Abismo


Abismo


Una fotografía de este artículo. Aunque fue tomada cuando el texto ya estaba terminado, le precede en el tiempo, puesto que ella es el pretexto que en este mismo párrafo desencadena su comienzo. Reproducida indefinidamente dentro de sí misma, la imagen genera un inquietante efecto Droste o, si se prefiere, de mise en abyme. No es el ejemplo más bello de este recurso, pero quizá tenga la virtud de plantearle al observador el interrogante sobre cómo ha sido tomada. En cualquier caso, su propiedad más destacable aquí es que, a raíz de esta incansable recurrencia, cada una de las instancias repetidas, provista de la doble condición de contenido y continente, promociona a su anfitriona del rango de objeto al de cosmos.

Tal y como sucede en la imagen, también el artículo está contenido dentro de su propio texto. No sólo porque incurre en el narcisismo de referirse a sí mismo, sino también porque pretende tratar sobre la aplicación de este recurso a la arquitectura mientras se pregunta cómo conseguirlo en mil palabras, de las cuales ya lleva consumidas ciento ochenta. Con parecida autoconsciencia, el soneto que Lope de Vega escribió por encargo de Violante narra, mientras transcurre, su propio desarrollo: “Por el primer terceto voy entrando / y parece que entré con pie derecho, / pues fin con este verso le voy dando”. Al reflejar su propia creación, el poema coquetea con el lector. Lo invita a presenciar el proceso constructivo, buscando su complicidad en la consecución del reto impuesto y convirtiéndolo en coautor. Así logra sustraerlo de la realidad e introducirlo dentro de su propio ámbito, que deja de ser el de un simple objeto comprensible para convertirse en un cosmos que lo comprende.

El observador de Las Meninas sucumbe ante un truco parecido cuando se ve impelido a pasearse mentalmente por la escena representada para averiguar cuál es el cuadro que Velázquez está pintando y del que sólo le es dado ver el dorso. Al convertir el plano en un espacio arquitectónico, el paseante mental transforma la ficción en una realidad que, a su vez, contiene otra ficción. Si se encontrara con un retrato de los reyes reflejados al fondo de la habitación, descubriría que el artista que se pinta pintando dispone de un abismal sistema de espejos paralelos. Si, en cambio, llegara a descubrir en el anverso el mismo cuadro que estaba viendo antes de entrar, se vería abocado al abismo de saberse detrás de la tela y de tener que volver a penetrarla para recorrerla mentalmente una y otra vez.

También Cervantes se sirve de la metaficción para atrapar al lector del Quijote dentro del cosmos de su obra. No sólo la locura del Caballero de la Triste Figura es una ficción contrapuesta a la supuesta realidad del relato, sino que el propio libro aparece como tal dentro de la narración. Su existencia llega a oídos de Sancho Panza y su amo, que comprueban cómo la fama les precede al toparse en el camino con entusiastas lectores de sus andanzas. La reflexión sobre las interferencias que esta noticia pueda provocar en el transcurso de la narración también sitúa al lector frente a un abismo.

El recurso de insertar una ficción dentro de la ficción es eficaz en el soporte gráfico y en el textual. Dado su carácter ficcional, tanto la pintura como la literatura se ven obligadas a resultar convincentes y por ello pretenden suplantar la realidad en la que se encuentran sus observadores o lectores. Por la misma razón, el teatro y el cine persiguen la ruptura de la cuarta pared o los videojuegos se esfuerzan en diluir la frontera entre realidad y ficción, contando en su caso con la ventaja de la interactividad. Sin embargo, la pregunta sobre si la arquitectura puede hacer lo mismo topa de partida con su condición no ficcional. No parecería muy sensato que quisiera atrapar al usuario en una realidad ficticia cuando ya lo está conteniendo en la física.

Aún así, el artículo persiste en su empeño. A estas alturas, es consciente del poco espacio que le queda para responder a la pregunta y se daría por satisfecho con el simple hecho de haberla planteado. Si hubiera más sitio, invitaría al lector a acompañarlo en su búsqueda. Trataría de atraerlo hacia el argumento de que la arquitectura, al ocuparse de la continencia como ninguna otra disciplina, no puede escapar al juego abismal de contener y ser contenida. Le hablaría de la sugestiva secuencia mueble-casa-ciudad y del efecto mágico de una chimenea (hogar) que reproduce la forma de la casa (también, hogar) que la contiene, convirtiéndola así en mundo. Le describiría una enorme longhouse celta, cuyos moradores duermen en habitáculos con techo y paredes propios (camariñas), esparcidos en su interior como las casas de un pueblo.

Evocaría fractales y homotecias, metáforas y metonimias. Pensaría en la intertextualidad y buscaría guiños y referencias a realidades ajenas. Iría del organicismo al estructuralismo, del constructivismo al deconstructivismo. Encontraría ficciones contenidas en cualquier lugar, es decir, en cualquier espacio cargado de sentido y, por lo tanto, narrable. En los innumerables mitos del star system hallaría el colmo de la ficción. O incluso en la mala arquitectura, cuando por ejemplo presume de sostenibilidad mediante cuentos chinos que no se sostienen por sí mismos.

Volviendo a la fotografía y al soneto, elogiaría una arquitectura capaz de despertar curiosidad por cómo ha sido hecha y ensalzaría otra dada a explicarlo con franqueza. Propondría una arquitectura que nunca se contente con la forma acabada, que se sepa parte de un proceso dinámico, universal e indefinido. Que se reconozca heredera de una tradición de tradiciones en lugar de quererse original. Incluso una que ni siquiera necesitara ser llevada a cabo, sabedora de que como proyecto, como ficción futura, es ya arquitectura. Aquí, el artículo no podría evitar detenerse a pensar sobre la sugerente secuencia materia-forma-información. Y de veras que le costaría no seguir tirando del hilo. Pero este ya sería otro artículo.

1 Comment

  1. Maria Rodriguez

    Soy urbanista mexicana y me surge de pronto que piensas respecto a la percepción del usuario en un eapacio habitable; considerando al espacio público y la vivienda siempre en este concepto de habitable.

    Espero tu comentario, gracias David Bravo.

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