La línea es una fuerza (fragmentos)

Publicado en La Cité, Bruselas, nº 11, marzo 1923, pp. 229-241.

Selección y revisión: Ángel Martín Ramos
Traducción: Ricard Gratacòs


Henry Van de Velde en 1910

Henry Van de Velde en 1910

¡La línea toma prestada su fuerza de la energía de quien la ha trazado! […]
La línea actúa sobre todo ser que no esté totalmente privado de sensibilidad, por medio de las direcciones, las relaciones de extensión o proyección y los acentos provocados a medida que se traza. Esta acción es espontánea. Así, incluso en el instante en el que creemos operar solo hacia un fin puramente práctico, es decir, en el momento en el que nos esforzamos en definir el boceto de una forma cualquiera, nuestra sensibilidad percibe las relaciones que se crean entre las líneas sucediéndose y modificando el aspecto de esta forma. Si, en consecuencia, constatamos que la impaciencia por el goce estético se eleva a los primeros instantes de la concepción, nos damos cuenta, además, que percibimos disfrute estético ¡cuando las modificaciones sucesivas del boceto expresan la existencia de relaciones dinámicas entre todas las líneas manejadas!

Ahora bien, aunque en tal caso, persigamos notoriamente la creación de una forma, el resultado constituye un ornamento lineal de la más primitiva y más rudimentaria naturaleza. Semejante concepción de la forma nos impedirá concebir el ornamento que le es adecuado más que como un desarrollo, un complemento orgánico. No podremos inventar estos sino por medio de elementos capaces de actuar ellos mismos sobre la forma, o de experimentar la reacción de las actividades que se manifiestan en ella, de elementos de la misma naturaleza, es decir, ¡lineales!

Toda forma se presenta ante nosotros en condiciones determinantes del ornamento que es “su” ornamento: ¡Lo lleva literalmente en ella! Las relaciones entre la forma y el ornamento solo pueden ser “complementarias”. La línea se encarga de evocar esos complementos de los cuales la forma está aún desprovista aunque los presintamos indispensables. Se trata de relaciones de estructura, y la función de la línea, que las establece, es sugerir el brío de una energía, ahí donde la línea de la forma manifiesta una flexión cuya causa no parece evidente; ahí donde los efectos de la tensión sobre la elasticidad de la línea de la forma evocan la acción de una dirección enérgica, parte del interior de la forma.

Así concebido, el ornamento completa la forma; es su prolongación y reconocemos ¡el sentido y la justificación del ornamento en su función!

Esta función consiste en “estructurar” la forma y no en “adornar”, tal como estamos tentados de aceptarlo comúnmente. Sin el apoyo de esta estructura sobre la que se adapta la forma como lo hace el lienzo flexible sobre el bastidor o la carne sobre los huesos, la forma tendería a cambiar de aspecto o ¡se derrumbaría por completo!

Las relaciones entre este ornamento “estructural y dinamográfico” y la forma o las superficies deben manifestarse tan íntimas ¡que el ornamento parezca haber “determinado” la forma! Esta determinación volvería al orden de las cosas naturales en que se considera que el vestido y el revestimiento suceden a la estructura, ¡a la organización interior! Poco importa que la sucesión de la aparición de uno u otro se logre, en realidad, inversamente.

De hecho, el ornamento estructurolineal y dinamográfico, considerado como el complemento adecuado de las formas concebidas según el principio de la concepción racional y consecuente, es la imagen del juego de las fuerzas interiores que adivinamos en todas las formas y en todas las materias. Son estas actividades las que parecen haber provocado la forma, haber determinado su aspecto. Las modificaciones, de las que la forma es la última consecuencia, se detienen en el momento en que esas fuerzas interiores han neutralizado su energía en un equilibrio perfecto de efectos y causas.

¡Ese momento se convierte, entonces, en la eternidad!

Podemos concebir formas consiguiendo este equilibrio, sin la ayuda del ornamento: son las formas más perfectas. En su simplicidad, logran un diseño lineal que constituye, por sí solo, y sin complemento, un ornamento perfecto, ¡eterno!

Sería excesivo concluir que la presencia del ornamento crea un elemento secundario en relación a la Belleza. Solo es secundario si es inorgánico, sin vínculo con la forma, sin sentido complementario y estructural.

La menor debilidad sentimental, la más pequeña asociación naturalística amenazan la eternidad de ese ornamento.

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