La puerta de Rashomon de los Metabolistas

“En un frío atardecer de otoño un grito relampagueante cruza el cielo claroscuro de la ciudad de Kioto. El silencio de las hojas y un infinito instante congelan los corazones. Un crimen. Un hilo de sangre negra llega al alcorque del único árbol vivo que quedaba en la ciudad.

Los pasos del justiciero se acercan hasta la esquina donde una multitud cotilla se amontona alrededor del cadáver aun fresco. Dicen las voces que han atrapado al asesino en el vecino barrio de Shimogyo…”, de esta manera Akira Kurosawa (con S) podría reescribir el brillante filme de Rashomon (1950) con la cuestión: ¿quién asesinó a la ciudad asiática?

Las cuatro versiones del urbanicidio pasarían por el juicio abierto del espectador. La mujer violada podría ser el paisaje; el asesino, un señor de traje con un maletín oscuro, ¡qué brillante giro de guión hacer testimoniar al asesinado a través de un hechicero-médium!; y el testigo, pongamos un viejo arquitecto que ha visto crecer el hormigón y acero cultivado en las urbes asiáticas desde principios del trágico siglo, Kisho Kurokawa (con K).

Cada uno cuenta su versión, y como en la película original, el testigo relata la historia resolutiva. ¿Qué teníamos que aprender del movimiento metabolista de los años 60? No podemos negar que la urbe es y será el punto clave de la organización humana en la tierra. En el 2050 seremos 9.000 millones y el 70% habitará en ciudades. Como solución a esto podemos rescatar el brillante Takara Beautillion, de la Expo ’70 en Osaka. Las propuestas utópicas de los primeros metabolistas hechas realidad mediante una estructura prefabricada, desmontable y ampliable. ¿Bio-estructuralismo?



Son una propuesta ideal para la inevitable ciudad difusa-confusa, impredecible, contradictoria, que puede crecer en la dirección que le plazca y que solapa programas de la manera más inmediata. Es el sueño pre-fetal de un Koolhaas que no cree en la ordenación de un programa, sino que promociona una caótica amalgama de funciones que se reordenan automáticamente y que encuentran en cada momento su ajuste adecuado. Permiten la flexibilidad de las constantes modificaciones y provocaciones, y fomentan el intercambio de información social potenciada por la serendipia de este caos permitido.

No es lo mismo desorden que caos. Ni estructurado que ordenado. El desorden busca una regla, el caos la niega. La estructura es un sistema, y el orden es lo que organiza los elementos en la estructura. Puede que la norma no exista, pero que se mantenga la estructura. Probablemente esta pueda ser la gran virtud que tenían las propuestas metabolistas, representadas en el edificio Nakagin Capsule Tower de Kurokawa y el Yamanashi Press Center de Kenzo Tange.

Los sueños de Archigram y la “Intrapolis” de W. Jonas son ya una realidad desbordante, pero aún no queremos creérnoslo. Nos da miedo enfrentarnos seriamente a ellas cuando los metabolistas ya estaban proponiéndolo desde hace 50 años, en propuestas como Agricultural City Plan o la Floating City. Necesitamos una respuesta al actual crecimiento de las ciudades, especialmente a las de los países que sufren un actual éxodo rural. Podemos repescar el debate BroadAcre City o el Plano Obus, pero debemos darnos prisa. Pronto serán Wuhan, Kinshasa, Madrás… África, Sudamérica, Filipinas se van a desbordar, y nosotros seguiremos filosofando de brazos cruzados en una hamaca en una playita de veraneo.

La pregunta, entonces, puede dar un paso atrás, como en la película: ¿Ha sido un asesinato voluntario? ¿Ha habido asesinato? El cineasta nos plantea: puede que todos tengamos parte de culpa, es que todos somos humanos, etc. Pero este relativismo difuso al que juegan políticos y hombres grises, me está matando. ¡Nos está matando! Ha pasado una crisis reveladora y… ¿Vamos a quedarnos igual?  ¿No vamos a revelarnos, nada, a este sistema que nos han organizado? ¿Tiene algo que ver el consumismo con el urbanismo? ¿Cuál es el modelo urbano que corresponde a nuestro progreso social? ¿Y en Asia? ¿Y en Río de Janeiro? Somos   N O S O T R O S   los responsables (yo, tú, él). Todos los agentes sociales deben contribuir a un necesario debate del futuro de la ciudad. Nosotros, como arquitectos y urbanistas, debemos mojarnos, comprometernos más.

En todo este jaleo, lo único que tengo claro de esta película es que hay un muerto, no sé si asesinado o dejado morir, pero mira que casualidad que la puerta de Rashomon (que se construyó en el 789, dice San Wikipedia) está situada en la japonesa ciudad de Kioto. Así pues, nuestro fiambre es un compadre local, pues tenemos el moribundo Protocolo de Kyoto, que probablemente era nuestro último tren para una corrección a tiempo, ¿qué tenemos que decir los urbanistas y arquitectos ante esto?… Adiós, bye, arrivederci, sayonara…

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