Londres: ciudad única

El año 1937 el arquitecto danés Steen Eiler Rasmussen publicó la versión inglesa de “London: the Unique City”. Este continúa siendo uno de los libros más importantes sobre la ciudad de Londres y hasta hace poco no existía su versión castellana. Esta carencia se ha visto superada con la reciente publicación de la traducción publicada por la Fundación Caja de Arquitectos bajo el título “Londres: ciudad única”. Gracias a la Fundación Caja de Arquitectos y al director de la colección Ángel Martín Ramos publicamos el prefacio del libro para contextualizar la obra e introducirnos en la interesante obra de Rasmussen.


Representación del área comprendida entre el entorno de la plaza Amalienborg y los jardines de Rosenborg, en Copenhague, según Rasmussen. Tomada de: Rasmussen, S. E., Kobenhavn, Copenhague: G.E.C. Gads Forlag, 1974.

Representación del área comprendida entre el entorno de la plaza Amalienborg y los jardines de Rosenborg, en Copenhague, según Rasmussen. Tomada de: Rasmussen, S. E., Kobenhavn, Copenhague: G.E.C. Gads Forlag, 1974.


Las lecciones de Londres y de Rasmussen
Ángel Martín Ramos


Se requiere ser extranjero para percibir mejor las peculiaridades británicas. De ser cierta una afirmación tal, hallaría una defensa consistente en la interpretación de Londres que Rasmus­sen ofreció en su obra London, de 1934. Porque si bien era entonces y es aún patente que la ciudad de Londres muestra diferencias que la convierten en una capital única, nadie hasta él había conseguido explicarlo en la forma que el arquitecto danés lo hiciera.

Steen Eiler Rasmussen había destacado en su Copenhague natal como precoz dibu­jante y joven arquitecto interesado y capaz de afrontar cuestiones variadas con enfoque renovador. Profesor desde su juventud en la Royal Danish Academy of Fine Arts de Copen­hague, como asistente desde 1924 y como profesor después (1938-1968), su inquietud inte­lectual le llevó a viajar y a establecer contactos con otros centros, de modo que en 1927 fue ya profesor invitado en la escuela de arquitectura de la Architectural Association de Londres. Esto le permitió una estancia continua en la ciudad, secundada por otras posteriores, que –a la vista está– fueron fructíferas. En un primer momento, de vuelta a su ciudad, le servi­ría para dictar dieciocho conferencias sobre Londres en la Real Academia Danesa de Bellas Artes en 1930 y para publicar allí en 1934 su obra sobre esa ciudad, que solo tres años después sería objeto de su primera edición en Gran Bretaña.1

Mientras tanto, sus responsabilidades profesionales y académicas en Copenhague fueron ampliándose, pasando a ser miembro de diferentes comisiones encargadas de las cuestiones urbanísticas de la capital, hasta que en 1945 fue situado a la cabeza del Comité de planeamiento regional de Copenhague, cargó que ocupó durante varios años. Fue en ese período cuando, bajo su dirección, se concibió el Plan Regional de la capital, el famoso «Finger Plan» o «plan de los dedos», que desde entonces pasaría a ser una imagen alterna­tiva de la constitución de una metrópoli moderna y, con el paso de los años, icono antro­pomórfico de gran potencia de la ciudad contemporánea.

Su actividad profesional como arquitecto fue activa, aunque acabó siendo superior su prolongada carrera como profesor y escritor. Su influencia como profesor la destacaría Jorn Utzon en los intereses que él mismo, como alumno suyo, había desarrollado. Pero además de sus enseñanzas, su gusto por la escritura y por la edición de libros dejó numero­sos frutos en la publicación de, además del Londres, otras numerosas obras,2 varias de ellas traducidas a diversos idiomas, felizmente acogidas y muy divulgadas. Invitado como profe­sor al MIT (1952), Yale University (1954), University of Pennsylvania (1958), Royal College of Art (1958), University of California, Berkeley (1959), Ankara (1962) y University of South Wales, Sidney (1965), fue miembro de la Danish Academy y honorario del RIBA, recibiendo en vida numerosos premios y medallas como recompensa a sus méritos.3 Murió en 1990.

La primera edición en inglés de su obra sobre Londres fue muy bien acogida en Gran Bretaña, y fue objeto de sucesivas reediciones. Con motivo de algunas de éstas el autor añadió apéndices aclaratorios o complementarios, para facilitar su encaje aun pasados los años. Además, la obra se fue traduciendo a otras lenguas, incluso recientemente, llegando ahora al castellano.4

Para entender la trascendencia de esta obra es preciso, antes de nada, situarla en el tiempo en que fue creada y vio la luz por primera vez. El Londres de Rasmussen es un producto propio del período de entreguerras, coetáneo del importante avance que las cien­cias y las artes reciben en Occidente en aquellos años. Eran los años en que, por ejemplo,

F. Ll. Wright alumbraba su idea de Broadacre City (1932), Le Corbusier publicaba su Ville Radieuse (1933), o Huxley daba a la luz Un mundo feliz (1932). Un tiempo caliente de adver­tencia de cambios e invitación a nuevas oportunidades en el que podemos observar como significativo que el autor aportara también su alternativa: Londres.

El gran mérito de esta obra de Rasmussen radica en que su discurso principal, la lectura operativa de la forma urbana de Londres, se ha mantenido con un vigor notable, sin que necesitara recurrir en sus reediciones a procesos más recientes que quedan fuera, si bien no de su atención, sí de su examen. Y es, por otra parte, lógico que posteriores obras y estu­dios sobre una ciudad tan principal hayan producido actualizaciones o aportado nuevas luces sobre algunos aspectos o partes de esta obra. Sin menoscabo de esa riqueza, a la que el lector interesado habrá de recurrir, no ha encontrado parangón la certeza de esta particu­lar e incisiva aproximación al conjunto de la magna obra de construcción de esa capital.

Lo que en Londres captó particularmente la atención de Rasmussen fueron las particularidades que advirtió en su forma urbana, que la hacían tan diferente de las capita­les continentales. Unas diferencias que no eran superficiales, ni simples de enunciar, pero que, quizá por ello, le estimularon para indagar en busca de respuestas. ¿Por qué la ciudad era tan extensa? ¿A qué era debida la sencillez admirable de la arquitectura doméstica, o la presencia de los campos de juego urbanos, o la abundancia del verde público, o esas hile­ras interminables de pequeñas casas repetidas? ¿A qué esa afición a moverse en la vivienda propia subiendo y bajando escaleras con tal de evitar compartir vecindad en el edificio? O esa reiteración de plazas discretas y diferentes. O por qué la ausencia de calles rectas y largas,

o de perspectivas monumentales, tan frecuentes en otras capitales. Eran estas, probable­mente, algunas de las preguntas que el autor se debía de hacer entonces, y que incluso hoy aún nos hacemos nosotros cuando advertimos la marcada personalidad de esa ciudad.

Y para conseguir descifrar tales incógnitas se dedicó en profundidad con el fin de dar con explicaciones fundadas, sin detenerse en las apariencias, y yendo a buscar motivos en capas inéditas de la realidad política y social vivida por la ciudad y el país, sin perder de vista el peso de la presencia del medio físico. Debía parecer al autor que no se encontra­ban entonces tratados suficientemente apropiados que reflejaran esas cuestiones, o quizá hallaría lagunas en los que ya existían. A este respecto, tuvo en consideración el intento que otro arquitecto destacado, Werner Hegemann, también sorprendido por las particula­ridades de la ciudad y desde una perspectiva externa, había compuesto años antes en un intento semejante, si bien no tan prolijo.5

Posiblemente, tal como se aludía más arriba, a él también su condición de extran­jero, unida a su fina capacidad de percepción, le facilitaba la tarea de reconocer las diferen­cias más genéricas o que, por más asimiladas, resultaban quizá menos apreciables a ojos de los observadores del país. Así lo vino a reconocer Summerson en su apunte a la primera edición en inglés,6 haciéndose eco de la particularidad de que diferentes autores no britá­nicos extraían un mayor rendimiento en sus estudios históricos del arte de Gran Bretaña que los naturales. Sea o no una casualidad, lo cierto es que Rasmussen, fijándose en algu­nas de las peculiaridades mayores de Londres (sus parques, las casas, las plazas, los campos de juego, las comunicaciones, etcétera), se sumerge en sus antecedentes hasta que consigue hallar los motivos de las formas urbanas que eran un interrogante para su ojo de arquitecto y que encuentran explicación de su mano. Una explicación que busca apoyarse en los funda­mentos más sólidos de origen de la ciudad, y lo lleva a profundizar en las tradiciones y en la historia, escarbar en antecedentes de los lugares, hacerse eco de comentarios de los coetá­neos, otear el entorno social o personal de los protagonistas, husmear en las circunstancias coyunturales de cada momento, o registrar hechos en los que los historiadores no se detie­nen habitualmente… hasta situarse como testigo seguro de un clima urbano determinado en el que la proporción de cada influencia está identificada y bien definida.

No obstante, la indagación de Rasmussen va más allá de la explicación de aquello que ofrece interrogantes, e incorpora, en su perceptiva de arquitecto moderno, el conoci­miento positivo que puede extraerse de esa acumulación de hechos en tanto que proceso de producción de la ciudad situado en la raíz de la modernidad inaplazable que exigen los tiempos, así como en la práctica de una tarea colectiva como ésa, tan dependiente de la evolución y que, por tanto, tiene en la experiencia una de sus principales escuelas. Rasmus­sen estudia y analiza para comprender, pero, en realidad, observa para aprender.

Por ello, ante esta posición del autor, todo lo que ve importa, ya que cada parte o elemento, a su modo, contribuye a la explicación del conjunto y no solamente lo más grande, lo reciente, o lo de un rango mayor. Resultan así objeto de su mirada cuestiones de todo orden, tanto las que habitualmente son materia de los tratados de historia como aque­llas otras ordinarias, o que aparentemente carecen de relieve, pero que tras su análisis ofre­cen el colorido de sus enseñanzas y desvelan claves que el autor demuestra importan mucho para una fiel interpretación de la realidad.

Es la de Rasmussen una aproximación que no por trabajada y documentada deja de ser personal e implicada. Precisamente ahí, donde pudiera darse ocasión a la falta, reside uno de los atributos más valiosos de la lectura de la ciudad que él nos ofrece. El arquitecto se hace entonces presente con un sentido identificado con la concepción moderna, que se afirmaba en aquellos años treinta, del modo de entender el papel de la transformación arti­ficial del medio –el papel de la arquitectura–, aportando la amplitud de su curiosidad y de su perspectiva hacia la arquitectura y la ciudad.

Cuando estaba aún reciente su llegada a Londres, la energía del joven Rasmussen y su nada anodina mirada se habían hecho ya notar cuando relató sus primeras impresio­nes sobre Londres, publicadas en 1928 por su admirado amigo Werner Hegemann.7 Allí explicaba cómo su estancia de tres meses en esa ciudad tratando de entender la arquitectura de Londres le permitía algunas reflexiones. Y en ellas comenta la paradoja de que el Crys­tal Palace, de 1851, continuara aún siendo entonces el edificio más moderno de Londres, algo que relaciona con la influencia negativa en aquel momento del demostrado mal gusto arquitectónico del entonces Príncipe de Gales. Y lo razona repasando otros ejemplos de arquitectura del tiempo que, según su opinión, no eran más modernos que algunos de sus antecedentes. Para explicar ese desencaje, recurre a recordar la crítica de Sir Edwin Lutyens a la entonces reciente publicación de Towards A New Architecture de Le Corbusier. El choque de generaciones y de concepciones del mundo que mostró tal comentario8 le lleva a situar la posición del ilustrado y distinguido arquitecto como «Sir Edwin en el País de las Mara­villas», en confusión semejante a la de Alicia. Aunque el artículo fuera para un medio no británico, la rotundidad de la opinión de Rasmussen, razonada in extenso, se calificaba por sí misma, identificando el inconformismo juvenil del profesor novel y la firmeza de su adscripción moderna.


Pero no satisfecho, la intensidad de su curiosidad y –probablemente– los hallazgos que fuera consiguiendo le llevaron a dar forma a una interpretación general de la constitu­ción de la ciudad y de sus elementos. La lectura de la ciudad que hace Rasmussen destaca por su habilidad para recurrir a argumentos y recursos muy variados simultáneamente, en una mezcla compleja que da lugar a un relato vivo y cautivador, y constituye una muestra excelente de cómo la ciudad es la obra humana más hermosa y espectacular sobre la tierra. Más allá de los hechos de la historia, en esa lectura de Londres se hacen presentes el papel de las actitudes y de los dominios, la raigambre de la ciudadanía y de los derechos de los ciudadanos, la prevalencia de la necesidad y del sentido práctico, o el comedimiento de la conformidad autoimpuesta. Es todo un ejercicio de equilibrio entre las fuerzas que influ­yen en la naturaleza humana el que teje la despierta mente de Rasmussen en una explica­ción no fácilmente confiada o convencional, sino urdida con los mimbres del conocimiento y de su elaborado juicio hasta ofrecer las polifacéticas razones de la forma de la ciudad que satisficieran el nivel elevado de su exigencia. El examen lúcido a tanta arquitectura domés­tica, con el apoyo de los efectivos dibujos de Niels Rohdewer, o la lectura del paisaje heroico de los parques, las plazas como claustros conventuales públicos, la higiene social de los campos de juego o la eficacia en la comunicación provocada por la extensión de la ciudad, motivan páginas de calidad refrescante muy de agradecer en la tan frecuente tibieza acomo­daticia de la mirada al pasado.

La dimensión de su logro fue impactante en su momento y, a juzgar por su reco­rrido posterior, de un alcance universal. La intrusión de un foráneo en el panorama londi­nense de los años treinta no fue suficiente para acallar el eco de su obra que, por el contra­rio, fue muy bien acogida en los medios británicos del momento. Personalidades que llegarían a ser tan relevantes como Summerson y Holford9 le dedicaron entonces reseñas muy laudatorias que reconocían el valor y la innovación de su análisis y de sus aportaciones.10 Pero también recordaban al autor su condición de extranjero («Mr. Rasmussen of Copen­hagen», según Holford) a la hora de juzgar su parcialidad al no callarse las críticas a algu­nos aspectos de la realidad viva del momento e incluso plantear alternativas. Porque, efec­tivamente, no era historia lo que trataba de hacer Rasmussen sino presente, mediante la construcción de un guión argumental de la naturaleza urbana de Londres de tal solidez que, una vez instalado en él, le permitía sentirse seguro para evaluar, incluso, la actualidad del momento. Y ahí fue donde sus críticas (fruto, previsiblemente, de una emoción justifi­cable) no resultaron compartidas. La apelación de Rasmussen al orgullo del pasado para merecer mejor presente era entendible en un estudioso como él, e incluso podía tener sentido histórico, pero en los términos en que era aplicada por el autor al Londres de su tiempo se veía desmedida,11 aunque fuera algo menor en el conjunto de la obra. Su llamada a la cultura inglesa a librarse en sus ciudades de lo que consideraba defectos continentales y a adoptar en su lugar otras pautas propiamente insulares (la casa individual frente a los bloques de pisos, o la ciudad-jardín, por ejemplo, que su admirado Sir Raymond Unwin tan certeramente aplicó) era encomiable, al hilo de su discurso y con su apoyo, aunque descuidara probablemente la entidad de los flujos de influencias que el tiempo iba a impo­ner. El acento de la mediatización entre culturas como fenómeno ordinario del siglo XX ponía en entredicho –quizá– su excepcional confianza en una posible toma de conciencia colectiva propiamente británica, además de contener unas simplificaciones que Holford se encargaría de precisar.12

No obstante, el acierto del autor al saber explicar los sutiles factores definidores de lo londinense (el autogobierno, el impulso conservador de lo bueno ya logrado, el fair play, el crecimiento sin casi restricciones sobre una propiedad del suelo no del todo privada, la casa como producto industrial refinado…) toma en su discurso tan potente coherencia que, realmente, llega a construir lo que cabe contemplar como una alternativa ideológica para la intervención urbanística, que era una fundamental enseñanza de gran calado. Algo, por otro lado, propio del momento histórico en que se produce e influyente en la cultura occidental, según identificaría Manfredo Tafuri en 1972.13 Nada mejor que las propias pala­bras del maestro italiano para explicarlo:

[…] el fin último del autor: identificar en la historia de Londres un modelo de desarrollo domi­nado por una continua regulación de los conflictos, por un equilibrio dinámico controlado.
Se sitúa tal ideología de fondo entre 1934 y 1937, las fechas de la primera edición del libro: la polémica de Hegemann contra la inhumana Berlín «ciudad del trabajo», los modelos lecorbusie­rianos –extensamente mistificados por Rasmussen, por otro lado–, las tentativas en curso en la América del New Deal rooseveltiano parecen, en los años posteriores a la gran crisis, destinados todos a ser catalogados en los archivos de la utopía. La «lección de Londres» resulta por tanto para Rasmussen la de una ciudad metropolitana inserta en la tradición de un «capitalismo de rostro humano» no por casualidad enraizado en una secular política de equilibrios y de preven­ción articulada de los conflictos (ejemplares, al respecto, las páginas sobre Guillermo el Conquis­tador y la articulación de los poderes subsiguientes a la ocupación normanda).
Es debido a esto que
Londres, ciudad única tiene el valor de un «proyecto» de metodología de inter­vención socio-política datado en los años treinta. Y resulta poco importante al respecto subrayar la ingenuidad de la profunda adhesión del autor a las tesis de Howard o de Unwin. Lo que cuenta es su propuesta de reorganización de la ciudad como mecanismo autorregulado, una vez expulsa­das de ella las causas de «distorsión» dañina: véase en el apéndice sobre los modos de acumulación capitalista en la economía urbana, su toma de posición contra la renta del suelo, condenada como apropiación de los «bienes sociales» por parte de un capital «pasivo», no emprendedor.
El que presentamos es por tanto un texto capaz de iluminar historiográficamente un momento –hoy no presente aunque no aún completamente superado– de formación de una ideología urba­nística que ha pesado no poco en toda Europa en la definición de una política de intervención que podríamos llamar «de transición», frente a las nuevas técnicas de análisis y de actuación intro­ducidas en los años sesenta por la economía espacial y por la gestión capitalista directa del terri­torio actualmente en curso.
14

Dice Rasmussen que dudó si titular su libro «La lección de Londres». Hoy, más de tres cuartos de siglo después, en su obra comprendemos, sí, muchas de las auténticas leccio­nes que Londres encierra, pero aprendemos también de Rasmussen unas lecciones de incon­formismo intelectual, de agudeza crítica y rigor de conciencia que son un estímulo vivo para el mejor entendimiento de la realidad que nos rodea y, en consecuencia, de su más acertada transformación.


1. Ya bajo el título London: the Unique City (Cape, 1937).
2. Entre las principales Towns and Buildings (1951, publicado en danés en 1949), y Experiencing Architecture (1959, en danés en 1957) [versión castellana: Experiencia de la arquitectura, Barcelona, Labor, 1974, o La experiencia de la arquitectura, Madrid, Mairea-Celeste, 2000, y Barcelona, Reverté, 2004], aunque también Rejse i Kina (1958), y Kobenhavn (1969).
3. Véase Ditte Heath (ed.), Steen Eiler Rasmussen, Architect­Town-Planner-Author, Aarhus, The Foundation for the Publi­cation of Architectural Works – The School of Architecture in Aarhus, 1988.
4. La edición aquí traducida es la última publicada en inglés por MIT en 1982. Se ahorra al lector en castellano el prefa­cio de James Bone dirigido al lector británico. Se incluye, sin embargo, el epílogo añadido por el autor en esa edición de 1982.

5. Wemer Hegemann, «London», en Der Städtebau nach den Ergebnissen der allgemeinen Städtebau-Ausstellung, II, Berlín, Ernst Wasmuth Verlag, 1911-1913, págs. 273-312.
6. John Summerson, reseña de London: The Unique City, en The Burlington Magazine for Connoisseurs, n.º 412, julio 1937, pág. 56.
7. «Neuzeitliche Baukunst in London», en: Wasmuths Monats­hefte für Baukunst, Berlín, v. 12, 1928, págs. 304-313. Ahora también como «First Impressions of London», en AA Files, n.º 20, 1990, págs. 16-20.
8. The Observer, 29-I-1928. Por lo infrecuente de los escritos publicados de Sir Edwin Lutyens, esta crítica tomó un mayor significado.
9. Quien llegó a ser Sir William Holford (1907-1975) era entonces un joven y brillante arquitecto y urbanista en ejer­cicio que acababa de suceder a Abercrombie en su cátedra de Civic Design en Liverpool. De influencia y prestigio crecien­tes como consultor de internacional reputación, sucesor también de Abercrombie en Londres tras la jubilación de éste (1948), alcanzaría la presidencia del Town Planning Insti­tute y del RIBA, y fue posteriormente medalla de oro de ambos organismos. Nombrado sir en 1953 y miembro de la Cámara de los Lores en 1965, fue el primer urbanista que alcanzó este último honor.

10. J. Summerson, op. cit., y William Holford, reseña de «London: the Unique City: by Steen Eiler Rasmussen» en Town Planning Review, 18:1, julio 1938, págs. 57-60.
11. De hecho, algo de ello reconocería el propio autor cuando en 1989 autorizó que la versión francesa de su obra (Londres, Picard, 1990) prescindiera casi íntegramente de los tres últi­mos capítulos y de su conclusión (Malverti, X., «Avant­propos» a Londres, op. cit, pág. 12), a pesar del indudable interés de los mismos para comprender mejor su discurso.
12. El caso de los crecimientos industriales, o la magnitud de las necesidades de alojamiento, por ejemplo.
13. En la presentación a la versión italiana de la obra en Rasmussen, S.E., Londra, città unica, Roma, Officina, 1972.
14. M.Tafuri, presentación a Rasmussen, S.E., Londra, città única, op. cit., págs. 7-9 (traducción del autor). El apéndice al que alude Tafuri era el dedicado al tema «Especulación del suelo y de la edificación» que figuraba en la edición danesa de 1934, y se había incluido en la del MIT de 1967 (la vertida al italiano), pero fue retirado en la edición de 1982 al tiempo que el autor incluía entonces el epílogo.

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