Cosas del futuro inmediato

“J’ai long-temps habité sous de vastes portiques”

Charles Baudelaire, La Vie Antérieure.

El Rey Gradlon de Cornualles navegaba perdido por las oscuras y gélidas aguas del norte cuando se derrumbó hechizado ante la deslumbrante belleza de la bruja Malgven, soberana de las tierras hiperbóreas. Ella le dio una hija, la hermosa Dahut, pero poco después de dar a luz cayó enferma y murió. El rey, desconsolado por la pérdida de su amada, se encerró en su castillo para no salir nunca más.

Al cabo de unos años, la caprichosa princesa Dahut se había convertido una malévola bruja de hipnótico atractivo, y le pidió a su padre iniciar la construcción de una ciudad sin igual, la ciudad más hermosa que jamás contemplarían los hombres. El rey reclamó cientos de arquitectos, canteros, ebanistas y herreros para construir la ciudad de Ker-Ys, en el interior del océano. Las cúpulas y cubiertas de la deslumbrante ciudadela flotante emergían de las aguas, protegidas por un hercúleo muro de bronce perimetral. En el centro, una esbelta y magnífica catedral cuyas brillantes campanas eran escuchadas a decenas de millas de distancia. El órgano resonaba como si las trompetas y truenos celestiales descendiesen sobre las aguas y los cánticos de los monjes reconfortaban los corazones de los habitantes. Era la más bella ciudad de todos los tiempos, la fortaleza flotante de Ker-Ys.

Un noche tormentosa, un apuesto caballero vestido de púrpura y montado sobre un negro corcel llamó a las puertas de la fortificación. La princesa Dahut se apresuró a abrirle con intención de cortejarlo, como tenía la maléfica costumbre de hacer con marineros extraviados y visitantes. No sabía ella que estaba intentando seducir a la Muerte y al levantar los pesados cerrojos del portón, una ola gigantesca engulló la ciudad entera sumergiéndola en las negras y plutónicas profundidades oceánicas. Tan sólo el rey Gradlon pudo escapar, montado en un caballo de mar y ayudado por San Guénolé. Todos los demás se extinguieron, ahogados en la oscuridad.

Aún ahora, en las costas bretonas, durantes las noches tormentosas, las corrientes marinas agitan las aguas soplando los tubos del órgano de la sumergida catedral de Ker-Ys, que emerge entre las nieblas de nuevo, emitiendo profundos y misteriosos acordes. Si se presta atención, se pueden oír las voces de los fantasmales coros de los monjes asfixiados, cuyos cánticos entonan gélidas y demoníacas melodías y que culminan en el espantoso tañido de las rotas y húmedas campanas de la lúgubre ciudad engullida. El espectral silencio marino ahora tristemente roto por estos escalofriantes y olvidados ecos recuerda amargamente lo que fue una vez la más bella ciudad jamás contemplada siempre a la espera de resurgir de nuevo de las gélidas profundidades y elevar a la superficie fantásticos terrores jamás antes sentidos.

Solemos olvidarnos de la importancia del imaginario arquitectónico de la historia. Cegados por exigencias que, normalmente, se nos escapan de las manos, sacrificamos sin dudar ese mundo ilusorio que nos fascinó y nos sedujo en su tiempo. Habría que rebajar unos grados las ansias motoras del vertiginoso mundo global para acordarnos que muchas veces son las ciudades imaginarias las que inspiraron a poetas, pintores, compositores y arquitectos de antaño y que son esas ciudades las que han sobrevivido intactas al cruel paso del tiempo.

(La Catedral engullida…)

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