Hacia una arquitectura política

La arquitectura se encuentra desconectada de la realidad del presente y está perdida en el pasado”. Con esta contundente afirmación empezaban Le Corbusier y Amédée Ozenfant la serie de textos publicados en la revista de vanguardia L’Esprit Nouveau en 1920. Los escritos, posteriormente compilados por Ediciones Crès bajo el título Vers une Architecture, constituyen sin duda uno de los documentos más influyentes en el desarrollo tanto del pensamiento como del ejercicio de la arquitectura en el siglo XX. Su espíritu, de incuestionable carácter político, inspiró en la misma medida como seguramente acabó decepcionando, pues los preceptos allí defendidos acabaron naufragando por su incapacidad de proporcionar los mecanismos para la consecución de su ideal de igualdad social. Ironías del destino, la actitud que tanto impactó noventa años atrás parece ahora rabiosamente contemporánea y acertada a los tiempos que corren.

La tesis que querría desarrollar en estas breves notas surge como reacción al paulatino proceso de marginación que nuestra profesión está protagonizando a lo largo de los últimos tiempos y que, a mi modo de entender, está estrechamente relacionado no solo con la pérdida casi absoluta de discurso cultural y político, sino también con la incapacidad para abordar, más allá de meros posturismos, temas de crucial relevancia tanto a nivel social como medioambiental. Asimismo, desearía modestamente que estas pudieran colaborar en situar de nuevo la arquitectura y el urbanismo en el foco del debate y contribuir en la medida de lo posible en sensibilizar y reforzar el compromiso “político” tan necesario para lanzar nuestra profesión hacia nuevos y mejores horizontes.

Para ilustrar este proceso de marginalidad en que, a mi modo de ver, se encuentra sumida la profesión, sería quizá acertado recuperar el mensaje de Atsuchi Shimokobe, quién fue burócrata y protector de la generación de arquitectos nipones que tuvo que abordar las difíciles tareas de reconstrucción del país tras la Segunda Guerra Mundial. Este, haciendo frente al horror sufrido, avisó a sus conciudadanos de los riesgos que podían correr las sociedades que plantearan su crecimiento en simples términos de eficiencia o rendimiento económico. Según Shimokobe, el urbanismo requería principalmente de atrevimiento y radicalidad, y lamentaba que este se quisiera pensar tantas veces con una mirada tan parcial, tan simple, como la económica. Esta era, según decía, absolutamente insuficiente para construir (o reconstruir) una sociedad moderna, respetuosa, justa y culta.

Sin embargo, al analizar lo sucedido durante las pasadas cuatro décadas, y de forma antiética a previas advertencias, constatamos que ha habido una mutación en los ritmos y patrones de transformación de las ciudades y de los mecanismos que, tradicionalmente, habían encauzado su urbanismo. El resultado de este fenómeno, que radica en la eclosión de las políticas de cariz neo-liberal más agresivas a mediados de los setenta, con la consiguiente globalización de la llamada sociedad del consumo, puede observarse con nitidez en las múltiples y arrítmicas transformaciones que han experimentado muchas ciudades europeas, americanas y especialmente asiáticas, incluyendo, estas últimas, dramáticos ejemplos de erradicación sistemática de ecosistemas vivos, así como de patrimonio histórico y cultural milenario, en pos de esa panacea universal llamada crecimiento económico.

Históricamente, la arquitectura había jugado un papel central en la definición de las ciudades. En ella recaía la responsabilidad no solo de pensar en el volumen macizo que ocupaba, sino también la de calificar de forma óptima el vacío que a su alrededor se generaba. Ejemplos de esta capacidad dual pueden apreciarse en las imprescindibles aportaciones de Alberti en la Italia del quattrocento, las de Nash en la Londres victoriana o las del mismo Le Corbusier en la Chandigarh del moderno Punjab indio. El urbanismo, por su parte, entendido como el acto honesto de planificar los espacios para lo colectivo, era la herramienta con la que arquitectura y ciudadanía podían moldear el carácter de lo público y definir grandes escenarios de urbanidad. No obstante, durante estos últimos tiempos, este fluir natural y simbiótico ha dejado de producirse y, lamentablemente, las ciudades han dejado de planificarse abrazando estos patrones históricos. Ajenas a cualquier sensibilidad local, estas han venido consolidándose como el burdo resultado de la adición y superposición de complejos procesos económicos. La forma arquitectónica, así pues, capaz de determinar los contenidos políticos de la ciudad, ha sido modelada por unos pocos intereses particulares que, en la mayoría de los casos, han prevalecido sobre el interés general, el de la res publica.

Aun siendo necesario reconocer que ha habido siempre una minoría que ha mantenido una genuina ejemplaridad deontológica y convicción militante en el ejercicio de su profesión, pienso que no sería justo caer en un fácil victimismo gremial. Debemos describir los errores por su nombre. La arquitectura y el urbanismo, tradicionalmente cercanos a estructuras de poder, han sido secuestrados, esta vez, por los intereses del mercado con la absoluta connivencia de los propios profesionales que, cual manada de bisontes corriendo en estampida hacia la supuesta salvación del ego, han sido empujados hasta el abismo de la frivolidad, y se han convertido ellos mismos en acríticos agentes de lo inútil o en indiferentes consultores del gusto, incapaces de contribuir de forma proactiva a la transformación de la ciudad y, por ende, de las condiciones sociales y económicas que de ello se desprenden.

Los contextos actuales, empero, siguen evolucionando y son ahora capaces de mutar más rápidamente que nunca, diversamente a lo que pudiera ocurrir antaño durante otros periodos de grandes cambios económicos y sociales, como sucedió en las primeras oleadas de industrialización en la Inglaterra del siglo XVIII. Sin embargo, todo parece apuntar esta vez a que este modelo económico, que ha venido dominando la escena política y social desde hace unos quinientos años y basado en el crecimiento ad infinitum, está chocando finalmente con los límites físicos, tanto ecológicos como geológicos, del planeta. Patologías sistémicas así lo ilustran: el crecimiento exponencial de población en el mundo, el evidente calentamiento global, el frenesí consumista de recursos naturales, la progresiva deforestación de bosques o la enfermiza antropización de los territorios equiparan la aventura humana en el planeta a lo que médicos y biólogos describirían simple y llanamente como una plaga.

Si, por un lado, el derribo del conjunto de viviendas Pruitt-Igoe de Minoru Yamasaki en 1972 fue descrito e interpretado por Jenks como la sepultura del urbanismo moderno, por otro, el estallido de la actual crisis económica, social, de valores y ecológica pueda considerarse como la necesaria sepultura del relativismo posmoderno, pues se ha mantenido, este último, en una encrucijada acrítica, incapaz de priorizar ni jerarquizar ninguna forma de realidad.

Nos encontramos hoy, sin duda, en un ineludible cruce de caminos. Tanto como ciudadanos y como arquitectos, se nos plantean muchos y variados retos. Ante una sociedad cada vez más compleja, a la vez local y global, debemos responder a los nuevos condicionantes que esta nos describe día a día. Ante estos nuevos parámetros resulta ya fundamental canalizar nuestros esfuerzos de forma consciente, propositiva, pedagógica y responsable para repensar tanto el significado como los procesos de la producción de arquitectura.

En esta línea afortunadamente existen ya nuevas aproximaciones que intentan formular un nuevo discurso cultural y político. Propuestas que dibujan senderos para la consecución de estos deseables cambios de paradigma. Ilustrativos pueden ser, por ejemplo, los movimientos que propugnan un principio de construcción y desarrollo colectivo estableciendo una relación directa entre el urbanista y el ciudadano. El urbanismo bottom-up surge de esta manera como un gran proyecto compartido e incompleto, suficientemente flexible para adaptarse a las necesidades del ciudadano. De forma igualmente positiva contribuyen las formulaciones que abogan por estrategias de reciclaje o de crecimiento urbano entendido como aquel mecanismo equilibrado y sostenible para el desarrollo social. También las teorías del urbanismo del paisaje proponen cambios en los mecanismos tradicionales de construcción de la ciudad. Estas se alejan y critican la condición más cosmética y accesoria del paisajismo contemporáneo, y proponen establecer un urbanismo basado principalmente en relaciones entre ecosistemas, enfatizando el componente temporal que regula sus transformaciones. Cambios también se están avistando en facetas tecnológicas y constructivas, donde muchos exploran ya patrones de construcción sostenible, e hibridan las técnicas desarrolladas desde el sentido común, las vernaculares, con las más avanzadas. Pero también están apareciendo alternativas en otros ámbitos y disciplinas relacionadas. A nivel socioeconómico, por ejemplo, se están proponiendo ya alternativas al modelo económico actual y que fisuran la dicotomía entre capitalismo y comunismo. Son estas las llamadas teorías para la economía del bien común, donde mercados y dinero dejan de ser objetivos finales y recuperan su papel original de herramienta para defender el bienestar de la sociedad restituyendo los valores más humanos de la economía.

Estos ejemplos constituyen una pequeñísima muestra de nuevas realidades alternativas a modelos tradicionales que han quedado obsoletos y, bajo mi punto de vista, comparten por encima de todo una misma mirada preocupada en la restauración de un cierto ethos, y la puesta en valor de una sentida conciencia social. Valores como el compromiso, la honestidad, la sensibilidad, la cooperación, el espíritu crítico y el sentido de la responsabilidad son propios de una actitud más humanista y son inherentes por naturaleza al término política o politikós (en su sentido más amplio, ese que hace referencia a todo aquello “de, por o relativo a los ciudadanos”). Son precisamente estos valores los que, bajo mi punto de vista, mejor ilustran el compromiso requerido con lo colectivo, con lo urbano, con lo natural, y al mismo tiempo los que más pueden contribuir a los cambios de paradigma que tanto necesitamos para afrontar los retos anteriormente mencionados. Esta sensibilidad debería estar implícita no tan solo en el ejercicio de la arquitectura en particular o en el de otras profesiones en general, sino en el más relevante, el ejercicio de la ciudadanía.

Ha llegado sin duda la hora de insuflar vida a esta profesión llamada arquitectura y sacarla, cuanto antes, de esta posición que los más futboleros identificarían como “fuera de juego”. Para ello, debemos desarrollar en primer lugar un claro posicionamiento cultural que nos permita conectar con los retos del presente y recuperar, también, el espíritu más original y honesto de la arquitectura, aquel encomendado a esa noción primigenia del cobijo, a la disposición de confort con el fin de mejorar la calidad de vida de nuestros conciudadanos. Frente al fasto de la egolatría y su narcótico onanismo, el compromiso y la responsabilidad.

La Arquitectura se ocupa de la casa ordinaria y corriente para la gente ordinaria y corriente. Deja de lado los palacios. He aquí un signo de los tiempos”. Así seguían Le Corbusier y Ozenfant obstinados en su desiderátum. La arquitectura y el urbanismo no deberían de ser más un bien de lujo al alcance de unos pocos, deberían de ser comprendidos contrariamente como una herramienta de transformación positiva de la sociedad, algo próximo y fundamental, cual derecho “de, por y para la ciudadanía”.


Vers une architecture politique. Fotomontaje de Manuel Julià.

Vers une architecture politique. Fotomontaje de Manuel Julià.


Bibliografia:

BANHAM, Reyner. “The New Brutalism”, The Architectural Review, 1955.

BUCHANAN, Peter. “The Big Rethink, Rethinking Architectural Education”, The Architectural Review, 2012.

LE CORBUSIER, (1923). Hacia una Arquitectura”. Barcelona: Ed. Apóstrofe, 1998.

JUDT, Tony. Ill Fares the Land. Nova York: Ed.Penguin Books, 2010.

KOOLHAAS, Rem; OBRIST, Hans-Ulrich. Project Japan, Metabolism Talks. Colonia: Taschen, 2011.

SCALBERT, Irénée. “Parallel of Life and Art, Daidalos, 75, 2000.

WALDHEIM, Charles. “A Reference Manifesto”, Landscape Urbanism Reader. Nova York: Ed.Princeton Architectural Press, 2006.

1 Comment

  1. Jonathan Rodriguez

    Excelente!!!! Muy Buen trabajo.

    Cuando uno se topa con estas publicaciones le recuerda el gusto por querer seguir estudiando arquitectura.

Leave a Reply

Your email address will not be published.