La vivienda en Yugoslavia: el caso de Bosnia Herzegovina (1ª parte)

Introducción

Este es el primero de dos artículos concebidos con la intención de reconstruir los cambios ocurridos en el sistema de propiedad de la vivienda en Bosnia Herzegovina (BiH) en los últimos 20 años. La primera parte presenta brevemente la sociedad bosnia para luego detenerse en describir el sistema socialista de la vivienda; en la segunda parte —disponible en el próximo número de la revista— el discurso se centrará en el proceso de transición del régimen comunista a un tipo de sociedad que aspira a ser capitalista y que, sin embargo, se enfrenta todavía a las incertidumbres y dificultades heredadas por el conflicto que azotó el país entre 1992 y 1995. Ambos textos están basados en una comunicación presentada en el XII Congreso de Antropología de la F.A.A.E.E. (Federación de las Asociaciones de Antropología del Estado Español), que tuvo lugar en León en septiembre de 2011.

 

De la kuća a la ciudad socialista

Tradicionalmente, la sociedad bosnia ha sido sobre todo una sociedad rural, con una población escasa asentada en pueblos y aldeas esparcidas por los valles y en pequeños llanos de un territorio prevalentemente montañoso. Con la excepción de unos pocos centros urbanos como Sarajevo, Mostar, Travnik y Jajce, donde desde épocas otomanas habían florecido la artesanía y el comercio, en el resto del país la economía se basaba en la agricultura y la ganadería. Los espacios domésticos reflejaban la estructura de esa sociedad agrícola, patriarcal y patrilocal: la casa (kuća) constituía la unidad económica familiar y en ella solían convivir de dos a tres generaciones; estaba organizada alrededor de un ambiente principal que unía cocina, salón y zona de almacenaje, donde todos los miembros de la familia desarrollaban las actividades de día (y a veces también las de noche). En los casos en los que esta modalidad residencial implicara también compartir la economía del hogar se la conocía con el nombre de zajednica o zadruga.

Con el proceso de industrialización de Yugoslavia, que en las décadas de los ’60 y ’70 interesó particularmente a BiH, la sociedad local se fue modernizando, lo que repercutió en la organización de la vida familiar y del espacio doméstico: la estructura de la casa comenzó a modificarse, y la zajednica se fue fraccionando en distintos hogares para cada familia nuclear a medida que las parejas jóvenes iban requiriendo más privacidad. Al contraer matrimonio un miembro de la familia, se fue tomando la costumbre de añadir una planta a la casa principal y, con el tiempo, una nueva construcción en la misma parcela de terreno de los padres: en el primer caso se seguía hablando de kuća; mientras que en el segundo asisitimos a una ruptura más profunda respecto a la zajednica, ya que el hijo, aunque viviese a pocos metros de sus padres, estaba formalmente fundando una nueva kuća. Vemos así como este término no se utiliza exclusivamente en referencia a la casa entendida como construcción, sino que designa el núcleo familiar en su acepción extendida y patriarcal; al construir una nueva casa, el hijo de facto se sustraía al control del padre y su esposa, al de la suegra, imponiéndose ambos respectivamente como nuevo cabeza de familia y nueva dueña del hogar.

La kuća no es prerrogativa exclusiva de los entornos rurales sino que se encuentra también en las ciudades, en aquellos barrios edificados durante la época del dominio otomano en las colinas alrededor de la čaršija (el nucleo comercial) y que se conocen con el nombre de mahale[1]. Cuando a finales del siglo XIX Bosnia fue anexada al imperio austro-húngaro, los centros urbanos y especialmente su capital, Sarajevo, se expandieron con la edificación de barrios de carácter más “europeo” en los que las primeras fincas de vecinos se vieron divididas en más departamentos. A partir de ese momento se empezó a difundir una jerga que distingue el vecino de la mahala, que vive en una vivienda unifamiliar, el mahalac, del que vive en un piso dentro de una finca de vecinos, el haustorćad: la existencia de una terminología específica nos da una idea inmediata de cómo, a distintas modalidades residenciales, corresponden maneras diferentes de vivir en el espacio de la ciudad y de relacionarse con el entorno social más próximo[2].

Aunque las fincas de vecinos “importadas” de los austríacos supusieron una ruptura respecto al modelo tradicional de kuća, hubo que esperar hasta los años ’60 del siglo pasado para asistir a una verdadera revolución en la morfología urbana de Yugoslavia: el desarrollo de la que se conoce como “ciudad socialista”, es decir, los imponentes barrios dormitorios de bloques de hormigón que caracterizan la casi totalidad de las ciudades de Europa del este.

En el caso que nos interesa ahora, la industrialización del país generó un proceso de urbanización extremadamente acelerado que se debió a tres factores: en primer lugar, el aumento de la población que supuso el baby-boom de la posguerra; segundo, los flujos migratorios desde las zonas rurales, que se convirtieron en la fuente dominante de crecimiento urbano; finalmente, unos estándares de vida que habían ido subiendo a medida que avanzaba el proceso de modernización de la sociedad yugoslava. La combinación de estos tres factores llevó a su límite a la capacidad de los centros históricos de satisfacer las necesidades de una población en constante aumento y que disponía cada vez más de vehículos privados para desplazarse.

La oferta de mano de obra desde las sobrepobladas campañas era abundante en todos los países del este europeo. En la década de los ’60 la afluencia hacia las ciudades y conurbaciones más grandes era tan imponente que los gobiernos intentaron restringir las tasas migratorias en nombre del concepto socialista del “tamaño ideal para una ciudad” (entre 50.000 y 100.000 habitantes): se establecieron controles administrativos que requerían a todos los ciudadanos que registrasen su lugar de residencia y se otorgaron poderes a las municipalidades o agencias centrales del estado para conferir o denegar el permiso a los no-residentes para aceptar un trabajo o tomar residencia en ciertas ciudades. La disponibilidad de alojamiento era el criterio principal de elección de los candidatos: fue así como la construcción de viviendas se convirtió en todas partes en “la lucha de los sesentas”, cuando se recurría a las últimas tecnologías en el campo del ensamblaje de unidades prefabricadas para acelerar la reducción de las colas para un alojamiento. en realidad esas tendencias aumentaron, en lugar de reducir, el ya significativo exceso de demanda de mano de obra en las ciudades, así que finalmente el concepto del “tamaño ideal” se quedó en letra muerta.

 

El régimen de propiedad en la Yugoslavia socialista

La revolución urbanística empujada por los regímenes de Europa del este no se limitó a la modificación radical del panorama de las ciudades preexistentes a su instauración, ni a la fundación de nuevos núcleos urbanos inspirados en los dictámenes de los teóricos del nuevo urbanismo. Se inscribía en una reforma integral de la estructura societaria que aspiraba a abarcar todos los ámbitos de vida de los ciudadanos y que, por supuesto, quedó reflejada en las flamantes constituciones socialistas y en todo el conjunto de leyes concebidas para facilitar el paso hacia el comunismo.

En Yugoslavia, el acceso a la vivienda constituía uno de los pilares del sistema de bienestar social construido por el gobierno del Mariscal Tito, se implementaba a través de la nacionalización de buena parte de los bienes inmuebles de propiedad privada y estaba garantizado por la categoría legal de stanarsko pravo, el derecho de ocupación. Es importante señalar que, a diferencia del resto de los países del antiguo bloque comunista, en Yugoslavia la nacionalización se interesó principalmente por las propiedades urbanas, mientras que, en el campo, la mayoría de las viviendas con sus tierras anexas se mantuvieron en manos de particulares. Además, las expropiaciones se llevaban a cabo solo en casos de múltiples propiedades, es decir, cuando una única persona era dueña de muchas viviendas. Incluso en esos casos, sin embargo, se reconocía el derecho a mantener propiedades para “uso personal”: lo que el nuevo sistema ponía en tela de juicio no era, por lo tanto, el concepto en sí de propiedad privada, reconocida como un derecho fundamental por el Estado yugoslavo, sino la acumulación de un patrimonio inmobiliario considerado innecesario para el mantenimiento del núcleo familiar y su explotación con el objetivo de acumular capital. Lo que es coherente con los planteamientos más generales del modelo autogestionario promovido por Tito es que, a diferencia del socialismo real soviético, permitía la propiedad privada de los medios de producción y servicios en ciertos sectores económicos considerados secundarios y dentro de ciertos límites.

Pongamos un ejemplo desde Sarajevo: un informante refería que la finca entera en la que se halla su piso, en el barrio austro-húngaro de Marijin Dvor, anteriormente había sido propiedad de un industrial judío. Poco después de que se terminara la Segunda Guerra Mundial y se fundara la Federación Yugoslava empezaron las expropiaciones: al propietario se le permitió mantener dos de todos los pisos que antes poseía. Las viviendas nacionalizadas pasaron a ser propiedad estatal (državno vlasništvo) y fueron dadas en arrendamiento a familias que no disponían de un alojamiento en propiedad: en el caso de este informante, sus padres habían perdido su casa en el barrio de Vraca a causa de los bombardeos alemanes en 1944 y el estado los había reinstalado en uno de esos pisos, donde él vive todavía.

Este caso es ejemplar, pues nos permite introducir la cuestión del régimen de la propiedad durante los 45 años de vida de Yugoslavia. Por un lado, existía la recién citada propiedad estatal, con el Estado como nuevo propietario de los bienes confiscados, que administraba basándose en el principio de redistribución socialista del bienestar. Lo que Verdery define como “paternalismo socialista” (1996:24) constituía la médula de la ideología del partido, que justificaba su gobierno afirmando que hubiese cuidado de las necesidades de todos recogiendo la totalidad del producto social y repartiéndolo entre la población. Esto significaba, principalmente, comida barata, trabajo, asistencia médica y educación gratuitas, y vivienda asequible: el contrato social básico del socialismo. Por el otro lado, vemos como se seguían manteniendo unos límites mínimos de propiedad privada.

Sin embargo, estos dos tipos de propiedad no nos ayudan por sí solos a definir el régimen yugoslavo de la propiedad ya que, en distintos grados, se encuentran también en las sociedades capitalistas occidentales. Nos falta aún una tercera categoría, la que mejor caracterizaba el socialismo autogestionario y permitía diferenciarlo con mayor claridad del socialismo centralizado soviético: estamos hablando de la propiedad social (društveno vlasništvo) de los medios de producción[3]. Bajo este paraguas legal se hallan también los bienes inmuebles que el Estado adquiría con la nacionalización o que construía ex novo a través del Fondo de Contribuciones para la Vivienda. Los titulares de los derechos de propiedad social eran organismos públicos o personas jurídicas que disponían del derecho de asignar a los individuos que pertenecían a ciertas categorías el derecho a ocupar las unidades habitables en cuestión. Por lo tanto, dichos bienes no siempre se mantenían bajo control directo del Estado, sino que eran dados en gestión a unidades más pequeñas como podían ser las empresas autogestionadas.

Describamos un caso típico: una fábrica disponía, por asignación estatal, de varios pisos de propiedad social para sus trabajadores; de cada sueldo se deducía un monto fijo destinado al fondo de vivienda social, por lo tanto todos los empleados pagaban la misma cuota independientemente del tipo de alojamiento que fueran a ocupar. La repartición de las viviendas se basaba en un complejo conjunto de criterios que incluía el tamaño de la familia del trabajador, su edad, la antigüedad en la empresa y sus funciones en ella. Por la endémica escasez de alojamientos que se mencionaba antes, las esperas para un piso podían ser extremadamente largas, lo que a veces desencadenaba conflictos entre los trabajadores, así como irregularidades y asimetrías en las asignaciones.

En otros casos, la vivienda era asignada no a través de una empresa sino directamente por el Estado, a raíz por ejemplo de una situación de emergencia, como les ocurrió a los padres de nuestro informante que inicialmente habían entrado en el nuevo piso de propiedad estatal por desplazamiento forzado (prinudni smještaj) y en régimen de alquiler compartido (sustanarstvo): en el mismo alojamiento convivían la familia del informante (los abuelos, los padres y dos hijos) y una anciana desconocida. Cuando esta falleció, sus padres se quedaron con todo el piso y, en un determinado momento, pudieron optar a la propiedad social.

La peculiaridad del régimen de propiedad social era que, una vez se asignaba al trabajador el stanarsko pravo, este adquiría ciertos derechos de propiedad sobre la vivienda. Antes que nada, la concesión era vitalicia siempre que se siguiera pagando la cuota fija para la bolsa de vivienda social y la tasa de uso, una cantidad muy baja establecida por el Estado. En segundo lugar, el derecho a residir en el piso de propiedad social podía ser heredado por los miembros de la familia, pero no podía ser vendido a otros.

Citando a Malinowski, “entre la pura propiedad individual y el colectivismo hay toda una gama de combinaciones intermedias” (1997:128): la propiedad social sería pues un régimen situado a medio camino entre la propiedad privada capitalista y la desaparición de la propiedad, vaticinada por el marxismo clásico, y constituía el marco jurídico cuya forma de organización económicosocial era representada por la autogestión. En este sentido, se puede establecer cierto paralelismo entre el mecanismo de gestión de las bolsas de vivienda social y el de las empresas yugoslavas, corazón pulsante del sistema autogestionario. De manera análoga a como los trabajadores dirigían una empresa sin por eso llegar a ser sus propietarios, la familia arrendataria de una vivienda social “controlaba” el alojamiento que le había sido asignado, incluso en un plazo de varias generaciones, por el carácter hereditario del stanarsko pravo. Sin embargo, eso no la volvía propietaria del capital inmobiliario, ya que se hallaban siempre bajo un régimen de usufructo, en este caso no de los medios de producción en el sentido ecónomico del término, sino de los medios de reproducción social entendidos en su acepción más amplia.



BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

French, R.A. y Ian Hamilton, F.E. (coord.) (1979), The socialist city. Spatial structure and urban policy, Chichester [etc.]: Wiley & Sons

Karahasan, D. (2005), Sarajevo, diario de un éxodo, Barcelona: Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores

Malinowski, B. (1997), Los Argonautas del Pacífico Occidental: un estudio sobre comercio y aventura entre los indígenas de los archipiélagos de la Nueva Guinea melanésica, Barcelona: Península

Verdery, K. (1996), What was socialism and what comes next?, Princeton (N.J.): Princeton University Press


[1] En la descripción del escritor y dramaturgo Dževad Karahasan “las mahale son como rayos dispuestos alrededor del centro, de modo que, de un lado, está el barrio musulmán, llamado Vratnik, del otro, el católico, Latinluk, luego el ortodoxo, Tališhan y, por último, el barrio judío o Bjelave. Entre estos grandes barrios están las pequeñas mahale (Bistrik, Mejtaš, Kovaći) que, al igual que las grandes, poseen una religión, una lengua y un sistema de tradiciones propio” (D. Karahasan, 2005:14). La típica mahala musulmana está constituida por treinta o cuarenta viviendas, una panadería, un mekteb (escuela teológica primaria), una fuente pública y una pequeña mezquita, en el centro del barrio.

[2] La mahala es un referente cultural importante en la vida urbana bosnia: por ejemplo, cuando la gente se queja de que Sarajevo es una ciudad donde, aun siendo la capital del estado y teniendo cerca de medio millón de habitantes, todo el mundo se conoce y los rumores se difunden muy rápidamente, se utiliza la expresión “Sarajevo es una gran mahala” (Sarajevo je velika mahala); en el mismo sentido, el término mahaluša define a una persona cotilla y que se mete en los asuntos de los demás.

[3] A partir del conflicto Tito-Stalin del 1948 y, sobre todo, después de la reforma económica del 1965, conceptos como “autogestión” y “propiedad social” fueron marcando la especificidad del sistema yugoslavo respecto a los países del bloque soviético, cuyas economías eran planificadas enteramente a nivel central.

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