Entrevista a JACOBO SIRUELA

Jacobo Fitz James Stuart, Martínez de Irujo, conde de Siruela (Madrid, 1954), es editor y diseñador gráfico. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid. Fundador en 1982 de la editorial Siruela. En 1985 aparece el primer número de la revista interdisciplinar El paseante. Obtiene el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial concedido por el Ministerio de Cultura en 2004. Un año más tarde deja Siruela para fundar junto a Inka Martí la editorial Atalanta.


A la noche del tercer día me arrodillo en la alfombra y abro el huevo cuidadosamente. Se eleva como un humo y repentinamente se encuentra Izdubar parado delante de mí, gigante, transformado y perfecto. Sus miembros están sanos y no encuentro ninguna huella del daño en ellos. Es como si se despertara de un profundo sueño. Él dice:

“¿Dónde estoy? Qué estrecho es quí, qué oscuro, qué frescor, ¿estoy en la tumba? ¿Dónde estuve? Me pareció como si hubiera estado afuera en el universo, sobre y debajo de mí un infinito cielo negro como estrellas titilantes, yo me encontraba en un ardor indeciblemente anhelante.

Corrientes de fuego irrumpían de mi cuerpo radiante,

Yo mismo ondeaba en flameantes llamas,

Yo mismo nadaba en un mar de fuego estrechamente comprimido en mí y lleno de vida,

Completamente luz, completamente anhelo, completamente eternidad, Antiquísimo y eterno renovándome,

Cayendo de lo más alto a lo más profundo y brillando de lo más profundo a lo más alto arremolinando hacia arriba,

Suspendido alrededor de mí mismo en nubes ardientes,

Crepitando hacia abajo como una lluvia de brasas, como la espuma del oleaje, inundándome a mí mismo con calor,

En el juego inconmensurable, abrazándome a mí mismo y repeliéndome, ¿Dónde estuve? Yo era completamente sol.”

“La apertura del huevo”, capítulo XI, “Liber Secundus”, Libro Rojo, Carl G. Jung



Las paredes de su casa están pintadas de un azul misterioso, ese azul que sólo nos envuelve en los sueños. Los techos son altos. Como caramelos, los libros nos seducen y acompañan hasta el jardín; ahora una estantería a un lado, ahora un libro encima de una mesa, ahora otro abierto por unas hermosas ilustraciones encima de un mostrador. El aire es puro y se respira con libertad.

Después del resguardo de un delicioso porche, el jardín. Está salpicado de capiteles románicos, de grandes piezas agrícolas de piedra, de esculturas clásicas. Al fondo un estanque de vibraciones pitagóricas. A la izquierda, en un muro de piedra verdoso, unos huecos y una gran mancha blanca dibujan una vanitas y conducen a un segundo jardín.

Unos rosales crecen dentro de unos pavimentos geométricos. Luego, una fuente de inquietante agua inmóvil con una pesada esfera de un negro insondable que flota sobre la superficie. Dentro de una pirámide imaginaria, un huerto. Un poco más lejos, unos caballos resoplan fuertemente.

De vuelta al comedor, un busto de Hipno preside la sala y vigila sutilmente la conversación de sus invitados…

El geógrafo e historiador griego Pausanias nos relata con detalles la cueva de Trofonio de Lebadea. ¿Qué ocurría en ese lugar?

Algo terrible y profundamente catártico. En la cima de una colina estaba la entrada de la cueva en cuyo fondo oscuro se podía descender con una escalera de nudos de cuerda por un hueco por el que apenas cabía un cuerpo. Una vez se llegaba a lo más profundo de la cueva, la persona tenía que acomodarse allí a duras penas y permanecer allí un día y medio en ese húmedo silencio en la más pura oscuridad. El objetivo de esa prueba era tener determinados sueños o visiones iluminadoras, pero sobre todo asumir una muerte simbólica y un renacimiento. Cuando salía , los sacerdotes sentaban a la persona en el trono de Mnemósine, la memoria, y le preguntaban acerca de sus visiones. Y esa persona ya no temía a la muerte. Me pregunto si alguien hoy, en la época en que en seguida acude un ejército de psicólogos para lamer las heridas de cualquier contrariedad, alguien podría soportar una prueba semejante y tener tanta entereza como tenían nuestros antepasados.

En el santuario de Asclepio de Epidauro, las enfermedades cesan merced a los sueños divinos. ¿Como era ese conjunto arquitectónico?

En mi libro hago un detallado itinerario, porque la arquitectura era parte de la terapia en su conjunto. Creo que Epidauro, con el mito que lo ampara, las hermosas construcciones y templos que se levantaron para ello y los cuidados rituales que se ofrecieron allí, es una de las más grandes obras de arte que ha creado la civilización occidental. Lo interesante del conjunto arquitectónico es que estaba concebido para que las personas alcanzaran una cura animae, y eso se producía no exactamente a través de los sueños , pues éstos eran solo los mediadores con lo divino, es decir, con las fuerzas más profundas del alma, que habían producido en el paciente esa enfermedad. Epidauro es un sofisticadísimo culto del alma, a través del cual los pacientes entraban en catarsis y se curaban de sus males psicosomáticos. Si comparamos esta refinada arquitectura destinada a la curación con los hospitales de hoy en día, tan asépticos y veladamente sórdidos, nos damos cuenta inmediatamente de lo deshumanizado y mediocre que es nuestro mundo en comparación con el de los antiguos griegos.

¿Dónde estamos cuando soñamos? ¿Existe una arquitectura onírica?

El espacio onírico nunca se observa en el sueño como objeto exterior, pues el espacio onírico es parte de nosotros. El espacio onírico somos nosotros. El espacio onírico no existe, porque en nuestro interior no hay espacio ni tiempo, el “espacio” allí es pura metáfora. Sin embargo, el espacio que vemos en el mundo como objeto exterior de la conciencia, no es metáfora, existe ahí, aunque, en realidad, es una racionalización producida por nuestra mente, como señaló Kant. Las arquitecturas oníricas, de las que De Quincey ha dejado páginas memorables, solo es una creación de la imaginación a partir de los datos que le proporciona la memoria. Es una combinatoria. Aunque la imaginación es un proceso sin fin y sin límites.

¿Como arquitectos, podemos aprender de nuestras vivencias oníricas para aplicarlas a nuestros diseños?

Claro, pero de la misma manera que los sueños han influido en la literatura y la pintura, en la arquitectura, por ser un arte aplicado, como la cocina, la imaginación no puede funcionar como lo hace en las otras artes, en las que puede moverse con total libertad. Cuando estudias la antigüedad te das cuenta que casi todas sus manifestaciones culturales surgen del interior del hombre. Los mitos, los dioses, los templos, son hijos del sueño o de un estado parecido al sueño. Y la modernidad ha tenido que cortar aquel sustrato mágico y mítico de la mente para desarrollar la conciencia autónoma, que es la creación moderna. El problema estriba en que por haber desarrollado mucho una parte, hemos perdido la otra. Y acaso debemos de recuperar la parte perdida, aquella que alentó Epidauro, por ejemplo, y dar a ambas una nueva perspectiva ultramoderna.

¿Cómo cree que será la ultramodernidad?

La ultramodernidad son las hierbas y plantas más pequeñas que crecen a nuestros pies. Apenas nos fijamos en ellas, porque parecen no tener importancia. Y hacemos caso de los árboles y las plantas grandes, que representan la modernidad, sin haber reparado en que muchas de ellas están secas o podridas. Pienso que la ultramodernidad es la unión de opuestos, pues como dice Blake, sin opuestos no hay evolución. Y la realización es siempre la coincidencia de opuestos. Esa es la totalidad humana. La evolución de la mujer es un signo de la ultramodernidad, pero también lo ha de ser la comprensión de los modelos masculino y femenino, que parecen estar cada vez más difusos. Vivimos una época llena de mutaciones nuevas tan vertiginosa como interesante.

Jacobo Siruela publica en 2010 su libro El mundo bajo los párpados, Imaginatio vera, Ediciones Atalanta. Sostener el libro entre las manos es en sí un placer para los sentidos. La tapa es dura, de azul medianoche. En cubierta, una fotografía del pensamiento de Ted Serios. Al abrirlo, unas preciosas guardas de azul brillante de dos bronces griegos del siglo IV. Desde la primera ilustración, desde la primera cita, desde la primera vivencia, este delicioso libro nos seduce. Pero sobre todo nos recuerda la importancia de soñar y de que como arquitectos no debemos descuidar esa segunda vida que últimamente está  tan despreciada, nuestra vida onírica.

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