Cuando vuelva la arquitectura

1. El imperio de los Austria

No hay una arquitectura de nuestro tiempo porque tampoco hay una cultura de nuestro tiempo. Cuando E. H. Gombrich publicó su última versión de la Historia del Arte justificaba su escaso compromiso con las últimas obras porque las más importantes del diecinueve habían sido reconocidas en el siglo veinte; menos reservas mostró en una entrevista en que reconocía que en los últimos años del veinte se echaba en falta la “maestría”. A la arquitectura le ocurre lo mismo que a la música, a la literatura o al cine, que lo que adquiere la fama de innovador,  o es una insustancial exaltación del desarrollo tecnológico, o apela a esos valores incomprensibles para los mortales que poseía el traje nuevo del emperador. Si lo que uno persigue es la fruición del arte debe conformarse con aquel que hunde sus raíces en la historia. Algo parecido ocurre con la ciencia que es comprensible cuando busca su progreso en un mayor conocimiento de la naturaleza. No se puede admitir como ciencia aquello cuya aplicación produce resultados catastróficos e imprevisibles. La aventura financiera ha terminado mal, aún colea, es cierto, pero está herida de muerte y defiende su vida con uñas y dientes.

Últimamente, en 2011, se ha publicado en castellano una pequeña obra de un economista ruso: Los mercantilistas, de Isaac Ilich Rubin. Está escrita en un lenguaje claro y no es teórica sino histórica, trata del pensamiento económico en Inglaterra en los siglos XVI, XVII y XVIII. No figura la fecha de edición original, pero se puede imaginar, Rubin fue deportado a Siberia por Stalin. En el texto se advierte que los comerciantes ingleses ya tenían un conocimiento preciso de la importancia de la balanza comercial, de la elasticidad de la demanda y del comercio exterior, su política económica se asemejaba a las actuales teorías neoliberales, incluso en su vocación globalizadora y en la exigencia de que el monarca no interfiriera en su actividad; las leyes económicas las dictaban los mercaderes.

El comercio fue determinante para la transición del Medioevo a la Edad Moderna. El asentamiento de la población centroeuropea en burgos supuso la primera escisión del sistema feudal. La economía feudal era agropecuaria y los burgos se ocuparon de una industria primitiva de productos artesanos manufacturados. Esto supuso el nacimiento de una nueva clase social, la burguesía, que se independizó del feudalismo. La aristocracia mantuvo una economía agrícola, y de los burgos surgió otra industrial y comercial. Hanse, Venecia y Génova descubrieron la geografía económica y el comercio internacional. Hanse se ocupó del Báltico y el Mar del Norte; Venecia, del Mediterráneo oriental y de las rutas terrestres a través de Asia; y Génova, del Mediterráneo occidental. No tardó en incorporarse al comercio mediterráneo occidental Francesco Datini, hijo bastardo de un tabernero de Prato que a temprana edad marchó del Ceppo dei Poveri de Prato a Avignon, sede papal donde, bajo la protección de mercaderes florentinos, se inició en el comercio de las armas, estudió los sistemas del comercio marítimo por fletes de la liga hanseática, y no tardó en ampliar su actividad a la alimentación, los pigmentos y los tintes, y las obras de arte o la artesanía. Llegó a convertirse en el mercader más importante del Mediterráneo occidental y hoy el Palazzo Datini de Prato, Archivio di Stato, es centro de estudio de los historiadores de la economía. Los mercaderes italianos eran cristianos. San Agustín, que había adaptado la filosofía de Aristóteles al cristianismo, introdujo el concepto de usura, como pecado en la moral cristiana. Pero los mercaderes no tenían más remedio que utilizar letras de cambio para poder comerciar, y solucionaron la redención del pecado calculando la cuantía de la usura y restituyéndola a las órdenes mendicantes mediante la construcción de lazaretos, escuelas, templos o conventos. Sin duda, esta relación fue determinante para la apertura del tesoro cultural de sus bibliotecas a la iglesia discente o seglar, y con ello el inicio del Renacimiento italiano.

Los descubrimientos geográficos del siglo XVI acabaron con el equilibrio económico conseguido en los últimos años de la Edad Media y se produjeron fenómenos muy similares a los que han ocasionado la actual crisis económica. En la última década del siglo XV, Cristóbal Colón descubrió el continente americano y Vasco de Gama rebasó el cabo de Buena Esperanza. Quedó abierta la vía marítima a las Indias Orientales y Occidentales, y la hegemonía mercantil se trasladó a las naciones atlánticas: España, Portugal, Inglaterra y Holanda. En 1492 accedió al solio pontificio Rodrigo de Borja, con el nombre de Alejandro VI, el cual arbitró la colonización entre España y Portugal determinando un meridiano divisorio, con clara ventaja para España, que en un principio obtenía el monopolio de América. Posteriormente, la geografía había de dejar parte de América del Sur al otro lado del meridiano, lo cual había de permitir a los portugueses la colonización de Brasil.

El factor que más alteró el equilibrio económico en Europa fue la llegada a España de metales preciosos de América. En primer lugar, a principios del dieciséis, fue la plata, cuya extracción se abarató considerablemente por medio de la amalgama de mercurio. La cantidad de plata en Europa aumentó hasta el triple o el cuádruple.

En España, la sensación de riqueza hizo que se descuidara la producción de bienes, incluso se llegó a presumir de ser la nación a la que todas sirven y que no sirve a ninguna, y a considerar indigno trabajar con las manos. Todos los productos manufacturados de España y América procedían de los otros países europeos, principalmente de Italia e Inglaterra. La demanda de estos productos provocó que los precios se multiplicaran en pocos años entre el doble y el triple, y los metales preciosos bajaron de precio. Algunos productos de demanda rígida, como el trigo en Inglaterra, multiplicaron el precio por ocho en el último cuarto del dieciséis. Una de las razones fue la voluntad de los terratenientes en participar de la afluencia de riqueza. Se elevaron las rentas de la tierra y se dedicaron muchos campos de cultivo a la producción de lana. En palabras de Thomas More, “las ovejas devoraban a los hombres”. Como España lo importaba casi todo, el desempleo fue la norma. La crónica de la sociedad de aquel tiempo es la novela picaresca. El humor del Lazarillo de Tormes tiene como fundamento la tacañería y la miseria, es significativo que Lázaro sirva a un escudero y pida limosna para alimentar a su amo, el cual le pide que no diga que vive en su casa porque sería indigno que un hidalgo se alimentara de la caridad pública. La balanza comercial española, permanentemente negativa, provocó que tanta riqueza aparente se dilapidara en el consumo de unos pocos.

Los despliegues militares de Felipe IV fueron los más grandiosos que había conocido la historia, pero el rey se vio obligado a emitir reales de vellón porque no disponía de plata para acuñar moneda.

El panorama de Inglaterra no era más halagüeño. Los pequeños campesinos fueron expulsados de sus propiedades por los terratenientes y los mercaderes urbanos terminaron convertidos en asalariados mal pagados por los comerciantes. La isla se llenó de vagabundos y se dictaron leyes muy duras contra la mendicidad. El resultado de la soberbia española y de la avaricia inglesa fue el malestar y la miseria.

En uno y otro país se produjo lo que hoy llaman estanflación: tasas altas y simultáneas de desempleo e inflación. La crisis actual no es un virus llegado del cosmos. La revolución industrial tan ensalzada por los economistas tuvo en Dickens un cronista de excepción (este año se celebra su segundo centenario). El espejismo de la riqueza fácil alimenta la codicia, y su producto es la miseria.

2. La Roma de Sixto V

Dos son las ciudades que se han asentado en el lugar en que una loba amamantó a Rómulo y a Remo; una es la Roma de los césares, la metrópolis del gran imperio de la Edad Antigua, la otra es la ciudad que conocemos, la Roma de Sixto V. En el lapso temporal entre la ciudad-imperio devastada y la Roma actual, un burgo olvidado de la fortuna que en el siglo XII tenía una población de 17.000 habitantes ocupó el meandro situado frente al mausoleo de Adriano. Con el regreso de los papas de su exilio en Avignon, el asentamiento medieval despertó lentamente de su letargo. Nicolás V, a mediados del Quattrocento, inició la ampliación de la ciudad junto a la colina Vaticana. Hubo un primer ensanche renacentista, de trazado hipodámico que unía el emplazamiento de la futura gran basílica de la cristiandad con el Ponte de St. Angelo. Se inició la actividad mercantil y financiera cuyas instituciones se instalaron junto a la Platea Pontis, una explanada que daba acceso al puente, en una calle a la que Sigfried Giedión ha llamado el Wall Street de la Roma Renacentista. Hubo algunas intervenciones puntuales por parte de Julio II, Pablo III y Pio IV: la Via Giulia que va del palazzo Farnese a la Platea Pontis, Via Trinitatis de Pio IV, o la Via del Babuino son algunas de ellas.

La elección de Felice Peretti, que tomó el nombre de Sixto V, fue inesperada y sorprendente. Los papas anteriores (entre ellos los Medici) habían pertenecido a una aristocracia financiera o militar (Julio II descendía de condottieri). Sixto V era un monje mendicante de la Orden Franciscana, en la cual ingresó a los doce años en el convento de Montalto. La Iglesia de los papas no estaba en un buen momento, con la amenaza de la reforma luterana, que ganaba adeptos en Francia, la obligada alianza con Carlos V para la contrarreforma, la decapitación de María Estuardo y la debacle de la Invencible que consolidaba en Inglaterra la escisión anglicana de Enrique VIII. Las arcas vaticanas estaban muy mermadas y la estructura social de Roma era realmente espantosa. Los derechos ciudadanos adquiridos en la Edad Media habían sido arrebatados por una aristocracia que imitaba los procedimientos del mercantilismo inglés. Y abundaban los mendigos y desempleados.

Sixto V no había estudiado a Keynes, no sabía nada de la inclinación de la curva de oferta integrada a corto plazo, ni de la importancia del nivel salarial como medida de la demanda integrada; sólo tenía sentido común, honestidad, valentía y firmeza. Su primera medida fue imponer una contabilidad minuciosa en la hacienda vaticana, desarticuló las bandas de aristócratas y bandidos que tenían atemorizada a la población, construyó hospicios para los mendigos y desempleados, y a partir de ahí iniciar el gran proyecto de Roma como capital de la cristiandad. Necesitó ayuda financiera y respondió con solvencia. Solo se parecía a Angela Merkel en que llevaba faldas. La Roma actual mantiene intactas las características de la transformación de Sixto V, incluso se ha apoyado en su trazado el crecimiento de la ciudad, la importante Via Nomentana es una prolongación de la Strada Pia de Sixto V, y la Via Flaminia recoge, desde la Piazza del Pópolo, el caudal de la Strada Felice y del Corso.

El trazado tomó como ejes dos vías casi perpendiculares; una de ellas, la Strada Pia, unía la Porta Pía de Miguel Ángel con la cima Quirinale, otra, la Strada Felice pasaba por el eje de Santa Maria Maggiore y unía santa Croce in Gerusalemme con Santa Trinità dei Monti. Ésta debía prolongarse hasta Piazza del Pópolo y enlazar por medio de una escalinata con la Via del Babuino. La ciudad amurallada quedó dividida en cuatro cuadrantes, y si se hubiera de situar el Caput Mundi en algún lugar de Roma, no debería ser en el Campidoglio, en cuyo pavimento lo representó Miguel Ángel, sino entre las cuatro fuentes junto al convento de los trinitarios españoles, desde allí se comprende la organización de la Città Eterna. De Santa Maria Maggiore parte otra vía importante que la une con San Giovanni in Laterano. La Via Panisperna, que se dirige al foro Trajano, ha perdido importancia en la Roma actual. La coartada de Sixto V para tal intervención fue ofrecer a los peregrinos un recorrido que les permitiera visitar con facilidad las grandes basílicas. La obra no destruyó el tejido urbano, puesto que las principales arterias integraron las zonas que por su orografía habían quedado deshabitadas, y cuyo acceso era esencial para integrar las diversas áreas. Francisco Bordinus hace la siguiente descripción: “con dispendios verdaderamente increíbles […] ha trazado las citadas calles de un punto a otro de la ciudad, sin tener en cuenta los montes o valles que allí se atravesaban, sino haciendo explanar aquellos y rellenar estos, la ha transformado en dulcísima llanura y bellísimos sitios, descubriéndose en la mayor parte de los lugares por donde pasan, las más bajas partes de la ciudad con variadas y diversas perspectivas, así que, además de facilitar la práctica de la devoción, cautivan también con su belleza los sentidos del cuerpo”.

Fue tan ingente la transformación de Roma, que me veo obligado a enumerar, y algo me va a quedar en el tintero. Además del trazado urbano, desecó las lagunas pontinas empleando más de dos mil hombres, trajo el agua a la ciudad por medio de un acueducto, soterrado en parte. A ello se deben las cuatro fuentes junto a San Carlino, la fontana del Aqua Felice en la Strada Pia y la de Trevi, donde Nicola Salvi había de construir el famoso monumento a Anita Ekberg. Terminó la cúpula de San Pedro, situó obeliscos en los puntos importantes de la ciudad, construyó el Palazzo del Quirinale, en cuya plaza está el grupo escultórico de los Dioscuri. Trasladó íntegra la capilla del Santo Pesebre que había de ser su tumba y la de Pio V, y concedió privilegios a los constructores para la rápida integración de las vías al tejido urbano. También reactivó la antigua actividad de lkas, hilaturas de lana y seda, y proyectó la transformación del Coliseo en fábrica y residencia obrera. Su pontificado duró cinco años, de 1585 a 1590, y murió a los 69 años desgastado por la continua controversia con Felipe II. A su muerte, el tesoro vaticano se había multiplicado por veinte.

Si durante su pontificado, la arquitectura atravesaba un periodo sombrío, Fontana destacó más como ingeniero que como arquitecto, su ciudad estaba destinada a ser el escenario de la mejor arquitectura barroca, y también la ciudad del agua y de las fuentes.

Como ocurrió con el imperio de los Austrias, a estos tiempos sucederán otros mejores, y cuando vuelva la arquitectura no se parecerá en nada a lo que vemos hoy.

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