Asombro


Dos docenas de personas asombradas por una arquitectura de cuyo autor desconocen  el nombre. Vamos por el camino de que esta escena resulte insólita, digna de figurar en los titulares de cualquier revista de arquitectura. Véasela aquí, como prueba de ello, presidiendo este artículo. Más que anónima, la arquitectura de la fotografía es discreta, casi secreta, puesto que rehúye el encuadre ocultando su aspecto y su materia, que frecuentemente son el único objeto de la fotografía arquitectónica. Extraña inversión del platónico mito de la caverna, donde el objeto se revela a través de su sombra, que lo representa con claridad aislando sus cualidades esenciales. Por un lado, la sombra representa la forma del objeto que la proyecta, entendida no como figura aparente sino como estructura fundamental cuya geometría se ve reproducida sobre la arena en verdadera magnitud y despojada de atributos circunstanciales. Por el otro, da testimonio de su razón de ser, que consiste en proveer un ámbito resguardado de los rayos del sol.

La sombra sobre la arena nos facilita el trabajo de aislar las cualidades fundamentales de esta construcción para considerarla en su pura esencia. Mediante la abstracción destila el tipo universal que reside en el caso concreto. Lamentablemente, la aproximación lógica al objeto arquitectónico no goza hoy de mucha popularidad. Tanto los autores como los usuarios de la arquitectura son, mayoritariamente, más propensos a una aproximación mitológica. Los prestidigitadores del estrellato y sus secuaces políticos cautivan a las masas con obras espectaculares, carísimas y supuestamente originales que se amparan en la ley críptica del “si no gusta es porque no se entiende”. Nunca se cansan de describir sus artificios como “espacios que fluyen” ni de compararlos absurdamente con objetos que aluden a su figura y no a su forma, como una vela o una bala.

Quizá por ello no resulte fácil designar la construcción de la fotografía. El primer impulso de llamarla ‘porche’ topa de frente con la RAE, que define este concepto como un “espacio alto y por lo común enlosado que hay delante de algunos templos y palacios”. Asistidos sin duda por un arquitecto mitológico, los académicos no hacen ninguna mención a la condición de techo que resguarda, ya sea de la lluvia, ya sea del sol. Sólo mencionan peculiaridades circunstanciales y ajenas a la esencia del porche. Si nos aventuramos a tirar del hilo del hipertexto, al que tan aficionados son los diccionarios, una definición alternativa nos remite a las entradas ‘soportal’ y ‘cobertizo’. Dejando de lado la enigmática razón por la cual ‘porche’ remite a ‘soportal’ y a ‘cobertizo’ sin ser correspondido, estas entradas ya son, por lo menos, un “espacio cubierto” y un “sitio cubierto”, aunque insisten en ser subsidiarios de otra edificación yuxtapuesta. La retahíla de peculiaridades innecesarias no tiene fin en el diccionario: la ‘pérgola’ es una “armazón para sostener una planta”; el ‘pórtico’ debe tener “arcadas” o “columnas” y pertenecer a “templos u otros edificios suntuosos”; el ‘zaguán’ tiene que servir de “entrada” a una “casa” y “ser inmediato a la puerta de la calle”; la ‘marquesina’ será de “cristal y metal” y estará destinada a las “paradas de transportes”; la ‘logia’ es exclusiva de “asambleas de francmasones”; el ‘palio’ se reserva al “Santísimo Sacramento” o a “los jefes de Estado, el Papa y algunos prelados”.La abstracción neutraliza el embriagador efecto de las peculiaridades. Hace que el objeto sea críticamente comprensible y que se le pueda dar un nombre que va a compartir con otros objetos análogos. Al desentrañar su esencia mediante el análisis lógico podemos establecer relaciones analógicas con un tipo universal. A este ascenso desde lo sintagmático hasta lo paradigmático le sucede un descenso a otros muchos posibles casos concretos. Así, el techo de la fotografía puede trascender sus peculiaridades constructivas, geométricas o escalares para codearse, por ejemplo, con el monumental techo fotovoltaico que Lapeña y Torres levantaron en el extremo oriental de la Diagonal. Aparte de sus diferencias de escala y resolución, ambas construcciones comparten tipo y razón de ser. El análisis lógico del segundo caso, sin embargo, no puede pasar por alto la inclinación del techo. Con un solo gesto, esta inclinación alcanza dos grandes logros. El paramento inferior del techo aumenta la superficie de sombra arrojada sobre el suelo, mientras que el paramento superior optimiza la insolación de las placas fotovoltaicas. La comprensión lógica de esta doble estrategia sirve incluso para desplazarnos entre tipos. La icónica cubierta a dos aguas de la casa nórdica primitiva, por ejemplo, utilizaba una táctica similar para matar dos pájaros de un tiro. La convexidad de su paramento superior desaguaba la lluvia que recibía, mientras que la concavidad de su paramento inferior concentraba el humo del hogar para expulsarlo como la campana de una cocina. Por si fuera poco, el hollín del humo impermeabilizaba la paja de la cubierta.

Volviendo a la fotografía, las personas de la escena no parecen admirar la arquitectura que las asombra. Más de una estará echando de menos el aire acondicionado que, en casa, en el coche, en la oficina o en el supermercado, nos convierte en fiambres enlatados y propensos a los resfriados veraniegos. Este despilfarrador sistema de refrigeración, que ha provocado que el consumo eléctrico en verano sea superior al de invierno, ningunea la milenaria estrategia de eludir el calor al amparo de la sombra y supone un retroceso en el esfuerzo de la arquitectura moderna por diluir la frontera entre el interior y el exterior. Prueba de ello es la devastadora reforma que están sufriendo los mercados de Barcelona. Salvo en la honrosa excepción de la Boqueria, lo que habían sido plazas públicas cubiertas por un techo alto que interrumpía los rayos solares y mantenía el aire caliente y ascendente alejado de los alimentos, se ha convertido, en manos de desaprensivos taxidermistas que no comprendían su razón de ser, en un tristísimo repertorio de recintos climatizados, caprabizados, y enajenados de los barrios que los rodean. Pero este ya sería otro artículo.

Dedicado con gratitud a Cristina Mañas, Fernando Iglesias y Antonio Armesto.

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