En David Bravo ens ha fet arribar aquestes notes arran de la taula rodona d’inauguració de la mostra “Waterfront BCN. Give us the water back!” celebrada el dia 18 de juliol al CCCB.
Esperem que serveixi per fomentar el debat sobre un tema de tanta trascendència urbana.
Ingredientes.
Un puerto regido por una autoridad opaca, anegado de mercantilismo e impermeable a la ciudadanía. Un hotel en forma de rascacielos. Un centro de convenciones, a poder ser, pieza icónica y exenta. Una terminal de cruceros turísticos “que sea horizonte”. Una promoción de vivienda nueva (sí, vivienda nueva). Algún equipamiento de ‘interés público’, como un museo de fotografía. Dieciocho estudiantes de la academia acrítica, apremiados a ceñirse al guión oficial con la promesa de una lluvia de encargos. Corte de simpatizantes de prestigio.
Preparación.
Separar la arquitectura y el urbanismo de la política. Al mismo tiempo, llevar a ebullición expresiones con sabor reivindicativo, como “devolvednos el agua“, “el puerto es espacio público” o “una arquitectura que haga ciudad“. Entender ciudad como aquello que se ofrece a los turistas. Entender espacio público como secuencia escenográfica de intersticios por donde éstos penetren la ciudad. No pronunciar la palabra vecino. Evitar cualquier mención al tejido social de los barrios adyacentes. Eludir el impacto del turismo sobre los alquileres, sobre el descanso, sobre el pequeño comercio, sobre la diversidad. No buscar formas de repartir sus beneficios, ni de diluir sus costes.
Reclamar la visión de la ciudad precedida de agua. Reclamarla para el turista, claro está. No aludir a obstáculos visuales como el World Trade Center, el Maremágnum o los mega yates de multimillonarios rusos que acechan al horizonte. Exorcizar el espíritu maligno de la crisis mediante llamadas a la alegría y al optimismo. Sortear cualquier reflexión acerca del colapso del modelo productivo, sobre la urbanización incivilizada o la dilapidación territorial. Salpimentar con innovación y desarrollo. Apartar Eurovegas sin siquiera nombrarlo. Calificar la terminal, el centro de convenciones y el rascacielos como “arquitectura de los nuevos tiempos”. Hacerlo seriamente, sin ironía.
Hornearlo todo una hora y media al calor de los elogios de los simpatizantes de prestigio. Esperar a que se hinche, evitando abrir la puerta del horno para impedir que entre cualquier atisbo de crítica democrática. Servir caliente y comer frío. Maridar con vino do Porto.
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