar su generoso esfuerzo, y digo generoso porque aquellos a quienes va dirigido no tienen por qué saber quién es el arquitecto. En el tratado se valoran como sublimes dos pasajes de Homero, con un único protagonista, Ayax. En uno de ellos guarda silencio en el inframundo de los muertos, cualquier palabra está de más. En el otro pasaje el héroe ante su muerte inminente, porque ha sido herido en la absoluta oscuridad sin poder combatir, ruega a Zeus que la muerte le llegue en plena luz; no le suplica por su vida, lo cual sería indigno de un héroe. Otro pasaje que el autor considera sublime es un fragmento tomado de Safo de Lesbos, una descripción del sentimiento amoroso a partir de los efectos que produce en la poetisa. La genialidad siempre está en la obra, no es característica del autor, así lo ve el autor de Peri Upsous, para quien la Ilíada es una excelsa fuente de ejemplos y, no obstante, no tiene reparos en considerar inverosímil la escena de la matanza de los pretendientes al final de la Odisea. Más que genios hay momentos propicios para expresar algo de un modo que está fuera de lo común, ocasiones que como en el mito deben agarrarse por un cabello.



El filósofo se propone demostrar que sin un aprendizaje la genialidad innata es estéril. Entre las fuentes de sublimidad, si la primera es la genialidad innata se justifica porque la sublimidad es la resonancia de un espíritu señero.

Con todo, las condiciones innatas son un arma de doble filo, lo que hace precisa una formación técnica, como dice el autor: “Las genialidades están especialmente expuestas al peligro cuando se las abandona a sí mismas y cuando, desprovistas de toda disciplina, sin áncora ni lastre, se dejan arrastrar por su ciego impulso y su ingenua audacia. Porque si a menudo requieren el aguijón, con no menor frecuencia reclaman el freno” (II, 2.),  Esta observación en los años sesenta del pasado siglo era un hecho de conocimiento común.  Georges Brassens, en una canción provocativa y jocosa, Le mauvais sujet repenti, aseveraba que la posesión del don sin técnica no es más que una sucia manía. En una sucia manía extraordinariamente lucrativa se ha convertido hoy la idolatría, y si se trata de lo que llaman Arte, cuanto más a la deriva sin áncora ni lastre, tanto más se aprecia. Cuando Oscar Tusquets advirtió a Salvador Dalí que la condensación en una cúpula de vidrio que había construido un ingeniero en el museo de Figueres provocaba la lluvia en el interior, incluso cuando en el exterior no llovía. Dalí contestó: “Quan pitjor, millor”, y pasaron a otro asunto.

La segunda condición innata es la fuerza en la expresión de una emoción, lo cual exige que la emoción sea sincera y convincente, de lo contrario se caería en el primer vicio más común, la hinchazón, que sustituye la fuerza expresiva por la expresión hiperbólica.

Además de la hinchazón, que excede los límites de lo sublime, porque no es más que una simulación, hay otros dos vicios importantes en los que se cae con frecuencia, uno de ellos es el opuesto a la hinchazón, la puerilidad, que consiste en un exceso de rebuscamiento, con la pretensión de ser muy original. Este vicio, en la actualidad afecta a todos los campos de la cultura debido a la obsesión por innovar que imponen políticos y mercantes —no parece que importe si es para mejorar o para empeorar—. Aun cuando el texto se refiere a la literatura, no es difícil que un  arquitecto lo reconozca, y en el campo del diseño industrial hay una auténtica epidemia que los medios de comunicación  se esmeran en amplificar, incurren en esta clase de defecto los escritores que, en su empeño por acuñar una frase original, exquisita y, sobre todo, seductora, encallan en los arrecifes del oropel y la afectación.

El tercero de los vicios es el patetismo, un patetismo extemporáneo inserto en un pasaje donde resulta innecesario, o bien una desmesurada emoción allí donde se requería un completo dominio de sí mismo. El comentario pone por ejemplo a oradores que entran en trance o hablan como si estuvieran en un estado de ebriedad, cuando el público no participa de ello y no entiende nada.

Durante los años en que he sido profesor de proyectos he podido observar que cuando  un ejercicio de proyectos se aproxima a estos defectos, sus profesores les indican el error. En la práctica, el respeto a la verdad y el concepto de carácter, que consiste en que un edificio parezca lo que realmente es, sin actitudes pretenciosas o extravagantes, es suficiente para no caer en ellos. No hay que confundir el carácter con las formas estereotipadas, cuando un público adocenado se muestra incómodo frente a un  edificio que no tiene la apariencia que esperaba, acostumbra a buscar metáforas despectivas. En su día la arquitectura moderna provocó un rechazo por parte de la opinión pública, y aún hoy lo provocan algunos edificios excelentes de los años treinta o de los cincuenta. Es curioso que la auténtica basura constructiva no consiga incomodar a este público, parece ser que para producir su rechazo  es preciso que la obra tenga cierta calidad.

Hay otras cuestiones técnicas más específicas de la concepción del proyecto que se relacionan directamente con el tratado Peri Upsous que estamos comentando, ya no se trata de condiciones innatas y requieren un aprendizaje, por ejemplo cuando trata el concepto de imitación, que no se refiere a una vulgar copia sino al estudio de un determinado artista, la imitación es preguntarse ante un problema, ¿cómo lo resolvería Asplund? Para el orador es interesante considerar cómo Demóstenes utiliza el ritmo del discurso de tal modo que si añade una sílaba resulta tedioso, y si la elimina resulta cortante. Esa cuestión de las sílabas largas y las breves, me recuerda a una reflexión propia sobre los aparejos de ladrillo, se trata de ver lo mal  que quedaría el aparejo inglés que utiliza Mies en Chicago (la claridad de las hiladas de tizones alternadas con sogas), si se utilizara en el ayuntamiento de Saynatsalo; le restaría naturalidad y parecería una maqueta. Como contrapartida, el ritmo vertical de los tizones alternados con dos sogas del aparejo finlandés de Aalto sentaría a los edificios del Tecnológico de Illinois como dos pistolas a la imagen de un santo.

El conocimiento de la construcción, del comportamiento de los materiales, o las tensiones y deformaciones de la estructura sometida a distintos estados de carga son conceptos técnicos que intervienen en la concepción del proyecto del mismo modo que la orientación de la raqueta de un tenista o el toque de la bota de un futbolista para marcar un gol de falta directa. El dominio permite no pensar en ello, sin poseer este dominio, nadie puede considerar honestamente que es arquitecto.

En general las cuestiones técnicas son muy importantes en el aprendizaje de cualquier actividad cultural, y su importancia radica en el hecho de que pasen inadvertidas, tanto en la concepción del proyecto como en la percepción de la obra.  El gran mago español Arturo Ascanio que junto a Dai Vernon fueron los más importantes antecesores de Juan Tamariz, decía en las lecciones publicadas en la revista Misdirection, que la técnica es tan necesaria como poco importante y que la mejor técnica es la que menos se nota. Es en el deporte de competición con resultados contables donde más se aprecia la necesidad de dominar la técnica, si los deportistas fueran conscientes de sus decisiones técnicas en plena contienda, perderían la concentración y el sentido de anticipación.

El tratado anónimo termina con una reflexión sobre las causas de la decadencia al pasar de la República al Imperio, hubo quien atribuyó la decadencia a la Pax Romana de Augusto, como si la guerra hubiera supuesto un estímulo:

“… acaso no sea esa paz universal la que corrompe a los grandes espíritus, sino más bien esa guerra interminable que se ha enseñoreado de nuestros apetitos (…). (…) Porque es ese afán insaciable de lucro que a todos nos infecta, es esa búsqueda del placer lo que nos esclaviza (…). (…) La avaricia, es ciertamente un mal que envilece, pero el amor al placer es el vicio más innoble que existe (…). (…) No sabría explicarme cómo puede resultar posible que concediendo un valor tan grande, o por decir mejor, divinizando a la riqueza exagerada, no demos asimismo entrada en nuestras almas a los vicios que aquella arrastra consigo (…). (…) Un hombre que se ha dejado sobornar en un proceso no podrá jamás emitir un juicio libre y honesto (…). (…) ¿Acaso en medio de tanta corrupción y pestilencia pensamos que puede quedar un juez libre e incorruptible de lo que es grande y perdurable, y que no está dominado por la pasión de las ganancias? (…). (…) La pérdida de nuestros talentos naturales es la apatía en medio de la cual, a excepción de unos pocos, vivimos, sin hacer nada, sin emprender nada, si no es para ganarnos el aplauso y el deleite, jamás para algo digno de emulación y estima.”

Lo mejor es que la suerte lo decida1

La cita es del autor de Peri Upsous, si yo creyera que no hay nada que hacer, no estaría escribiendo.

La Escuela que fundó Elíes Rogent tiene un pasado demasiado ilustre para que cuatro mamarrachos acaben con ella cerrando el grifo. Aún quedan profesores a los que no han borrado la memoria, si hay pocos medios, habrá que organizarse con lo que tenemos.2

1. Eurípides, Electra 379.

2. Primera persona del plural, ya no estoy en las aulas pero se trata de mi escuela.

Las imágenes que acompañan el texto me han parecido las más adecuadas. No corresponden a ningún fragmento del texto ni a ninguna intención rebuscada, ni sé por qué las he elegido ni me importa. No hay que buscar tres pies al gato, están ahí.

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