ANDRÉ CORBOZ. Hem de parlar

El pasado 4 de junio murió, a los 84 años, el historiador del arte, arquitectura y urbanismo André Corboz. En su extensa obra destacan los libros Invention de Carouge, 1772-1792 (1968), Haut Moyenne Âge (1970), Canaletto. Una Venezia immaginaria (1985), Deux capitales françaises: Saint-Pétersbourg et Washington (2003), y la compilación de artículos Le Territoire comme palimpseste et autres essais (2001).

Presentamos a continuación, a modo de homenaje, gran parte de la entrevista que Thierry Paquot le realizó el 20 de noviembre del año 2000 y que repasa gran parte de los temas que interesaron al historiador suizo. La entrevista fue publicada originalmente en el número 317 de la revista francesa Urbanisme.

Traducción: Carles Bárcena y Ricard Gratacòs


Mi primera pregunta trata sobre su formación…

¡Querrá decir mi no formación!

¿Cuáles son sus mejores recuerdos como estudiante?

Debo admitir que tengo muy pocos recuerdos: la extrema precisión de algunos profesores de Derecho, como el sr. Yung, me han aportado mucho, no tanto sobre el derecho en sí sino en relación a la forma de abordar los problemas. Me matriculé en Derecho a regañadientes. Quería estudiar letras, pero me preguntaba dónde me llevaría: ¿al periodismo? ¡No! ¿A la docencia? ¡Nada de eso! Fue entones cuando seguí a un gran amigo que dudaba entre las Ciencias Económicas y el Derecho, y finalmente optó por lo segundo.

Se convirtió en jurista y empezó a trabajar como tal en la Administración. Fue entonces cuando descubrió la arquitectura gracias a Saber ver la arquitectura, de Bruno Zevi.

Por casualidad, abrí Saper vedere l’Architettura, en 1958, libro que un amigo se dejó en mi casa. Su lectura me causó una fuerte impresión. Hasta entonces, aún sin ser capaz de plantear grandes problemáticas, ya me había interesado un poco en la arquitectura, especialmente al visitar el sur de Alemania. La percibía como un sistema de volúmenes. Leí a Zevi y comprendí que el espacio desempeñaba un papel central, mientras que este no había sido tratado por otros autores, al menos que yo hubiera leído. Esta obra me apasionó de tal manera que la traduje al francés y se la mostré a Zevi, que lamentó decirme que acababa de aparecer en las Editions de Minuit. Evidentemente estuve muy atento a la publicación de esa traducción y me percaté que el traductor había manipulado el libro. Por ejemplo, los dos primeros capítulos se habían juntado en uno. Más tarde, simplemente por pasión, traduje un pequeño volumen que no ha aparecido nunca en francés: Architettura e storiografia.

Hace unos años, publicó un artículo sobre el espacio. ¿Por qué?

Porque Zevi reducía prácticamente la arquitectura al espacio, sin precisar en qué consistía este último.

Por otro lado, había empezado otra investigación. Quería saber por qué Canaletto, en sus cuadros procedía a una representación tan fotográfica. Me di cuenta entonces que su cliente principal y mecenas era el cónsul inglés en Venecia, que se dedicaba a difundir las ideas de Newton. La formulación del espacio newtoniano, del espacio absoluto, me daba una clave para explicar la precisión de Canaletto y de otros artistas de la misma época. He aquí el origen de todas mis reflexiones sobre el espacio absoluto, que será el espacio común de los arquitectos durante largo tiempo, hasta los Modernos que lo comenzaron a destruir.

Resulta difícil realizar una demostración, solamente se pueden desarrollar análisis, y en ciertos casos revelar una correspondencia con el espacio absoluto, del cual el autor no siempre es consciente. El espacio newtoniano solo empezó a ser evidente para ciertos arquitectos a partir de finales del s.XIX, mientras que una nueva concepción emergía, la topología, que rompía radicalmente con la concepción newtoniana. Observemos que para Newton el “espacio absoluto, sin relación con aquello que está a su alrededor, permanece, por su naturaleza, siempre igual e inmóvil”, e influenciará, metafóricamente, a la arquitectura de Boullée en su proyecto de reconstrucción de Versalles (hacia 1780), o a la de Antolini en el Foro Bonaparte de 1801. Los Modernos no participaron —y ello mercería una larga explicación— de la sacudida cubista, de la importancia de la teoría de la relatividad de Einstein y de la de la teoría cuántica, de los trabajos de Poincaré, de Bohr y de Broglie, sin olvidar su incomprensión de la sutil aproximación espacial de Camillo Sitte. Fueron dependientes de una concepción del espacio homogéneo e isótropo, a pesar de que la época cambiaba de paradigmas y adoptaba una concepción diferente que pocos arquitectos intentaron e intentan explorar. Pienso en algunos proyectos de Ghery o de Eisenman.

Una de sus ideas es que se puede ser contemporáneo de otros que no han pertenecido necesariamente a nuestro tiempo.

Sí. En este caso, unos son próximos a los otros, ¡pese a que los separe un siglo!

¿De quién es usted contemporáneo?

Se es contemporáneo de mucha gente, porque miles de capas se superponen en nuestro cerebro. Admiro a compositores como Johan Sebastian Bach, pero esto no me impide apreciar igualmente a Ligeti o Stockhausen. Su música no tiene, sin embargo, nada en común con la de Bach.

Usted es un académico, un sabio, un metomentodo tal como se presenta a usted mismo con humor; pero explica su carrera profesional como una serie de casualidades y obligaciones. Obtuvo, de pronto, una plaza de profesor de historia de la arquitectura…

No puedo decir “obtuve” porque no la solicité. ¡Me la ofrecieron en bandeja!

Había escrito una serie de artículos en la prensa local, en la Tribune de Genève (que aún existe) y en el Journal de Genève (ya desaparecido y con cierta exigencia cultural). En aquel entonces ocupaba un puesto de secretario en la Universidad de Ginebra y recibí una llamada de Guy Desbarats, el decano de la futura Facultad de Urbanismo de la Universidad de Montreal. Me preguntó si aceptaría ir a Quebec a enseñar Arquitectura. Creí que era una broma, evidentemente. Poco tiempo después, el decano estaba de paso por Ginebra y nos encontramos. De entrada, me preguntó como abordaría la historia de la arquitectura. Le respondí honestamente que no lo sabía, por la sencilla razón que jamás me lo había planteado antes. ¡Dos horas más tarde, estaba contratado! Más tarde supe que un amigo había propuesto mi nombre, que a su vez había sido propuesto por un tercero, y que ambos habían declinado la oferta. Fui el tercero de la serie y acepté, totalmente inconsciente.



Se puede decir que descubrió América.

Si, no había estado nunca allí. Estuve trece años en Montreal y en Quebec.

¿Fue entonces cuando se interesó por la Edad Media?

Como tenía que dar un curso sobre el conjunto de la historia de la arquitectura, tenía que aprender mucho. Un amigo que dirigía la colección “Architecture universelle” en la Office du Livre, que ya no existe, me propuso publicar un volumen sobre la Alta Edad Media. Ese período, sobre el que ya había empezado algunas investigaciones, me apasionaba. En ese momento no había gran cosa sobre el tema, ya fuese en alemán, francés, italiano o inglés. Durante tres o cuatro meses recorrí Europa en coche para visitar los lugares que conservan aún restos del periodo que comienza al finalizar el Imperio Romano. ¡El hecho de que la mayor parte de autores usen el término “prerrománico” es tan absurdo como si alguien llamara al románico “pregótico”! Este periodo posee su propia escultura, aunque haya sido impropiamente considerada como ornamento, cuando en realidad se trata de un tratamiento de las superficies, tanto de espacios como de sus límites. Las superficies tienen un significado, obedecen a un programa, sobre todo en las iglesias, que aspiran a transformar al individuo.

Las fotos disponibles que muestran estos lugares daban ganas de visitarlos, pero in situ, eran cien veces más interesantes de lo que uno se imaginaba.

El año siguiente viví un episodio igual de apasionante porque me propuse escribir otro libro de la misma serie sobre el neoclasicismo, que justo empezaba a volver a ser un tema digno de atención. Emprendí de nuevo un viaje extraordinario hasta San Petesburgo justamente, que resultó una verdadera revelación. Pero justo el día en que me disponía a escribir, un telegrama del editor me anunció el fin de la colección. Abandoné el tema, pero me quedan cientos de fotos como testimonios de esa investigación.

Usted trabaja sobre la Historia de la arquitectura. ¿Cómo prepara sus cursos?

No me formé en este campo a través de alguien que me instruyera con verdades absolutas.

De algún modo, no había estado “deformado”, y esto era una ventaja considerable. Podía ver primero las obras y acto seguido buscar información. Todo lo que desprendía fuerza me apasionaba.

¿Cuál es su concepción de la Historia para entender la arquitectura?

Después de haber leído bastante sobre Historia, me había formado una idea de las diferentes culturas. Sin embargo, la correspondencia entre la historia general y aquello que leía sobre tal época o tal edificio era difícil de establecer. Tenía la impresión de que dos grupos de historiadores se miraban sin comunicarse, o muy poco. Eso ha cambiado ahora. Pero no era el caso a finales de los años sesenta, inicio de los setenta.

Los trabajos de Carl E. Schorske que tratan de articular distintas historias llegan, efectivamente, más tarde.

Francia iba muy por delante en lo que conciernen las reflexiones sobre la naturaleza de la historia.  Pese a que se observaban corrientes contradictorias, tales reflexiones resultaban muy útiles. Cuando no se ha recibido formación especializada, las diferencias en los puntos de vista invitan a una reflexión para encontrar una buena solución.

¿Cuándo pasó de la historia de la arquitectura al urbanismo?

En lo que se refiere a la enseñanza, en 1980 en la Escuela Politécnica Federal de Zurich. No obstante, había publicado en 1968 un libro titulado Invention de Carouge 1772-1792. Fue también en ese momento que me adentré en la fotografía para mostrar lo que era esa pequeña ciudad.

¿De qué trataba?

Carouge es una ciudad que fue alcanzada por Ginebra pese a que siempre ha sido un municipio aparte. Piamontesa en términos urbanísticos, es decir, enteramente concebida por arquitectos que dependían del rey de Cerdeña, se enmarca en la tradición del norte de Italia. Fue objeto de dos o tres artículos, pero nadie había explotado los archivos de Turín, que rebosan de tesoros: en primer lugar los proyectos firmados por el rey —que lo controlaba absolutamente todo—, luego los informes, las críticas de los informes, los nuevos informes, una abundante correspondencia, y numerosos dibujos y planos, entre otros documentos. Otra vez, una experiencia personal prodigiosa.

A finales del s.XVIII se pretendía derribar a la Ginebra calvinista. Después del tratado entre ginebreses y piamonteses la guerra diplomática había terminado, pero la guerra económica persistía y apareció la idea de competir con la ciudad de Ginebra. Entonces se construyó Carouge al lado de Ginebra para tratar de atraer todo el comercio y el tráfico. Años más tarde, los franceses intentaron la misma estrategia al otro lado del lago, con Versoix, proyecto que fracasó.

¿Carouge es un asentamiento?

Si. Y hay que señalar que fue una de las primeras ciudades europeas que autorizó a los judíos a instalarse y a construir una sinagoga, pero no tuvieron el tiempo de edificarla porque los franceses llegaron en 1792 y ocuparon toda la región.

¿Su trazado de ciudad piamontesa influenció en la posterior transformación de Zurich?

No. Su extensión llegó mucho más tarde, con el triunfo del liberalismo a mediados del s.XIX, cuando ya no se pretendía controlar la forma como la ciudad se extendía.

Volvamos a su etapa docente en el Instituto de Zurich, razón por la que tuvo que aprender una nueva disciplina.

Mientras que en ciertas materias estaba relativamente informado, bastante como para dar un curso, en esta tenía terribles lagunas. ¡Tenia que enseñar Urbanismo desde el tiempo de las cavernas hasta el s.XX! Me acuerdo de que al principio, y durante algunos meses, iba solo una semana por delante de los alumnos. Fue bastante difícil ya que tenía mucho que leer.

¿Cómo definir el urbanismo, adecuadamente?

Para empezar, es más que una técnica. Me parece que un verdadero urbanista debe tenerlo todo en cuenta, desde la sociología hasta el paisajismo. Nos estamos acercando, lentamente, pero la disciplina no ha alcanzado aún el nivel deseado, aunque varíe de un país a otro. En Francia, la Escuela de Versalles hizo un trabajo realmente destacable en esta dirección.

Se le conoce por distintas materias de estudio, pero en particular por la noción de territorio. Fue uno de los primeros en describir la conquista del territorio norteamericano a partir de su división artificializada a través de la malla. ¿A qué se refiere?

Yo no fui de los primeros. Los americanos se inclinaron por este fenómeno desde mediados del s.XIX, pero diría que lo describieron de una manera muy miope. Estudiaron la legislación, mostraron las etapas, formularon un análisis crítico de los primeros proyectos, pero nada más. Nadie se preguntó qué ideal se escondía tras esa operación, ni qué se pretendía obtener a través de ella. Entonces, yo lancé una hipótesis, sin ninguna prueba. Puede ser homóloga a una utopía: se quiere formar al hombre americano, que debe diferenciarse del europeo y sobre todo del inglés, y que debe dotarse de todas las virtudes –y además cree que lo está. Simplificando, este nuevo personaje debe ser un campesino, y “los campesinos son los nobles de la naturaleza”, decía Jefferson, mientras que la gente de ciudad es perversa y corrupta. Se creará un territorio gigantesco del que no se conocerán ni los límites ni los caracteres, o, por principio, no habrá ni ciudad ni industria y donde la población se dispersará estadísticamente sobre toda la superficie del país. He aquí como empezó todo. Luego Jefferson cambió de parecer, porque Dupont y Nemours le demostraron que, en cierto modo, la agricultura era también una industria. Jefferson cambió su posición, pero era demasiado tarde. Enseguida comprendió que la industria no era el principal problema, y él mismo realizó proyectos de ciudades. Ciudades que podían ser comparadas a ciudades-jardín ya que las superficies construidas eran iguales a las superficies reservadas a la vegetación, repartidas en damero. Pero rápidamente se olvidaron las zonas verdes, porque no satisfacían a los especuladores…

¿Por qué el conjunto del territorio está reticulado?

Se trataba de acomodar a toda la población en las mismas condiciones: esta era la idea principal. No se percibió que esa pauta uniforme no podría aplicarse en todas partes por igual, como por ejemplo en las Rocosas; pero todo aquello que es llano está cuadriculado. Y desde lo más alto se puede observar que todo el territorio plano obedece al mismo sistema, con la misma orientación. Todavía hoy, la malla constituye, a pesar de innumerables excepciones para adaptarse a mil particularidades, la esencia del territorio americano.

¿Cómo podemos explicar los clichés  sobre la ciudad americana percibidos desde Europa?

Los europeos han conocido esencialmente las ciudades situadas en los trece primeros estados, que son ciudades inglesas o francesas o españolas, etc., por lo tanto construidas a la europea. La malla no existía todavía, se aplicó tras las primeras colonias. Se han criticado, sobre todo, las ciudades americanas que son ciudades europeas transpuestas. Poco se han conocido, incluso se ha rechazado conocer, aquellas ciudades construidas poco a poco al oeste de las trece colonias. Además, cuando observamos la mayor parte de planos, nos damos cuenta de que muchas de ellas se inscriben en una posición oblicua a la malla. ¿Por qué? Pues porque una parte de la población, constituida por inmigrantes, se instaló incluso antes de la llegada de los agrimensores.  Los especuladores habían comprado inmensos terrenos, de donde salieron las ciudades que han permanecido después de que se estableciera la malla.

La ciudad americana no es, como siempre la hemos presentado, un downtown un poco denso y un suburbio disperso.

Se ha confundido la ciudad americana —como si solo existiera una por excelencia— con aquello que vemos en Nueva York, que posee una zona compacta bastante extensa (como mínimo a escala europea), o en Chicago, y en bastantes otras ciudades. Es esto lo que se ha tomado en consideración, el resto se ha menospreciado. No se han cuestionado ni las causas de las grandes zonas de suburbios, ni por qué se habita en ellas. Los americanos detestan el centro, con algunas excepciones como Nueva York, que es muy rica culturalmente.

Para usted, esos modelos territoriales constituyen ciudad, en cambio en Francia, concebimos ese mismo modelo como no-ciudad.

¡Son ciudad! Y espero que en Europa tomaremos muy pronto conciencia de que la ciudad está en todas partes. Por ejemplo, Suiza representa para la mayoría, un territorio agrícola, ideal, montañoso… Sin embargo, ¿sabe usted cuál es la proporción de la población que se dedica a la agricultura? ¡El 4%! Quedan, todavía (a escala Suiza) grandes zonas de bosques magníficos, pero todos ellos comprendidos en el interior de la hiperciudad.

¿Qué es la hiperciudad?

La hiperciudad consta de muchos niveles. Es el territorio en general, habitado por gente que ejerce actividades que no son ni agrícolas ni relacionadas con la montaña, y que en cambio trabajan en centros dedicados al sector industrial o a las nuevas tecnologías, algo que ha transformado las mentalidades. Vemos, en todo caso en mi región alrededor de las ex  ciudades suizas, que todo el mundo trabaja en esos centros, que son “tranquilos” (ya no sabemos qué vocabulario utilizar). Esas personas viven en pueblos porque todavía tienen la idea de que el campo es mejor que la ciudad. No se dan cuenta que su modo de vida es del todo urbano. El 75% de suizos trabajan en una actividad urbana, el resto ejercen una profesión ligada al turismo.

¿Cómo fue recibido su artículo en el que anunciaba que Suiza no era un país lleno de ciudades, sino que formaba una sola hiperciudad?

He participado en numerosas conferencias sobre el tema en Suiza. Las reacciones difieren según la edad del público, y pueden ser muy violentas. Algunos están profundamente indignados que pueda pretender que Suiza no sea más que una sola aglomeración, pues es precisamente lo contrario, pero una sola hiperciudad. Ya no podemos percibir el mundo con una visión geocéntrica del universo. Es entonces cuando la audiencia se levanta y protesta. Generalmente son personas de tercera o cuarta edad. En cambio, los jóvenes ya están de acuerdo. Ya no tienen esa representación medieval de la ciudad, completamente obsoleta, donde habría una ciudad en el interior de las murallas y el campo en el exterior.

Dice usted que la hiperciudad no es una noción completamente nueva; Geddes hablaba de “conurbación”, Gottman de “megápolis”…

Es una consecuencia de la industria, responsable de la explosión de las ciudades. Cuando se empezaron a demoler las murallas, las ciudades ocuparon su lugar, y después lo que se encontraba más lejos, siguiendo la acentuadísima curva de crecimiento de la población. Era necesario alojar a esa gente y no había más espacio en el interior; más tarde intervino el higienismo, y fue necesario demoler pedazos enteros de ciudad, ¡afortunadamente!

¿Usted rechaza, al mismo tiempo, la nostalgia y la plácida aceptación de un territorio estandarizado por las nuevas tecnologías?

Absolutamente. En ciertos lugares, reconozco que las trazas históricas pueden ser extremadamente conmovedoras. Están ahí, tratadas de un modo empalagoso cuando han sido demasiado restauradas, es decir reconstruidas a lo Viollet-Le-Duc. No podemos seguir con esto, es una falsificación. Como, arquitectónicamente hablando, me interesan todas las épocas, no puedo condenar la yuxtaposición de construcciones actuales con las más antiguas. A veces es chocante, lo admito. Pero no puedo decir: “por definición, no se tiene el derecho de poner uno al lado del otro un edificio actual con otro del siglo XVII”. Un libro célebre, aparecido a principios del siglo XX, The American Vitruvius, presentaba la imagen de un pequeño edificio de cierto estilo, con un edificio estrecho y bastante alto de unas ocho plantas al lado, que a la vez estaba al lado de una iglesia pequeña, y al lado todavía había otra cosa, etc.: era el ejemplo del mismo caos. Nuestras ciudades son ahora como esa imagen, y no tiene nada de caótico a nuestro parecer. Ha devenido algo tan normal que ya no nos sorprende, salvo excepciones, cuando el cinismo es flagrante. En definitiva, no se trata de una reacción estética, sino más bien moral.

Usted utiliza la imagen del palimpsesto…

Es adecuada también para la reutilización de los edificios. Los modernos redescubrieron y reformularon la noción de función, pero desgraciadamente la redujeron a dimensiones bastante estrechas, en lo cuantificable. Cuando se pudo dar cocinas a todos esos obreros que no tenían, la cocina mínima representaba simple y llanamente un progreso. Pero ni en ese caso, la función puede reducirse a una cantidad. Además, la arquitectura ha sido siempre transfuncional. Por ejemplo, el modo de vida en un castillo del siglo XVII, no era el mismo a finales del XVIII. El modo de vida no se define en una ocasión para siempre. La función es un criterio central siempre que sea flexible.

¿Qué es el palimpsesto, la acumulación, la geología? Para Baudelarire todo ello corresponde al olvido.

A la noción de olvido, hay que sumarle la destrucción voluntaria para remplazar una traza por otra, a esto le sigue una nueva fase en la que se descubre que se ha destruido algo de lo que todavía quedan los vestigios y así, continuamente. Este proceso no tiene fin, salvo cuando después de mucho borrar termina por agujerearse. Para volver al primer sentido del palimpsesto, llega un momento en el que ya no se puede utilizar el mismo pergamino: lo mismo ocurre en algunos territorios en los que no se puede hacer nada ya que han sido tratados de tal modo que se han convertido en totalmente improductivos o incluso peligrosos.

Desde que usted se dedica a trabajar sobre la ciudad, ¿tiene la impresión de que hay una producción de conocimientos renovados?

Tengo esta impresión. Las aproximaciones se multiplican, pero hay dos cosas que me asustan un poco. Primero, ¿cómo leer la cantidad de publicaciones disponibles? Y segundo, la tendencia al argot. A menudo me pregunto, qué ha querido explicar un autor o a dónde ha querido llegar. Además, si se hacen preguntas, responden en el mismo argot. En efecto, es necesario inventar nuevos conceptos y un nuevo vocabulario para los nuevos problemas, pero la humanidad jamás ha estado ante una problemática de supervivencia tan compleja, que se complica cada vez más, y de la cual los problemas son de tal urgencia que no sabemos dónde encontrar las soluciones. Soy muy pesimista.

¿Cuáles son las arquitecturas que le interesan de la producción reciente?

No escribo sobre arquitectura como tal y ya no leo tan regularmente las revistas de arquitectura. Las consulto por azar, ya no estoy tan al corriente.

Puedo decirle, en resumidas cuentas, que he rechazado la arquitectura posmoderna. Recuerdo una afirmación de Zevi que estaba radicalmente en contra de Aldo Rossi y que mencionaba en artículos de manera muy violenta y calificaba sus arquitecturas no de “posmodernas”, sino “neo premodernas”. Esta afirmación es excelente. En 1981, mis primeros asistentes —después evolucionaron—, que habían sido formados por Rossi, estaban convencidos de que la arquitectura empezaba con él. Estaba estupefacto: Rossi había conseguido duplicarse a través de los estudiantes. Yo rechazaba esa idea y más tarde me tranquilicé al volver a ese período. Buena parte de la crítica del posmodernismo estaba justificada ya que, para simplificar, los funcionalistas habían reducido la problemática arquitectónica a muy pocos aspectos y habían quedado bloqueados por esa posición, mientras que la sociedad evolucionaba, la arquitectura y la ciudad debían hacerlo también.

¿Qué es un edificio logrado para usted?

Es difícil de decir antes de haberlo experimentado personalmente. Hace algún tiempo me invitaron en una villa que me parecía lograda, pero donde el funcionamiento más elemental había sido olvidado. Todavía es más difícil pronunciarse sobre un edificio de oficinas, por ejemplo. Seguimos los carteles, entramos en un despacho, salimos… Un detalle puede gustar… ¿Pero cómo podemos juzgar un edificio cuando no hemos pasado suficiente tiempo en este? Si no es así, la opinión tiende a ser una reacción a primera vista.

¿Quiere decir que es realmente secundario para la existencia humana?

No lo creo. Es un problema suplementario. Recientemente he visto la fotografía de un edificio construido a principios del siglo XX en el cantón de Grisons que acaba de ser restaurado. El arquitecto, bastante conocido, había sacado todo aquello que había en las fachadas para obtener una especie de bloque blanco que en ocasiones deja ver la piedra bruta, material original. Un poco simple, pero no importa. Más tarde vi el objeto en su emplazamiento (un pueblo donde los edificios son muy simples, los más antiguos datan del siglo XVII) y quedé paralizado. Ese objeto, presentado como el resultado de una operación ejemplar, destrozaba aquello que quedaba de la coherencia ese conjunto urbano relativamente extenso. Destrozaba su propio entorno. Se ha permitido y las revistas se deleitan.

Puede que sea por esta razón que la crítica arquitectónica es inexistente. No puede hacerse solo visitándola, hay que pasar una temporada y documentarse.

Pero en ese caso, nos damos cuenta que los criterios que nos parecen espontáneos no lo son por la crítica. Los habitantes de ese pueblo deberían haber reaccionado. En cambio, siguieron la decisión del consejo del pueblo, que pensaba en atraer turistas.

Es el efecto Guggenheim de Bilbao.

Sí, solo que el museo de Bilbao es mucho más interesante que ese bloque tan agresivo.

¿Cuáles son sus ciudades favoritas?

Se contradicen. Me encanta Siena, por ejemplo, pero también Los Ángeles, Chicago, y algunas ciudades del sur de Alemania, precisamente porque conservan su carácter histórico aun habiéndose transformado hasta el siglo XIX. ¡Tal vez sea aquella famosa unidad en la diversidad! Todavía mantienen ciertas particularidades. No son iguales en todas partes. En Toledo (Ohaio), se ha demolido una inmensa barriada de tres kilómetros de ancho alrededor del “centro” —sigamos llamándole así—. A parte de algunas casas que han permanecido en pie, solo quedan las calles, y más allá empieza la zona de casas con jardín. Es, sin duda, el único lugar que ofrece este espectáculo. La experiencia es tan inédita que casi no podía preguntarme dónde se había recolocado a toda esa gente, no me planteaba la cuestión de orden social. Diría que toda ciudad es interesante; siempre se encuentra algo diferente, una traza contundente o, al contrario, algo intensamente escandaloso.

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