LONDRES – PARÍS; VIENA – BERLÍN; CHICAGO – NUEVA YORK

En el conocido íncipit del fragmento Tiergarten de Walter Benjamin, que forma parte de la antología Berliner Kindheit um neunzehnhundert, leemos:

“No saber orientarse en una ciudad no significa mucho. Pero perderse en ella como en un bosque es algo que hay que aprender. Los nombres de las calles deben sonar al oído del vagabundo como el crujido de las ramas secas y las callejuelas del centro deben marcar sin incertidumbre, como un derrumbe en las montañas, las horas del día. Aprendí muy tarde este arte.”

El proyecto editorial, iniciado hace unos años, de un tríptico dedicado a las grandes capitales de finales del siglo XIX y comienzos del XX (A. Pizza. Londres – París. Barcelona: Edicions UPC, 1998, 2001; A. Pizza, M. Pla. Viena – Berlín, Barcelona: Edicions UPC,  2002; A. Pizza, M. Pla. Chicago – Nueva York, Madrid: Abada, 2012) podría muy bien llevar como exergo esta cita benjaminiana.

Lejos de ser nuestra pretensión, sin ninguna ilusión de haber siquiera rozado la posibilidad de ejercitar tal “arte” precioso, el campo de investigación sugerido por la afirmación del filósofo alemán parece, sin embargo, un referente ideal para estos trabajos.

Nuestro punto de partida metodológico ha sido el complejo de rasgos que caracterizan una ciudad concreta en un lapso de tiempo determinado; unos rasgos siempre distintos a los de las demás ciudades y en otros momentos históricos.

A través del análisis y de la interpretación crítica de las principales manifestaciones que surgían en una cultura urbana concreta, nos pareció posible esbozar una descripción de las cualidades específicas de lo que Georges Chabot denominó l’âme de la cité, un alma que pertenece a la ciudad y a su habitante al mismo tiempo, y que palpita en todos los rincones del complejo laberinto de sus propias contradicciones.

En 1980, Giulio Carlo Argan afirmaba que el problema de la relación entre arquitectura y cultura se reducía a la determinación de la funcionalidad de un elemento dentro de un sistema. La tesis de Argan resultaba claramente extrapolable a todas las manifestaciones surgidas de la ciudad.

A dicha tesis podríamos añadir hoy que cualquier cultura urbana forma un sistema con una estructura de extensión interminable, y que, por tanto, su análisis —también interminable por definición— muy bien podría coincidir con las infinitas lecturas obtenidas a lo largo del “frondoso paseo” sugerido por Benjamin.

Las seis metrópolis estudiadas han sido entendidas como catalizadores de los numerosos cambios históricos propios de estas décadas: el rápido avance de la industrialización, el desarrollo de los medios de transporte, la difusión extensiva de los tejidos edificados, la transformación de los centros históricos en polos comerciales, los conflictos de clases, etc., pero también como lugares privilegiados de la reflexión intelectual y del análisis multidisciplinar.

Más allá de cualquier reducción simplista, la interpretación de los hechos urbanos como un conjunto de factores heterogéneos conlleva un incremento del grado de complejidad de la empresa epistemológica, de modo que se hace ineludible la aproximación a todo aquello que la literatura, la filosofía, las artes visuales o la cultura estética puedan aportar como claves de lectura de las transformaciones arquitectónicas y urbanísticas.

En resumen, hemos abordado un análisis crítico de los movimientos culturales que han caracterizado los cambios urbanos en la época de plena eclosión del fenómeno de la modernidad: unas trasformaciones que, por supuesto, afectaron a los modelos urbanísticos y arquitectónicos, pero también al mundo de las artes, de la reflexión estética y de la creación literaria.

Nuestro objetivo principal, pues, ha sido el de intentar descifrar las prolíficas interacciones que se establecen entre las diferentes formas del saber, y sus relaciones con el tema de la “metropolización” de las grandes aglomeraciones europeas y americanas entre finales del siglo XIX y principios del XX.



Allí donde las ideas se forjan, se entrelazan y se oponen dialécticamente no puede existir una discriminación sectorial. Un artista que pinta una visión propia de la ciudad y un arquitecto que proyecta una parte de la misma para edificarla, a pesar de las diferencias verificables entre las reglas de sus respectivas actuaciones, están configurando unos pensamientos críticos que pertenecen a unas elaboraciones ideales perfectamente contrastables. Las opiniones que expresan respecto al fenómeno “ciudad” forman un campo efectivo de investigación y enfrentamientos, y son signo manifiesto de una comunidad de objetivos intelectuales.

Profundizar en la interacción entre disciplinas ha significado también regresar al territorio propio de cada una de ellas con el fin de identificar sus lenguajes; es decir, para señalar y reconocer cada una de las voces, cada una de las manifestaciones urbanas, como puntos de llegada de una tradición histórica reconocible.

Solo en este sentido hemos podido compartir aquel benéfico “perderse” del que nos habla Benjamin, entendido, ahora sí, como una fructífera profundización en nuestros propios conocimientos.

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