Una mirada crítica a las imágenes cartográficas: la construcción del mapa y del Estado

Aunque tradicionalmente se ha visto al mapa como una representación de la realidad, la relación entre éste y el objeto que representa plantea un problema básico, dado que la cartografía no es una imagen neutra o aséptica. Por un lado, todo mapa se produce en un determinado contexto cultural, por ciertos personajes, con técnicas y objetivos específicos. Por otro lado, la relación entre el objeto representado y la representación misma no garantiza nunca una mímesis: es imposible representar la realidad tal cual la vemos, simplemente porque cada sujeto la ve de una manera diferente y también porque representar no es efectuar una copia literal, ya lo dice Borges al referirse al mapa del imperio que coincidía puntualmente con el imperio: 
“En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas”.1

La trahison des images (1928-29),de René Magritte (Fuente: LACMA).

La trahison des images (1928-29),de René Magritte (Fuente: LACMA).

No obstante, el mapa nos propone una visión de la realidad que es imposible tener con nuestros propios ojos. Esa “mirada de Dios” que lo abarca todo de un golpe de vista, de un objeto ausente. Pero es evidente que el mapa no puede representar nunca la realidad y se transforma así en una de las muchas imágenes que podemos tener sobre ésta. Por tanto, como si de un texto literario, una pintura o un manuscrito se tratara, es más que prudente (e interesante) adoptar una postura crítica frente a ellos:
“… si hay algo que seduce de la idea de pensar el mapa como texto es la posibilidad de que el mapa sea objeto de lecturas, de interpretaciones y de juicios por parte de quien observa. Ubica el mapa dentro de un conjunto de objetos culturales y debilita su (sobrevalorado) perfil técnico”2
Pero el hecho de asumir que ningún mapa será completamente “verdadero” ni inocente, no los hace inútiles, sino todo lo contrario. En el campo del urbanismo y la ordenación territorial, las representaciones cartográficas son un elemento esencial en el cual podemos leer una representación del mundo según factores culturales, políticos, económicos, etc. que nos pueden ayudar a entender una forma de imaginar y aprehender un espacio. El mapa se convierte así en uno de los elementos que permite leer, entre otras cosas, un proyecto de territorio. Y, como tantos autores han señalado, conviene analizarlo como un texto, como representación, como un medio de comunicación social, y no tan sólo como una imagen. Por consiguiente, la representación no sólo será una mirada sobre el objeto sino que a la vez será un medio para construirlo.
A partir del Renacimiento se producen en Europa tres aportes radicales que cambian la forma de construir y utilizar la cartografía: las nuevas técnicas de medición, la estandarización de las formas de representación y el perfeccionamiento de las operaciones militares. La consecuencia de estas tres transformaciones acaba por construir una nueva forma de representar el mundo moderno, que será el mapa tal como lo conocemos hoy en día.
Esa mirada objetiva, científica, que aparece a partir de ese momento, es la que adopta el Estado moderno para crear las imágenes de su territorio, y convierte así al mapa en un instrumento de su política. Mediante el uso de la cartografía científica comienza un proceso de racionalización del territorio en donde muchas veces el mapa es el que construye el espacio:
“Así como un reloj, como símbolo gráfico de la autoridad política centralizada, trajo consigo la ‘disciplina del tiempo’ al ritmo de los trabajadores industriales, las líneas de los mapas, dictadoras de una nueva topografía agraria, introdujeron una dimensión de ‘disciplina del espacio’”.3
Esta “disciplina del espacio” es la que ayuda a afirmar el poder del Estado sobre sus habitantes. Por un lado, el mapa reúne en una sola representación a todos los que habitan una porción de territorio, o lo que es lo mismo: convierte en ciudadanos (o súbditos) a las personas que viven dentro del sector representado, con lo cual éstos se encuentran bajo un poder que deben acatar. Por otro lado, el mapa como imagen, ayuda a conformar la visión que tenemos del mundo.
Benedict Anderson4 entiende el mapa como una de las tres instituciones que moldearon el modo en que el Estado colonial pensó sus dominios. El censo, el mapa y el museo explican al Estado la naturaleza de los seres humanos que gobierna, la geografía de sus dominios y la legitimidad de su linaje.
A través de estas tres instituciones, el Estado logra identificar y clasificar todos los elementos de sus dominios, o al menos eso pretende. En este proceso, dibujar un punto en el mapa o un habitante, implica incorporarlo al país y a un orden social y político que se pretende imponer. De esta manera, la representación del territorio legitima un poder estatal sobre él y la sumisión de los individuos que en él habitan a sus normas; pero por otra parte, legitima la posesión de ese territorio por unos habitantes frente a otros (este punto es importante en los estados coloniales).

Mafalda, tira cómica (1964-1973) de Quino

Mafalda, tira cómica (1964-1973) de Quino

Así, en el Estado moderno europeo y los Estados coloniales, dibujar el territorio será la primera forma de apropiación, para pasar de unos límites poco o nada claros según el caso, a un territorio nacional. La representación construye su imagen, sus límites y su identidad. Pero éste es un proceso que se retroalimenta, porque sobre esa imagen se va construyendo él mismo, y con esa misma imagen se muestra al exterior, a los otros Estados.
El geógrafo italiano Franco Farinelli es sin duda un referente en esta línea y afirma, por un lado, que el Estado moderno es dependiente de la geometría y, por otro, que el territorio es la copia del mapa, y no al revés:
“Tómese al más potente e imponente de todos los sujetos modernos, el Estado, que Hobbes llamaba “el Dios mortal”. Todavía Burckhardt definía el Estado como “una obra de arte”, y tenía mucha más razón de lo que creía, porque el cuerpo de los Estados territoriales centralizados que se organizan en la época moderna presenta exactamente las mismas propiedades que según Euclides caracterizan a la extensión geométrica: la continuidad, la homogeneidad y la isotropía. El Estado es la copia de la tabla, del mapa que representa su figura, asume las características de la sustancia de la que está compuesta. Por esto, y ésta es la lección todavía no aprendida de la modernidad, no es cierto que el mapa sea la copia de la Tierra, sino que es justo lo contrario: es la tierra la que, durante la época moderna, se ha convertido en una copia del mapa.”5
La primera idea que expone Farinelli es que la formación territorial del Estado moderno plantea tres requisitos básicos asociados con propiedades geométricas y espaciales de la proyección cartográfica: la continuidad nos remite a “una sola pieza” de territorio; la homogeneidad se refiere a una cultura compartida, lo que equivale a decir, de una manera más informal, que todos los habitantes se integren a una “historia nacional”; por último, el isotropismo, plantea que todas las energías del Estado deben partir y confluir en un mismo y único punto, y de ahí la gran importancia de las capitales, lo que equivale a un Estado “direccionado”.
Si observamos el proceso de construcción de los grandes Estados de la Modernidad, comprobaremos cómo los mismos han ido cumpliendo estos tres requisitos al conformar sus territorios. Tomemos por caso la construcción del Estado argentino. Tras una lenta conformación durante el siglo XIX y a pesar de no levantarse sobre un espacio ya consolidado (como los europeos), también participa de esta construcción. Por un lado tenemos un territorio a colonizar, a ocupar, un territorio en el cual no deben quedar dudas sobre la propiedad de la tierra, donde se elimina todo rastro de una cultura indígena anterior para crear una nueva cultura desde cero, a través de la inmigración. Para homogeneizar los diferentes orígenes de los habitantes, se crea una iconografía nacional, un gran relato patriótico (a partir de finales del siglo XIX y principios del XX) que se enseñará en la escuela pública. Y por otro lado tenemos la gran capital, Buenos Aires, como centro direccional de la actividad económica, política y cultural del país, y su relación con el resto del mundo más allá del Atlántico, en detrimento de toda una red colonial que comunicaba Argentina con sus países vecinos.
La segunda idea de Farinelli tiene que ver con la construcción del territorio a través del mapa. Según él todas las culturas elaboran una imagen del mundo, pero sólo la cultura occidental pretenderá que su imagen sea el mundo. En la Modernidad “… la cosa (el significado, el territorio) no es anterior a la palabra (el significante, el mapa) sino al revés”6, por lo tanto primero aparecerán los dibujos de un terreno, y luego se hará efectivo su dominio (que no es lo mismo que la ocupación).
Esto implica que operar sobre la imagen sea operar sobre el mundo. El mapa tiene por tanto un rol central en la transformación del territorio en la medida en que se identifica la realidad con la imagen de la misma. Sin embargo, recordemos que lo que representa esta imagen, el mapa, no es necesariamente lo “real”:
“… lo que se representa no es la realidad, sino una construcción, un sistema de convenciones. Se consolida así un modelo en el cual se confunde lo real con aquello que quiere realizarse o directamente con el pensamiento de los que esto debiera ser. El mapa de la Edad Moderna, como opina Corboz, obedece más al príncipe que a la realidad.”7

Es justamente este perfil técnico el que nos da la ilusión de que el mapa es más o menos creíble. Y con esta apariencia “científica” los mapas han ido imponiendo de a poco formas de ver la realidad. Basta con comparar nuestra visión occidental del planisferio con la oriental... o la utilización actual de la proyección de Mercator que nos muestra una Groenlandia más grande que China o el continente africano del tamaño de Europa... o volver a mirar la reaccionaria y ya clásica “América invertida” (1943) del uruguayo Joaquín Torres García.

Es justamente este perfil técnico el que nos da la ilusión de que el mapa es más o menos creíble. Y con esta apariencia “científica” los mapas han ido imponiendo de a poco formas de ver la realidad. Basta con comparar nuestra visión occidental del planisferio con la oriental… o la utilización actual de la proyección de Mercator que nos muestra una Groenlandia más grande que China o el continente africano del tamaño de Europa… o volver a mirar la reaccionaria y ya clásica “América invertida” (1943) del uruguayo Joaquín Torres García.

Por lo tanto, muchos de los mapas representan un proyecto del mundo, una imagen de cómo debería ser, un “deseo acerca de un lugar”. El término plan, en inglés, manifiesta aún hoy esta doble condición de imagen y proyecto. Y también Harley afirma que los mapas “son propositivos por naturaleza”8, al igual que Corboz:
“Representar el territorio ya es apropiárselo. Ahora bien, esta representación no es
un calco, sino siempre una construcción. En primer lugar el mapa se traza para conocer y después para actuar. Comparte con el territorio el ser proceso, producto y proyecto, y como es también forma y sentido, incluso corremos el riesgo de tomarlo por sujeto. Instituido como modelo que posee la fascinación de un microcosmos, simplificación extremadamente manejable, tiende a substituir a la realidad. El mapa es más puro que el territorio, porque obedece al príncipe. Se ofrece a cualquier designio, el cual concreta por anticipación, y parece demostrar lo bien fundado del mismo.
Esta especie de trompe d’oeil no visualiza solamente el territorio efectivo al que se refiere, sino que puede dar cuerpo a lo que no existe. El mapa manifestará, pues, el territorio inexistente con la misma seriedad que el real, lo que muestra bien que hay que desconfiar del mismo. Siempre tiene el peligro de simular lo que pretende exhibir: ¿Cuántos regímenes preocupados por la eficacia creen dirigir el país y sin embargo no gobiernan sino el mapa?” 9
En consecuencia, si los mapas nos muestran un proyecto, indagar en los mismos será esencial para conocer la construcción mental y material del territorio y cómo esta responde a una idea de cómo debe ser un país.



– 1 – BORGES, Jorge Luis (2013 [1960]). “Del rigor en la ciencia”. En: Borges, J. L. El Hacedor. Barcelona: DeBolsillo, 2013.
– 2 – LOIS, Carla. (2014). Mapas para la Nación: Episodios en la historia de la cartografía argentina. Buenos Aires: Biblos.
– 3 – HARLEY, Brian. (2005). La nueva naturaleza de los mapas: Ensayos sobre la historia de la cartografía. México: Fondo de Cultura Económica.
– 4 – ANDERSON, Benedict (1983). Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.
– 5 – FARINELLI, Franco (2007). “El mundo, el globo, el mapa: Los orígenes de la modernidad”. En: El mundo de los mapas (pp.41-56). Santander: Fundación Marcelino Botín.
– 6 – LLADÓ, Bernat. (2013). Franco Farinelli: Del mapa al laberinto. Barcelona: Icària.
– 7 – ALIATA, Fernando y SILVESTRI, Graciela (1994). El paisaje en el arte y las ciencias humanas. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
– 8 – HARLEY, Brian. Op. cit.
– 9 – CORBOZ, André (2004). “El territorio como palimpsesto”. En: Martín Ramos, Ángel. Lo urbano en 20 autores contemporáneos. Barcelona: Edicions UPC.