La escritura de la casa Malaparte

La casa Malaparte se encuentra en Punta Massullo, al este de la isla de Capri. Fue construida entre marzo de 1938 y noviembre de 1942. Los primeros diseños de la casa son obra del arquitecto Adalberto Libera, uno de los máximos exponentes del Racionalismo italiano.  Su propietario, Curzio Malaparte, fue uno de los escritores más polémicos y aclamados del siglo pasado. La casa, para no faltar a los deseos de su dueño (voglio una casa come me[1]) es también una de las obras arquitectónicas más controvertidas del siglo XX. Su autoría ha sido el principal tema de discusión durante décadas. Libera, después de realizar dos propuestas y una visita de obra en 1938, se desentiende del proyecto, que terminará Malaparte con la inestimable ayuda de un constructor local, Adolfo Amitrano. Esta situación dio pie a multitud de teorías sobre el proceso de diseño y construcción de la casa que permiten varias aproximaciones al edificio. Nos interesa estudiar la casa a partir de la obra literaria de su propietario. Los primeros años en Capri son los más prolíficos en la carrera literaria del escritor. Su estilo, tan autobiográfico como mágico, entre el hiperrealismo y la fábula, constituye un testimonio ciertamente valioso para entender la compleja figura del literato y, por ende, las razones que le llevaron a edificar en el extremo oriental de la isla de Capri una de las obras arquitectónicas más trascendentales del siglo XX.

Todas las imágenes extraídas del libro Casa Malaparte Capri, de Gianni Pettena. cop Le Lettere (1999) 18 | 19

Todas las imágenes extraídas del libro Casa Malaparte Capri, de Gianni Pettena. cop Le Lettere (1999) 18 | 19

Curzio Malaparte constituye el arquetipo de intelectual de acción de la primera mitad del siglo XX. Temprano fascista, se vio perseguido y recluido posteriormente por Mussolini cuando su pluma apuntó directamente al Duce. Participó activamente en las dos Guerras Mundiales, ejerciendo varias actividades, desde capitán del ejército italiano a reportero de guerra. Mujeriego, polémico, siempre sintió una especial atracción hacia el poder y aquellos que lo ejercen. A Mussolini le dedicó una de sus ensayos más ácidos:  Don Camaleón,[2] un retrato satírico del dictador y su régimen. El camaleón que protagoniza la sátira política no muda de piel para camuflarse entre la clase política o vestirse de ciudadano de a pie sino para adaptarse a lo que los tiempos esperan de un líder como él. Algo parecido sucede con la casa Malaparte. Es evidente que su morfología no nos remite a su entorno. Su posición al filo del abismo es incómoda pero firme.  Su condición nada tiene que ver con su entorno, pero sin su presencia la escena general nos resulta incompleta, incomprensible. Nada de esto es casualidad. Pertenece a un escritor tan inclasificable como imprescindible. Malaparte coqueteó con el poder, se enfrentó a él, luchó por su país con la misma pasión con la que lo ridiculizó. Fue un personaje tan fluctuante como el camaleón de su sátira, pero siempre mantuvo intacta su autonomía creativa, y permaneció fiel por encima de todo a su espíritu crítico y a su defensa a ultranza de la cultura, la literatura y a su condición de escritor independiente. No se coloca en punta Massullo para esconderse, sino para trascender.

A pesar de su celebridad como escritor, una de las facetas que lo marcó más intensamente fue su experiencia como capitán del cuerpo de los Alpinos del ejército italiano. En El sol está ciego (1943) relata la breve incursión que el ejército italiano realizó en territorio francés en la cual Malaparte participó al frente de un regimiento. Más allá de relatar su objeción de conciencia a esa acción bélica, Malaparte basa su relato en la irracionalidad de los hombres luchando en un escenario extremo como los Alpes, bajo la luz indiferente del sol, un sol que está ciego. Sea quien sea el vencedor, todos son ya víctimas de la absurdidad del conflicto. La colocación de un volumen abstracto en lo alto de punta Massullo, en un paisaje agreste e incontrolable es una batalla que Malaparte también da por perdida antes de ser iniciada. La soledad de la construcción humana frente a la naturaleza nos recuerda la levedad de la razón humana frente al ojo inmutable del destino.

Después del episodio relatado en El sol está ciego, Malaparte es enviado como corresponsal de guerra al frente ruso para el Corriere della sera. Los artículos se recopilan y publican posteriormente en El Volga nace en Europa (1943). La presencia de la muerte es constante en las crónicas del escritor italiano. Desde el extremo sur de la Línea Stalin a los bosques fineses, en el asedio de Leningrado, Malaparte queda profundamente impresionado por el aspecto particular que toma la muerte en este conflicto. La supresión de la trascendencia de la muerte en el sistema moral comunista causa escenas impresionantes, como la ausencia de cadáveres rusos en los campos de batalla. Los soldados esconden los cuerpos de sus compañeros caídos a quilómetros de la escena de combate, en lo más profundo de un valle o en el rincón más tupido de un bosque, sin ningún tipo de cruz u otro símbolo que evoque la muerte. La práctica inaccesibilidad, lo recóndito de su posición, son características también de la casa en Capri. Su morfología nos permite imaginar el edificio no ya como vivienda del autor sino como su mausoleo, un homenaje a sus años de confinamiento, el símbolo de su soledad, el recuerdo de una personalidad vigorosa. Su legado más íntimo, más incluso que su propia literatura.

Su periplo por una Europa sumida en guerra llevó a Malaparte a escribir una de sus obras más celebradas Kaputt (1944), una panorámica del gran horror europeo. La locura en los paisajes equinos de Escandinavia, la infamia de los guetos de Varsovia i Cracovia, el miedo de Belgrado, el infierno de Soroca, la putrefacción de Roma, la desesperación de Nápoles son los diferentes síntomas de un mismo mal, la degradación de la humanidad durante la guerra. Cada paisaje, cada territorio reviste el drama con su propia idiosincrasia, pero ninguno escapa del horror.

“La visión del mar me perturbó y me eché a llorar. Nada, ni los ríos, ni las llanuras, ni las montañas, ni siquiera los árboles, ni siquiera las nubes, encarna la idea de libertad tanto como el mar. Ni siquiera la libertad transmite la idea de libertad tanto como el mar. […] era el mar, el tibio y delicado mar napolitano, el mar libre y azul de Nápoles[…] El que se abría frente a mí era el mar, la libertad y yo lloraba al contemplarlo a lo lejos desde lo alto de una calle que bajaba hasta el agua atravesando una gran plaza, y no me atrevía a acercarme, no me atrevía siquiera a tender la mano hacia él por miedo a que huyese, a que se esfumase detrás del horizonte al ver acercarse mi pobre mano sucia, mugrienta y con las uñas rotas”.[3]

La casa en Capri no forma parte del paisaje, se escapa de él. Se proyecta hacía el mar, el eterno Mediterráneo, la idea de libertad. Pero el mar es un paisaje absoluto, inalterable ante la tragedia humana. La villa Malaparte no es más que una pobre mano sucia, mugrienta y con las uñas rotas.

La II Guerra Mundial transformó totalmente a Curzio Malaparte. Antaño escritor irreverente, personaje pasional y habitual en los círculos más selectos de la cultura italiana, el literato se instala en Caprien búsqueda de cierto reposo espiritual. En 1946 publica El compañero de viaje, un breve relato en el cual sus dos protagonistas, una huérfana y un joven soldado, encuentran la libertad y la dignidad en la situación más insospechada, perdidos en una Italia en posguerra dominada por la confusión y la desesperación. La muerte de su batallón permite a Calusia, el joven soldado, tomar sus propias decisiones por primera vez en muchos años. La guerra le da a Concetta la oportunidad de escaparse de su orfanato y conseguir su tan ansiada libertad. Malaparte encontró en la pequeña isla mediterránea cierta plenitud que no consiguió encontrar durante su pasado militar, ni en su carrera diplomática ni siquiera en sus éxitos como escritor. Muchos han visto en su casa en Capri un monumento a su propio ego, a la pericia del hombre frente a la naturaleza salvaje. La casa, al borde del acantilado, colocada con esfuerzo encima de la roca, puede ser también interpretada como un homenaje a la lucha que supuso en muchos casos su vida. Una vida indisoluble de los remordimientos del soldado, de la reclusión en Lípari, las traiciones, los sacrificios que comportó su paso por el mundo. Las escaleras que forman la cubierta quizá nos conducen a la respuesta que buscó durante años al escritor toscano, el objetivo de tanto sufrimiento. Frente a nosotros, sólo el mar.

Casa Malaparte

Casa Malaparte

En Diario de un extranjero en Paris[4] descubrimos a un Malaparte inédito. El escritor toscano retorna a la capital francesa después de 14 años de ausencia. A modo de diario, Malaparte va desmenuzando todo aquello que ha cambiado en su vida y en la ciudad que en su día le acogió, y que ahora descubre irreconocible, extraña. Después de la II Guerra Mundial, la capital francesa y, de hecho, el continente entero se reconstruye entorno a una nueva estructura social de la que el escritor no se siente parte. París, Europa, ya no son su hogar. ¿Pero lo fueron realmente en algún momento? Quizás no. Puede que para un espíritu tan independiente como torturado la diferencia entre hogar y refugio sea inexistente y sólo en un lugar como punta Massullo, en la soledad de los acantilados, pueda encontrar su morada.

En 1949 Malaparte publica La Piel, considerada su obra maestra. Mediante un despliegue de situaciones demoledoras y una prosa exuberante, el escritor expone la tesis que le confirmó como una de las grandes figuras literarias del siglo XX. Tras todas las atrocidades cometidas durante la II Guerra Mundial bajo el signo del progreso, la justicia o el honor, el hombre se ha quedado despojado de valores que defender, de ideales por los que luchar. Al hombre no le queda más que su piel, su triste pellejo. La condena del hombre no es su derrota, sino la propia traición a sus principios, a su humanidad. ¿Es la cubierta de la villa en Capri un ascenso hacia la redención, o es una escalera hacia ninguna parte? Malaparte vive bajo el peso de esa trascendental incógnita.

Malaparte desarrolla el proyecto con la intención de construir un testimonio físico de su relato, su vida, su alma. La villa en Capri no es sólo su hogar, es su eterno espejo. Un autorretrato de mampostería sobre piedra granítica. Una clara volumetría, una silueta perfectamente reconocible como reflejo de una vida cambiante, de una personalidad pasional y polarizada. He aquí el papel discursivo de la arquitectura. Precisamente por su condición de escritor, Malaparte decide que su testimonio definitivo no se traduzca mediante la literatura, evitando la ornamentación, la fábula o la posibilidad de ser autorreferencial. El lenguaje arquitectónico le obliga a construirse a sí mismo sin posibilidad al autoengaño. La casa nos da una imagen del escritor más fiel que cualquier biografía sin necesidad de discursos o descripciones, dando espacio a la interpretación. La interpretación de un escritor convertido en mito. La de un preso que construyó su propia celda. Un intelectual que vivió bajo el peso de su trascendencia. Un hombre que encontró su identidad frente al mar.


[1] En 1938, después de su reclusión en Lípari, Malaparte retoma su actividad literaria escribiendo una serie de relatos de cierto carácter existencialista que llevan por título “una città come me”, “una donna come me”, “una terra come me”, “un cane come me”, entre otros; de los cuales el encargo de la casa en Capri parece el último capítulo de esta particular serie, el epílogo no literario. Malaparte:  casa come me fue el título que dio Michael McDonaugh a la publicación sobre la casa que editó, y que está considerada la más destacable obra de estudio sobre la villa Malaparte. En un escrito de 1940, Malaparte define la casa como su “retrato de piedra”.

[2] Malaparte escribió Don Camaleón en 1928. Cuando ya se encontraba en imprenta Mussolini prohibió su publicación. La obra finalmente fue publicada en 1953.

[3] Palabras de Malaparte en Kaputt. Barcelona: Círculo de lectores, 1996, p. 510.

[4] Malaparte escribió Diario de un extranjero en París entre 1947 y 1948 aunque no fue publicado hasta 1966.

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