Sermón para no depender del ácido bórico

Nuevos tiempos se suelen acompañar de esperanza y virtud. La misma esperanza y virtud que predicaba Barack Obama un año atrás en su discurso de toma de posesión. Aunque eso implica señalar con la punta del dedo el vicio y la corrupción.

La llama brilla en los ojos de los jóvenes estudiantes de primer curso. Tabula rasa y nuevos inicios. Crearán insólitos vínculos con sus compañeros, por afinidad, por interés o, incluso, por casualidad. Aunque inevitablemente la desilusión también aparecerá y acompañará a todo el proceso. Indignación al comprobar la amargura y la ranciedad de algunos profesores. Frustración frente a la lenta y pesada burocracia. Desesperanza y desorientación por no ser suficientemente reconocidas todas esas largas y cansadas horas de trabajo.

Una nueva claridad ven en la ETSAB esos estudiantes que vuelven de intercambio. Con energías renovadas se reencuentran con la ciudad y con sus queridos amigos. Relatan sus aventuras en los rincones más alejados del globo, mitificando las ciudades que los acogieron, los conocidos que dejaron atrás, los paisajes emocionales que se quedaron en sus retinas. Será inevitable comparar esto con aquello, ansiar volver a agitar fuerte las alas y planear fuera del laberinto. Comprenderán que su sed no se va a saciar ya con tanta facilidad. La nostalgia y la tristeza nublarán su visión.

Con grata satisfacción y agradable sorpresa descubrirán algunas de las novedades en la escuela. Qué cómodos han quedado los accesos y las conexiones entre los edificios, y la focalización en la terracita del bar, seguramente la mejor de la ETSAB. Comprobarán también que, desde los subterráneos de Coderch, uno se puede recrear en la contemplación del verde césped y algo de vegetación. Porque las intenciones son buenas, incluso a lo mejor interesantes. Pero no hace falta fijarse demasiado para oler algo de ridículo en el jardincito zen, con esas butacas tan extremadamente mal colocadas; en la pista de patinaje de la biblioteca; o en la terraza-helipuerto de la cubierta del nuevo edificio.

Efectivamente, es fácil perder la esperanza cuando la novedad deja de serlo. Pero en estas hojas de una renovada revista, algunos mantendremos la fe en la ilusión de la virtud. Honestidad y duro trabajo, valor y juego limpio, tolerancia y curiosidad. Ahora, a nuevos y viejos, a estudiantes y a profesores, recordad que tener un don también es tener un látigo. Pero sobre todo, recordad que el látigo es únicamente para autoflagelarse.

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