La búsqueda de la forma: imaginación y humor

El arquitecto finlandés Gottlieb Eliel Saarinen se dio a conocer a principios del siglo XX con obras como el Pabellón Finlandés en la Exposición Universal de París (1900), la Estación central de ferrocarril de Helsinki (1904-1914) y el plan urbano que preveía la construcción metropolitana de Helsinki (1912-1918). En 1922 quedó en segundo lugar —detrás de Frank Lloyd Wright— en el concurso para la construcción de la Tribune Tower en Chicago. Al año siguiente decidió establecerse en Estados Unidos desde donde influenció a arquitectos y diseñadores americanos modernos como Charles y Ray Eames. Saarinen también publicó diversos escritos. Muestra de ello es el fragmento que presentamos a continuación, tomado de The search for form in art and architecture (1948). Nueva York: Dover, 1985, p. 305-309.

Así como la imaginación es esencial para la creación artística, también lo es para la vida cotidiana de cada cual. Cuanto más profundicemos sobre este asunto,antes descubriremos la bendición que la imaginación representa para el hombre. Aquellos que son capaces de mantener vivo, fresco y despierto el brillo de su imaginación, vuelven fructífera su existencia y joven su mente. Joven, ya que ─psicológicamente hablando─ el ser humano no debería reconocer otras edades que no fuesen las de la mente. Como sucede con la mente, el ser humano puede nacer joven o mayor. Encontramos con frecuencia a niños que se comportan como personas mayores. Y, a menudo,uno da con  personas mayores con la chispeante mente de la juventud. El “niño mayor” no tiene interés más allá de la realidad prosaica. Es lento en el juego, lo que en los niños es el juego de la imaginación —de justamente la facultad que él no posee. El “mayor joven” contempla la vida con las lentes de la imaginación y del humor, el elixir conciliador de la juventud. El sentido del humor —igual que la imaginación— es un ojo interior que visualiza las cosas de un cierto modo. Si el humor es puro, ese modo de ver contiene entonces tanto humor como seriedad en proporción equilibrada. Como tal, el humor es una sana disposición de la mente. Y así es como consideramos el humor en nuestro análisis —no,evidentemente, como el hecho de bromear o contar chistes. El humor está relacionado con la imaginación. Es la hermana dulce de la imaginación, que actúa como hada reparadora en las dificultades de la vida. El humor es la especia estimuladora que da a la vida su sabor de desinterés, utilidad y alegría. El humor es el medio compensador que convierte la desmesura de la ambición en humanidad equilibrada. El humor es un viajero libre y como tal puede lidiar con las creencias más nobles y los pensamientos más depravados —sin dañara las primeras e incluso ayudando a los segundos. Y concentra sus esfuerzos para hacer del hombre un ser mejor, exponiendo sus defectos y debilidades de un modo indulgente, aunque efectivo. El humor es el sol interior de la humanidad. Sería un error negar al humor su lugar en la creación de arte. De otro modo, el arte no tendría su origen en lo mejor de la imaginación humana, donde el humor —el estimulante carácter de la mente— constituye la esencia de la juventud. Sin embargo, las opiniones varían al respecto. Muchos parecen creer que la forma del arte griego, por ejemplo, estaba libre de humor; porque —según dicen— el arte griego en sus diversos dominios alcanzó un nivel tan alto de perfección que no había lugar para el juego degradante del humor. Comprendemos esta observación. Y estamos dispuestos a negociar hasta cierto punto, entendiendo que todo debe ser contemplado con una cierta relatividad, donde incluso hay campo libre frecuentemente para los juicios erróneos. Juicios erróneos, decimos; porque ¡cómo se pueden extraer conclusiones del último refinamiento de una forma de arte que ha quedado petrificada en la perfección en el largo período de varios siglos! ¿No se deberían más bien sacar las conclusiones de las condiciones impulsivas creadoras de una fecha anterior, cuando se formaron las características básicas de la forma griega? A este respecto, hemos visto en otra ocasiónque la vitalidad creativa de Grecia no estaba en su apogeo cuando se acercaba a su perfección final, sino que fue más bien cuando el alma griega emergió por primera vez de su estado de barbarie y descubrió los valores de la belleza. Sin duda, ese descubrimiento causó una euforia creativa que sirvió para traer lo mejor de entonces a los altares del arte. Y, sin duda, mucho de eso “mejor” tenía el gusto del animado humor–o quizás un refinado aire de alegría. Así debió haber sido, ya que, indudablemente, la forma de arte griega tuvo su origen en las mismas fuentes de enérgica predisposición que produjeron las pompas dionisíacas y las comedias de Aristófanes. Pero cuanto más evolucionaba el arte griego hacia un estilo firme, más desaparecía, no solo el aroma animado del humor, sino también la flexibilidad de la imaginación. Y así, finalmente, la forma del arte griego en su ulterior desarrollo se vio obligada a convertirse en una constante repetición hacia la perfección de logros anteriores. Aunque una repetición constante hacia la perfección era el signo distintivo del final. No obstante, es precisamente ahí donde con frecuencia se comete un error de juicio sobre el significado de la forma del arte griego. Solo la perfección final de esta forma gradual es reconocida, y por esta perfección el arte griego es llamado “clásico”. En cambio, se olvida la etapa expresivamente viva durante su larga evolución –cuando el arte griego era todavía joven, vital e imaginativo, con su mezcla de humor. Y se extraen conclusiones en consecuencia. ¿No es simplista? Con la repetición continua, incluso los mejores chistes se gastan y su punto de humor acaba fatigando. Y, al final, no provocan más que una seca sonrisa de cortesía y tedio. Cuando el Renacimiento tardío siguió las formas obsoletas de la época clásica, el resultado no podía, seguramente, ser otro que la carencia de humor. La forma elegida procuraba ser amable, por supuesto, pero su expresión decaía en una sonrisa afectada de dignidad fingida. No hace falta decir que las formas del arte de los tiempos del Románico, como los del Gótico, tenían una genuina tendencia hacia el humor, a menudo bastante burlesco. Como reflejo de esta propensión medieval al humor, el primer Renacimiento mostró un temperamento propio. El Barroco moldeó sus formas afablemente, con cornisas, columnas, cartouches y putti balanceándose alegremente. Y el Rococó, con sus líneas flexibles, oscilaba en un minueto galante, tal como lo hacía la propia gente educada. Por supuesto, había buen humor en todas estas formas del arte. Incluso el periodo neorromántico trató de seguir la tendencia. Tomó todos los ingenios obsoletos del mundo y los empleó torpemente fuera de tiempo. Olvidó que el humor pierde su propósito cuando no está en sintonía con la situación. Y después, por último, tenemos la super-perfección de las “Bellas Artes”. Bueno, uno casi tiene la tentación de decir que, en la torre de marfil de las Bellas Artes, el humor se considera algo profano, un sacrilegio, ¡por Júpiter, algo terrible! Hoy seguimos nuestro camino entre los viejos manantiales de dichos consabidos y el árido razonamiento del espíritu maquinista. Las antiguas fuentes serán drenadas gradualmente, y otras nuevas serán halladas allí donde pueda surgir una tendencia de la época humanamente expresiva. Estas nuevas fuentes son las de la imaginación fertilizadora. Y de estas mismas fuentes centelleará también avivado humor. Esperemos que así sea. ¿Por qué ha de ser la forma de nuestro tiempo reproducida sin significado o mecánicamente seca?¿Por qué no puede ser humanamente expresiva, tal y como ha sido y debe ser la forma de todos los tiempos?


Selección y revisión: Ángel Martín Ramos Traducción: Ricard Gratacòs

Terraza de los Leones en Delos, 600 AC. Fotografía: Bernard Gagnon.

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