Movimiento, lugar, encuentro. Buscando el espacio en los versos de la Ilíada

En los versos de la Ilíada el espacio no se describe de modo directo y objetivo. Emerge, cada vez, a partir de la acción relatada; acción que, ésta sí, se describe minuciosamente, atendiendo a gestos, palabras, discursos, diálogos, movimientos, objetos y silencios, generando dinámicas espaciales íntimamente ligadas al cuerpo. A la vez, la interacción entre los personajes se organiza principalmente a partir de dúos, encuentros entre dos; la introducción de un tercer personaje en la escena deshace y transforma el encuentro, desplaza la atención y hace avanzar el relato. El espacio narrativo se crea de manera sutil.


Tratar al poema como si fuese respiración, movimiento, corporeidad pura.

Extender el poema en el espacio. Espacio emergente a partir de un movimiento. Estructura del poema. El poema como estructura en devenir. Acontecimiento. El poema es un cuerpo que busca su forma, un cuerpo que quiere construirse, estructurarse a sí mismo. La lectura del poema es el desdoblamiento inverso de este movimiento estructural. Dibujar el poema. Bailar el poema. No se trata de contenidos, ni de significados, sino del poema en sí, del poema como acontecimiento que significa por sí mismo. El poema en su totalidad es un gesto, un acto, un intento de abarcar y recoger el mundo, la experiencia, la vida. Analizar este gesto. Acotarlo, medirlo, trazarlo. Cartografiarlo. Coreografiarlo. El poema como organismo. El poema como personaje.

¿En qué etapa de su vida lo queremos conocer?

Domar el poema.

El poema, este pequeño animal salvaje, se tiene que domesticar. Antes de poder entenderlo, necesito domarlo, encontrarme con él, interactuar con él, acariciarlo, ser su amiga, dejarlo invadir mi vida. Poema, quiero conocerte.


El propio poema, el flujo narrativo, se puede entender como cuerpo, con sus pulsiones y energías, sus movimientos internos y externos, sus ritmos intrínsecos, sus equilibrios, simetrías y tensiones. Así, el poema adquiere una espacialidad que le es propia; emana de sus movimientos y velocidades y no coincide con la espacialidad descrita por él. El poema se extiende en el tiempo y ocupa el espacio; el espacio de la página, el espacio de la lectura, el espacio de su verbalización, el espacio de sus asociaciones.

En el cuerpo del poema, el encuentro funciona como articulación que sostiene y genera su movimiento estructural, y crea centros donde la acción se condensa. Durante un encuentro, acontecimiento fugaz que se produce y enseguida desvanece, las relaciones se transforman mientras el espacio se configura de manera singular, única. Se construye un lugar que apenas existe una vez, como si fuera el escenario de una actuación que jamás se volverá a repetir.

En el canto VI de la Ilíada, Héctor y Andrómaca se encuentran por última vez. El poema prepara un lugar para su despedida, abre el espacio para el diálogo y conduce a los dos personajes hacia él, física y anímicamente.

Pero cuando ya llegó a la muy bella morada de Príamo,

construida con pulidos pórticos de columnas, en la cual

había cincuenta habitaciones de pulida piedra,

edificadas unas contiguas a otras, en las que los hijos

de Príamo se acostaban junto a sus legítimas esposas,

y para las hijas, en el lado de enfrente, dentro del patio,

había doce techadas habitaciones de pulida piedra,

edificadas unas contiguas a otras, en las que los yernos

de Príamo se acostaban junto a sus respetables esposas,

allí le salió al paso su madre, dadivosa de benignos regalos,

llevando dentro a Laodica, la primera de sus hijas en belleza.[1]

Mientras Héctor se dirige hacia la ciudad, ya sabemos que no volverá a entrar vivo en ella. Cuando llega al palacio de Príamo, el mundo de la paz y los recuerdos de la vida civil, de su propia vida, inundan su ánimo. La sencilla descripción de la organización espacial de este palacio, descripción intemporal, despojada de todo detalle y toda presencia humana, impone a la narración un silencio; un silencio que se asienta sobre el bullicio, el vocerío y el desorden sangriento de la batalla. En ese silencio, en esa tranquilidad, en la prosperidad evocada del espacio interior, el poema está preparando el encuentro del héroe con su mundo. La descripción del palacio es una introducción al encuentro de Héctor con su madre Hécuba.

A su vez, el encuentro con Hécuba lo lleva hacia su hermano Paris. La narración sigue a Hécuba en sus sacrificios a Atenea, que se desvía brevemente antes de volver a acompañar a Héctor en su recorrido. Héctor encuentra a Paris en su cámara, armándose para el combate, bello al lado de Helena. Se detiene en la entrada de la habitación, le reprocha su cobardía e inicia una conversación con Helena, mientras recuerda a su propia familia. Este recuerdo y la añoranza que conlleva es lo que mueve a Héctor. Su movimiento es continuo, agonizante, insaciable, hacia Andrómaca, su amada mujer, hacia su familia; a la vez, hacia sus compañeros, hacia la batalla, donde pertenece, donde perecerá. Su recorrido se extiende como un hilo en el espacio, formando un nodo cada vez que se cruza e interactúa con otra persona.


Un intento de ubicar sobre el cuerpo del poema los acontecimientos que generan movimiento y son decisivos para la creación del espacio, de la atmósfera y del significado de la escena.

Un intento de ubicar sobre el cuerpo del poema los acontecimientos que generan movimiento y son decisivos para la creación del espacio, de la atmósfera y del significado de la escena.


El encuentro de Héctor con Andrómaca se va generando cuidadosamente, con lentitud. Para llegar a su “intachable esposa”, Héctor atraviesa umbrales consecutivos. En su trayectoria, se encuentra con una habitación vacía, de donde su mujer está ausente. Su deseo de ver a su familia se prolonga algo más y la tensión va aumentando. Preocupado, ansioso, pregunta repetidamente por Andrómaca, hasta saber que ella también ha salido en busca de él, presurosa, angustiada, acompañada por la nodriza y el niño. Héctor sigue ahora los pasos de ella, posiblemente recorriendo las mismas calles por las que había pasado al entrar en la ciudad. El mismo camino, otra dirección, otra situación existencial.

La guerra, el dolor, la incertidumbre, el peligro, pero sobre y a pesar de todo el amor definen el momento. Bajo estas circunstancias, Héctor y Andrómaca se encuentran en movimiento. Sus pasos se cruzan sobre las puertas Esceas. Allí, emocionados, se miran por un instante. Él sonríe y ella llora; sus reacciones se complementan mutuamente. En esta escena, Andrómaca y Héctor están emocionados, felices y desconsolados a la vez. Héctor sonríe hacia el niño, en un silencio elocuente, mientras Andrómaca busca la proximidad física, posicionándose cerca de Héctor. El movimiento se detiene, y en la narración se abre un momento de quietud: entre sonrisas y lágrimas, una mujer y un hombre, la nodriza que lleva al niño en sus brazos, sobre la muralla de Troya; a lo lejos, la batalla interminable.

Éste es el soporte escénico del diálogo de Héctor y Andrómaca, un diálogo que comienza y termina con dos frases muy parecidas: “le asió la mano, lo llamó con todos sus nombres y le dijo:” y “la acarició con la mano, la llamó con todos sus nombres y dijo:”,refiriéndose la primera a Andrómaca y la segunda a Héctor. Es a través del nombre propio que las personas se reconocen, es cuando alguien escucha su nombre enunciado por el otro, que está invitado al diálogo. Por otra parte, al final del diálogo, el nombre propio suena como una conclusión, una despedida.

A lo largo de esta conversación se despliega la oscilación del héroe, el dilema del hombre que tiene que situarse entre la familia y la guerra, entre la vida privada y el bien común de la ciudad, entre el mundo del que proviene y su obligación de defenderlo, obligación que lo acabará separando para siempre del tejido de relaciones en que está inmerso.En su interior toma lugar un conflicto entre valores opuestos, entre compromisos e impulsos que pertenecen a diferentes planos de la realidad. Su familia también participa en este conflicto, y se encuentra afectada por la complejidad de la situación que la guerra genera. “Oh Héctor! Tú eres para mí mi padre y mi augusta madre, | y también mi hermano, y tú eres mi lozano esposo”[2] dice Andrómaca a Héctor mientras le suplica a quedarse en la ciudad, a no dejarla sola.

El poema ubica este íntimo y tierno encuentro fuera del palacio de Príamo, produciendo el debate entre el mundo de la familia, el amor y la paz, y el universo implacable de la guerra en el mismo límite material que los separa; la muralla de Troya.En el canto XXII, cuando los padres de Héctor le suplican a permanecer dentro de la ciudad y a enfrentarse a Aquiles desde allí, la muralla vuelve a ser el soporte escénico de la acción.[3] Posicionándose en la torre sobre las puertas Esceas, Príamo acerca sus manos a su cara y se arranca los cabellos en un gesto de aflicción, mientras Hécuba es mucho más explícita en su súplica gestual: “Al otro lado, su madre se lamentaba y vertía lágrimas, mientras | con una mano se abría el vestido y con otra se alzaba el pecho.” Como todo límite que separa una región de otra, la muralla es también un punto de comunicación entre el interior y el exterior, el único punto de comunicación entre la ciudad y el campo de batalla. Para comunicarse con los guerreros, los que se encuentran dentro no tienen otra opción que exponer, a vista de todos, aquello que pertenece al dominio de lo privado.

En el pequeño diálogo de Andrómaca y Héctor, se puede entrever y reconstruir una trama de valores, creencias y convicciones que fueron importantes para la época heroica representada en el poema. Sin detenernos en ellos, nos enfocaremos en la manera como este diálogo se cierra; intentaremos cruzar, acompañando al flujo narrativo, el umbral que nos lleva desde la intimidad del diálogo hacia la batalla. Intentaremos entender cómo se deshace el lugar del encuentro, tan meticulosamente construido en los versos anteriores.

Tras hablar así, el preclaro Héctor se estiró hacia su hijo.

Y el niño hacia el regazo de la nodriza, de bello ceñidor,

retrocedió con un grito, asustado del aspecto de su padre.

Lo intimidaron el bronce y el penacho de crines de caballo,

al verlo oscilar temiblemente desde la cima del casco.

Y se echó a reír su padre, y también su augusta madre.

Entonces el esclarecido Héctor se quitó el casco de la cabeza

y lo depositó, resplandeciente, sobre el suelo.[4]

Esencialmente, se trata de una escena de despedida, despedida definitiva. Los participantes de ella lo sospechan, aunque no lo saben con seguridad. En cambio, el poeta está plenamente consciente de ello. El padre Héctor se inclina hacia su hijo, un hijo que se presenta en este canto comofruto del amor de la pareja, quieto en los brazos de la nodriza, envuelto entre las dulces, tiernas y emocionantes palabras de sus padres. Con esta inclinación hacia el niño se diluye la tensión y se aligera la carga emocional del diálogo.

Asustado por el aspecto de su padre, que lleva puestas todas sus armas, el niño grita y se recoge en los brazos de la nodriza. Héctor, el tierno Héctor de este canto, hijo, hermano, marido, padre y mucho más, es un guerrero que se encuentra en Troya por corto tiempo. Su lugar es el campo de la batalla y allí volverá enseguida; a través de la reacción del pequeño Escamandrio, al escuchar su grito espontáneo, recordamos el aspecto de Héctor y su papel en la guerra. Por otra parte, esta misma reacción añade un punto cómico en la narración. Entonces Héctor se quita el casco y se vuelve a dirigir a su hijo, para jugar con él y disfrutar de su presencia en sus brazos por un breve instante. Enseguida, ruega a los dioses olímpicos que Escamandrio tenga una buena vida, despidiéndose así de él, antes de devolverlo a los brazos de su madre.

“Entre lágrimas riendo”, Andrómaca encarna la contradicción en la cual están inmersos. Felices por haberse encontrado, felices por quererse, desolados por la separación, que será definitiva. Andrómaca y Héctor se encontraron moviéndose en direcciones distintas y se separan partiendo hacia direcciones opuestas. Ella irá a casa para ocuparse de sus labores, mientras él se ocupará de lo suyo; el espacio de cada género queda marcado de forma clara. Héctor se marcha primero, decidido. Andrómaca se vuelve hacia el palacio con desgana, mirando a menudo hacia atrás, llorando. Durante unos versos, la narración sigue a Andrómaca en sus pasos hacia casa y en el llanto que reitera por Héctor, antes de su muerte. Con este llanto se cierra por completo el encuentro de la pareja. De camino al campo, Héctor se reconcilia con Paris y los dos hermanos entran solidarios en la batalla, mientras todavía resuenan ecos del mundo de la paz.

Estas dos bellas secuencias en movimiento, antes y después del diálogo, envuelven el encuentro. La primera construye el lugar, el escenario, mientras en la segunda se desarma el escenario construido. Las personas que se mueven alejándose del espacio donde compartieron algo, arrastran los hilos que se habían tendido en ese espacio y lo entregan de nuevo al mundo, casi vacío.

¿Qué queda en un espacio casi vacío?

¿Cuánto hay de vacío y cuánto hay de algo en la palabra casi?

El espacio permanece, pero los lugares se los llevan las personas en su cuerpo, en este primero y único lugar de referencia. Hilos tendidos sobre el espacio, así son los lugares de la vida. Entre ellos, el arquitecto busca su sitio.


[1] Ilíada, canto VI, 242-252.

[2] Ilíada, canto VI, 429-430

[3] Ilíada, canto XXII, 33-92

[4] Ilíada, canto VI, 466-473

Tratar al poema como si fuese respiración, movimiento, corporeidad pura.

Extender el poema en el espacio. Espacio emergente a partir de un movimiento. Estructura del poema. El poema como estructura en devenir. Acontecimiento. El poema es un cuerpo que busca su forma, un cuerpo que quiere construirse, estructurarse a sí mismo. La lectura del poema es el desdoblamiento inverso de este movimiento estructural. Dibujar el poema. Bailar el poema. No se trata de contenidos, ni de significados, sino del poema en sí, del poema como acontecimiento que significa por sí mismo. El poema en su totalidad es un gesto, un acto, un intento de abarcar y recoger el mundo, la experiencia, la vida. Analizar este gesto. Acotarlo, medirlo, trazarlo. Cartografiarlo. Coreografiarlo. El poema como organismo. El poema como personaje.

¿En qué etapa de su vida lo queremos conocer?

Domar el poema.

El poema, este pequeño animal salvaje, se tiene que domesticar. Antes de poder entenderlo, necesito domarlo, encontrarme con él, interactuar con él, acariciarlo, ser su amiga, dejarlo invadir mi vida. Poema, quiero conocerte.


Este artículo surge de una investigación dirigida por Marta Llorente Díaz presentada como trabajo final de Máster de la Universidad Politécnica de Cataluña. El título de la tesina fue “Cartografías del Encuentro en la Ilíada”, y se defendió en octubre 2015. Se puede consultar en el siguiente enlace.

1 Comment

  1. Luis Colomer

    He caído por casualidad en esta página buscando una referencia de Homero y me he encontrado con un muy bello e interesante análisis de unos de los pasajes más hermosos de la Ilíada. A mi juicio, capta espléndidamente todo lo que pretende contarnos Homero.

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