Ventura Rodríguez Tizón y el Real Colegio de Cirugía de Barcelona, 1761-1764

Al indagar sobre los espacios que evidencian relaciones entre arquitectura y cuerpo humano, emergen algunas construcciones dedicadas explícitamente al saber del cuerpo, las cuales constituyeron e integraron parte de escenas del conocimiento anatómico desarrolladas en torno a la práctica de la disección: los teatros anatómicos.

Esos espacios, que en un principio fueron transitorios y luego fueron construcciones permanentes, fueron de gran relevancia a partir del siglo XVI, donde destaca el influyente y precursor teatro de la Universidad de Padua, de 1593. Esa configuración espacial se extendió en los ámbitos de las escuelas de cirugía hasta finales del siglo XVIII, cuando perdieron vigencia debido a la transición hacia la clínica. En ese periodo y previamente a esa crisis del teatro anatómico, sobresale el de la Escuela de Cirugía de París, realizado entre 1769 y 1775, y también contribuye a esta taxonomía del teatro anatómico el singular Real Colegio de Cirugía de Barcelona, realizado gracias a la gestión del cirujano Pere Virgili, que conformó una escena del saber del cuerpo con una notable e innovadora arquitectura acorde a las nuevas reflexiones teóricas de su época.

El edificio de Barcelona, actualmente sede de la Real Academia de Medicina de Cataluña, fue proyectado en 1761 por Ventura Rodríguez Tizón, arquitecto de gran trayectoria. Como ha indicado Jovellanos, Rodríguez habría nacido en la época de mayor decadencia del país, en 1717, lo que habría marcado su destino. En 1731, a los catorce años, fue empleado como delineador en las reales obras de Aranjuez, donde se familiarizó con el trabajo de Juan de Herrera, artífice de lo que se ha definido como estilo herreriano, caracterizado por su sobriedad y monumentalidad entre finales del siglo XVI y durante el siglo XVIII. En 1741 fue nombrado primer aparejador del Real Palacio, y en 1744 Felipe V incorporó a Rodríguez como maestro de arquitectura de una nueva academia de bellas artes, la Junta Preparatoria. Fue nombrado primer director de Arquitectura en 1752, cuando en el reinado de Fernando VI se estableció, de modo definitivo, la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Fernando.



Desde el momento en que Rodríguez se involucró en la Academia, emprendió su destino de restaurar el esplendor de la arquitectura española. Como ha indicado Jovellanos, “debía subir hasta su origen, observar sus progresos y sus vicisitudes, y estudiar su historia en los edificios de sus diversas épocas”. Así, gracias a sus diversos viajes por las provincias españolas, indaga sobre los edificios célebres de distintas épocas, “los analiza, los mide, los compara; los sujeta al infalible criterio de los principios del arte”. El arquitecto siguió sus estudios sobre la significativa presencia de los visigodos, con su “sencillez septentrional”, y el vacío historiográfico existente, hasta ese momento, sobre esa impronta, para luego impresionarse con los árabes, y su dominación desde el siglo VIII, asolando Hispania.

Jovellanos observa que, mediante estos estudios, a Rodríguez se le revelaba un histórico territorio de guerra, debido a las sucesivas ocupaciones, marcadas con una arquitectura austera y fortificada, que le formaron una idea “oscura y turbulenta”. Sin embargo, lo que escribe sobre el imaginario arquitectónico con el que se encuentra el arquitecto es una apología al rigorismo, muy coherente con las ideas ilustradas, que conformaron un cuerpo conceptual sólido sostenido en la tradición histórica de edificar privilegiando la “firmeza y duración”, así como el despojo ornamental.

El 1969, Joan Torras Trías destacó las obras funcionales de Ventura Rodríguez realizadas desde principios de la década de 1760. Asimismo, Carlos Sambricio identificó el año 1761 como la fecha de cierre del primer periodo de sus obras. De esa forma, algunos trabajos de Rodríguez han sido señalados como uno de los pocos destellos de la Vanguardia neoclásica ilustrada en el ambiente español. De esa forma, esas obras han sido catalogadas en el marco del rigorismo del matemático y fraile veneciano Carlo Lodoli, quien predicó la racionalidad arquitectónica en lo constructivo, la verdad del material, y en lo representativo, donde solo lo necesario era bello.

Además, Thomas Ford Reese, en 1973, advirtió, en la terminación en piedra del Colegio de Barcelona, un ingrediente de la etapa funcionalista: “Simplicidad, austeridad, y la supresión de todo ornamento innecesario habían siempre caracterizado los edificios funcionales donde la economía era preferida al despliegue monumental y ostentoso”.

Las investigaciones contemporáneas de Alfons Zarzoso indicaron que la localización de un centro de enseñanza de la cirugía en Barcelona se debió a su posición estratégica respecto de las guerras a causa de su proximidad al territorio francés, que derivaba en concentración de tropas. Además, como ciudad puerto, era un punto de partida y de llegada en el Mediterráneo, lo que hacía de la ciudad un destino de futuros cirujanos para una nueva escuela, lo que se veía fortalecido por el gran volumen de población civil y militar que recibía el Hospital General de la Santa Creu. Por otro lado, Jacint Corbella, en el 2001, indicó que, a pesar de que la función del Colegio era la formación de cirujanos para el Ejército, algunos se dedicaban a la población civil, ya que algunas veces los cirujanos formados excedían los requeridos por las tropas.

El proyecto para el Colegio fue desarrollado por Rodríguez en un tiempo muy breve, entre el 12 de diciembre de 1760, cuando aprueban la formación del colegio, y julio de 1761, fecha de los planos del edificio. Para Reese, el diseño estuvo referido al edificio de la Académie Royale de Chirurgie de St. Côme en París, proyectado por los arquitectos Charles y Louis Joubert, con el anfiteatro construido entre 1691 y 1695. Virgili debió conocer esa construcción cuando estuvo en París, pero, además, esa obra había sido incluida por Jacques-François Blondel en su conocida Architecture Françoise, publicada entre 1752 y 1756.

El nuevo edificio diseñado por Rodríguez fue emplazado al lado del Hospital de la Santa Creu, frente a la Casa de Convalecencia y al lado del corralet, el depósito de cadáveres, hacia la calle del Carmen. En 1762, fueron iniciadas las obras por el capitán general de Cataluña, marqués de la Mina, y fue construido por el Cuerpo de Ingenieros Militares. En la edificación fue utilizada piedra de las productivas canteras de Montjuïc. Virgili dirigió y administró personalmente los trabajos de construcción. Sin embargo, el edificio recién se terminó e inició sus funciones en 1764.

Al examinar la geometría del edificio proyectado por Rodríguez, se reconoce claramente la incidencia respecto del contexto existente en las proporciones y organización del edificio. Sobre el lugar elegido, en 1949 el arquitecto Cèsar Martinell i Brunet indicó que había sido emplazado el primitivo teatro anatómico: “El sitio elegido fue el del antiguo Estudio de Anatomía y Medicina que hemos visto patrocinado por Martín I a principios del siglo XV, donde después existió el aula de les anatomíes, que en el siglo XVII se hallaba en obras”.

El volumen del edificio aislado es un rectángulo de 36 metros de largo por 15 de ancho con dos accesos. La puerta principal, hacia el suroeste, está situada en el pasaje que comunica la calle del Carmen con el Hospital de la Santa Creu, mediante la cual se ingresa a un hall de distribución, donde están situadas la escalera principal y las entradas: a la derecha, el anfiteatro anatómico, y a la izquierda, las salas de operaciones. En la planta superior se repiten los recintos, pero los espacios correspondientes a las operaciones estaban destinados a lecciones y biblioteca. La entrada secundaria, de servicio, queda hacia el sureste del volumen, y más próxima al corralet, mediante la cual se ingresa a las salas de instrumentos donde se preparaban los cadáveres, un espacio conocido en otros anfiteatros como gabinete anatómico o cocina anatómica.

En la fachada principal existe una organización de algunos pocos ornamentos muy sobrios en torno al eje del anfiteatro, manifiesto exteriormente en el primer nivel en puertas y ventanas ciegas, donde la principal está coronada por un escudo de Carlos III tallado en mármol de Génova por el escultor Carlos Grau, aunque, como ha indicado Usandizaga, el escudo actual es una copia del original destruido en la Guerra Civil; además el mismo escultor hizo los florones de los canalones de desagüe en las cornisas. En torno al mismo eje, en el segundo piso, existen dos vanos con arcos, uno en cada fachada, frontal y posterior, por donde ingresa la iluminación natural al anfiteatro en conjunto con la linterna superior que corona el edificio.

El espacio interior del anfiteatro anatómico fue concebido de forma perfectamente circular, con un diámetro de 12,60 metros. El vacío circular queda circunscrito al interior de un volumen cuadrado de 15 x 15 metros aproximadamente. El anfiteatro posee una gradería circular en piedra dividida en dos partes por los accesos. Las gradas poseen capacidad para 260 personas. En los espacios esquinas, entre el anfiteatro y los muros exteriores, se ubican dos escaleras en caracol, de 2 varas de diámetro, y dos pequeñas cámaras circulares, del mismo diámetro, que se indicaban como lugares para aguas.

Posee al centro una mesa de disección elíptica y giratoria, de mármol blanco, aproximadamente de 2,2 varas de Burgos, cuyo pie fue realizado por el escultor Joan Henrich, y en cuyo centro posee un ducto para evacuar los líquidos que se generaban durante la disección, los que escurrían hacia una fosa bajo el edificio. La mesa giraba, lo que permitía orientar mejor el cadáver hacia el público asistente, como para adecuarse a la mejor luminosidad natural según su forma de ingreso.

Rodeaban, la mesa del anfiteatro, asientos barrocos tallados en nogal sin dorar, realizados por Lorenzo Roselló que, como dijo Usandizaga, eran ocupados por “el vicedirector y demás catedráticos de número y supernumerarios, ocupando sus asientos por el orden de su respectiva antigüedad”. Seguía una grada de circulación y, a continuación, la gradería con cinco escaños de piedra para los asistentes. Las ordenanzas asignaban las gradas de piedra a los alumnos y al público que quisiera asistir a las disecciones.

Posee una galería-balcón con barandillas de hierro forjado en la segunda planta. Es muy probable que esa galería haya sido diseñada para que determinadas personas asistieran de forma privada a las disecciones, así como tradicionalmente ocurría en las disecciones públicas de Padua o Bolonia.

El espacio centralizado culmina con una cúpula, y al centro, una linterna, por donde ingresa luz natural, por donde podían salir los aires impuros, y desde donde pende una gran lámpara de velas que se podía subir y bajar que aún está en su lugar, y que era movida mediante un mecanismo activado manualmente desde la buhardilla, sobre la segunda planta.

Ese espacio rotonda ha sido descrito y analizado por Baquero i Briz, que ha visto relaciones entre el cadáver, el centro de la actividad disectiva y la abertura superior.

“Este espacio, geométricamente es un cilindro coronado por una semiesfera y rematado, a su vez, por un cilindro y otra semiesfera de menor dimensión; y desde cualquiera que sea el punto que se la mire, siempre tiene la misma forma; pero los grandes ventanales son planos y verticales, lo que es suficiente para que los escorzos nos marquen una doble dirección y, por lo tanto, un centro formal sin posible perspectiva ilusoria, lo que nos lleva a comprender que ese juego de la perspectiva nos introduce de nuevo en la cúpula para encontrar su foco óptico en la mesa de disección.”

Finalmente, el Real Colegio de Cirugía de Barcelona, con su anfiteatro anatómico, es una arquitectura de un depurado neoclasicismo que enlaza pertinentemente con las ideas ilustradas que movieron el desarrollo del saber del cuerpo. La configuración de su anfiteatro es la de un dispositivo visual que se organiza desde y hacia el cuerpo. Como edificio es un caso singular de obra arquitectónica en el contexto español, que establece una continuidad con el ideal renacentista de la planta centralizada y el espacio rotonda, conjugado con el rigorismo ilustrado.

Leave a Reply

Your email address will not be published.