¿Son o no son genios lo que necesitamos ahora?

Al número 30 vam publicar l’article de José Antonio Coderch “No son genios lo que necesitamos ahora”, tot aprofitant el cinquantè aniversari de la publicació a la revista Domus. Aquest article va rebre la rèplica d’Antoni de Moragas Gallissà i Carlos Flores en diferents revistes. Els reproduïm tot seguit a proposta de Fernando Marzá.


La arquitectura catalana hoy. Antoni de Moragas Gallissà
Sería estimarla muy poco suponer que los problemas que atañen a la arquitectura catalana de los últimos años no son los mismos que afectan, de modo general, a la arquitectura mundial. Sería como negarle algo que ha sido una constante de la arquitectura catalana de todas las épocas, su aguda sensibilidad, para seguir, hasta el más insignificante matiz, los movimientos de la arquitectura europea.
La crisis actual de la arquitectura puede atribuirse, en buena parte, a su fabuloso fenómeno de crecimiento, que se manifiesta en claros síntomas de agotamiento, ante la imposibilidad de digerir la obra que, en un período de tiempo cortísimo, una pléyade de grandes arquitectos, algunos todavía vivientes, ha realizado. Esta ingente obra fue impulsada por la necesidad de atender la amplísima temática de construcciones, solicitada por el extraordinario progreso de la Edad Moderna, que se extiende desde la más humilde vivienda hasta los más complicados conjuntos de edificaciones industriales o deportivas, para citar solamente algunos pocos temas. Ante esta extraordinaria eclosión, el arquitecto actual se siente tímido, tiene la sensación de que no puede dominar totalmente al urbanismo, a la supertécnica de las grandes estructuras y a la prefabricación masiva de elementos de construcción.
Ante estas gigantescas manifestaciones propias de una época eminentemente social y masificada, como es la nuestra, el arquitecto, que a menudo es requerido para proyectar obras menores y que en su misión está resolver hasta los más nimios detalles, tiene el convencimiento de que ya no le es posible abarcar con su individual esfuerzo estos grandes problemas que la sociedad le plantea, y en vez de afrontarlos con decisión y valentía, asociándose con quienes puedan ayudarle en la agobiante labor que se le ha venido encima, parece como si hiciera marcha atrás y, mientras ingenieros y urbanistas, industriales y sociólogos van trazando la silueta del mundo actual, el arquitecto se refugia en el pequeño detalle del diseño industrial, o en el romántico volver la mirada hacia estilos del pasado más o menos inmediato.
Este complejo de inferioridad que siente el arquitecto ha llegado a producir el extraño entusiasmo de las jóvenes generaciones de arquitectos catalanes, que se entusiasman cuando el arquitecto Coderch entona su canto a la mediocridad, proclamando que ya no nos hacen falta genios, en su famoso alegato publicado en la revista Domus.
Cuando el grupo R de arquitectura, el año 1951, inició sus actividades, la arquitectura catalana empezaba a salir de un letargo de más de diez años, pasados entre el inculto condenar toda obra del Gatpac y la triste tarea de llenar las calles de la ciudad con planimetrías más o menos florentinas o neoclásicas. Los primeros años del grupo R fueron un extraordinario renacer de la arquitectura catalana que se prometía llena de personalidades, con gran empuje y coraje y, sobre todo, con un claro espíritu de equipo.
La postura doctrinal del grupo, su enclave cultural, podríamos decir, debía ser, y empezó siendo, la maduración, desarrollo y superación de la experiencia racionalista mediante la alternativa de la arquitectura orgánica, que se incorporaba a los fríos esquemas racionalistas (nacidos éstos de la necesidad de higienizar y poner fin a los desórdenes propios de los últimos delirios del Art Nouveau), la multiformidad, el realismo, la intuición, la imaginación, la dinámica, en fin, la psicología y todos los grandes valores propios de una civilización avanzada y de una cultura madura.
Desdichadamente, pasada la etapa de frente común que mantuvo unido al grupo R, se inició un franco retroceso al desarrollarse, dentro y fuera del mismo, varias tendencias de signo opuesto, muchas de ellas impulsadas, quizá, por un deseo de no doblegarse ante la absorbente primacía del grupo por el que se sentía a la vez admiración y envidia. Así se iniciaba una etapa de eclecticismo arquitectónico, a pesar de todo, muy de acuerdo con las tendencias de la arquitectura mundial.
Es de lamentar que estas circunstancias se produjesen justo en el momento de máximas responsabilidades en el proceso cultural de superación antes señalado, deteniendo su movimiento progresivo. Es cuando se empieza a mirar hacia atrás de nuevo, sobrevalorando la arquitectura vernácula, retornando a la arquitectura idealista y modulada de los años veinte, al desconcertante neo-liberty o al gusto por el enclenque estilo Napoleón III, sin miedo por los quienes seguían estos derroteros de acreditarse como paletos, anticuados, atrabiliarios o pusilánimes.
El panorama actual de la arquitectura catalana, progresada la dirección antes subrayada, debe estimarse que está presidido por un abigarrado eclecticismo, en el que las posiciones se van cerrando, sobre todo después de las últimas importantes construcciones, que si bien son fruto de una satisfactoria madurez, son expresivas de la regresión antes referida.
Como reacción a estos hechos, parece iniciarse un propósito de acercamiento, de estudiar de nuevo en común los problemas que a la arquitectura afectan, intentando una profunda revisión de valores que afectará a todos sus aspectos. Desde el urbanismo de manzanas, abierta hasta el cadenado en el diseño industrial, todos los capítulos del amplio campo de la arquitectura actual y sus aledaños deberán ser objeto de examen detenido.
La carrera hacia el futuro se ha iniciado; por lo tanto no todos llegarán. Es difícil pronosticar quién quedará en el camino. Sería de desear, empero, que nuevos valores de las jóvenes generaciones de arquitectos catalanas se incorporen al proceso evolutivo que comienza, para continuar la gloriosa tradición de nuestra arquitectura, la del románico de las catedrales, del barroco de Gaudí, del Gatpac.
Nos consuela pensar, como hemos insinuado al principio, que tanto las cualidades como los males de la arquitectura catalana de hoy son fiel reflejo de lo observable en la arquitectura de los grandes países.
Este estar al día, para bien o para mal, nos hace confiar, optimistas, en que cuando la arquitectura mundial reemprenda la dirección verdadera por el único camino andable que es la vida evolutiva de la auténtica cultura, la arquitectura catalana, siempre alerta, sabrá encontrar también su propio camino, sin correr el peligro de que le ocurra lo que a la mujer de Lot.


Els membres del grup R amb Puig i Cadafalch. Argentona, casa de Josep Puig i Cadafalch.

Els membres del grup R amb Puig i Cadafalch. Argentona, casa de Josep Puig i Cadafalch.


¿Son o no genios lo que necesitamos ahora? Carlos Flores
Hace unos meses la revista Domus publicaba un artículo de José Antonio Coderch en el que este exponía sus puntos de vista sobre varios aspectos de la sociedad, los arquitectos y la arquitectura actuales. En este trabajo, cuyo título era “No son genios lo que necesitamos ahora”, Coderch hacía la siguiente afirmación: “No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines”. Más recientemente, otro arquitecto, Antonio de Moragas, denunciaba desde la revista Cataluña Exprés una supuesta deserción del arquitecto ante la dificultad de los problemas con que se encuentra en nuestros días. Subrayando esta idea afirmaba: “Este complejo de inferioridad que siente el arquitecto ha llegado a producir el extraño entusiasmo de las jóvenes generaciones de arquitectos catalanes, que se entusiasman cuando el arquitecto Coderch entona su canto a la mediocridad, proclamando que ya no nos hacen falta genios, en su famoso alegato publicado en la revista Domus”. Sin que nadie me haya llamado ni pretender en absoluto la iniciación de una polémica, me gustaría expresar brevemente algunas ideas sobre el particular.
Ante todo, debo confesar mi creencia de que los genios son un regalo de la Providencia, y no hay época en la que no deban ser bien venidos. Sin embargo, es preciso distinguir entre el genio y el pseudogenio, que es, en mi opinión, a lo que, por un lado, se refería Coderch: a aquellos que quieren ser Le Corbusier desde el primer año de ejercicio de la profesión. (El mismo ilustra en su artículo este concepto cuando al referirse a un joven arquitecto que sin más bagaje que el diseño de una silla de dudosa eficacia se permite lanzar manifiestos.)
Por su parte, Moragas plantea la arquitectura como una actividad que no pudiera ser desarrollada más que por genios o mediocridades. Así, considera que el hecho de que Coderch no desee genios, sino arquitectos conscientes de su misión, supone un “canto a la mediocridad”. Esto parece desquiciar la cuestión. Entre la mediocridad y el genio podrían situarse, por lo menos, tres grados, dentro de una escala de valores improvisada sobre la marcha para seguir estos razonamientos. Entre mediocre y genio pondríamos lo discreto o aceptable, lo bueno o convincente y lo extraordinario o admirable. Fuera de toda clasificación, el genio, y a muchas leguas del discreto, el mediocre o el inepto.
Yo veo muy claro, al menos así lo creo, lo que Coderch quiere expresar al “despreciar” al genio. Por un lado su repulsa ante el pseudogenio (especie hoy frecuente en la arquitectura tal vez como contagio del ambiente artístico) y la afirmación de su inconsistencia. Por otro, minimiza también el papel actual del genio auténtico considerando que unas épocas están más necesitadas de ellos que otras, y que la nuestra, por suerte o por desgracia, se ha hallado próxima a alcanzar un punto de saturación a este respecto. Esto parece evidente. Si en ciertos órdenes de la cultura actual la aparición de un auténtico genio parece cuestión de vida o muerte, en el dominio de la arquitectura se echa más a faltar: hoy la humildad necesaria para asimilar y desarrollar todas las posibilidades que un buen número de arquitectos de gran talento y la ampliación del los recursos técnicos han puesto ante nosotros.
No sé si Coderch y Moragas se sentirán molestos por esta intromisión mía en sus asuntos. Nuestra sección se llama Forum y pretende ser lugar de comentarios y cambio de impresiones. Con este fin han sido escritas estas líneas y dadas a la prensa sin más preocupación.

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